Capítulo 2-3

1174 Words
Ariel tomó una gran bocanada de aire. Notaba cómo las cosas estaban a punto de descontrolarse y alguien, es decir, aquellos dos guerreros gigantescos, estaban a punto de acabar malparados si las cosas no se calmaban a toda velocidad. Bajó la mirada hacia la gran criatura dorada que estaba tirada en el suelo junto a Trisha, que los miraba a unos y a otros casi como si sintiese curiosidad. Se preguntó por qué los hombres no estaban intentando reclamar también a Trisha. ¿Qué era lo que había dicho Tammit…? Que a Trisha ya la había reclamado su comandante. Sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda; había llegado el momento de salir de allí. En aquel sitio estaba pasando algo raro, y no le gustaba un pelo toda aquella cháchara de «reclamar». ―Carmen ―la llamó en voz baja. ―¿Qué? ―siseó esta en un susurro, sin apartar en ningún momento los ojos de los dos hombres que tenían delante. ―Quiero irme a casa ―musitó Ariel. Carmen desvió la mirada hacia ella por un instante, como si supiera que Ariel estaba empezando a ponerse nerviosa de repente por algo. Y Ariel no era de las que se ponían nerviosas por nada; allí estaba pasando algo y ella no se había dado cuenta. Asintió con la cabeza. Había oído la preocupación en la voz de su hermana y sabía que era hora de encontrar un modo de volver a casa. ―Lo siento, chicos, pero se acabaron los juegos ―dijo, enderezando la espalda―. Es hora de que volvamos a nuestro mundo. Espero que lo comprendáis. Tammit dio un paso adelante, amenazante. ―Ahora me perteneces. Te he reclamado. Vendrás a mi hogar conmigo. Carmen negó con la cabeza. ―No, no lo haré ―contestó con frialdad, devolviéndole la mirada al enorme guerrero con aire desafiante. Todo se fue al traste cuando Tammit intentó agarrar a Carmen. Carmen avanzó hacia él y le sujetó el brazo, haciendo una proyección con la cadera, y al mismo tiempo el otro hombre intentó coger a Ariel. Esta respondió con un golpe bajo, alcanzándolo en los testículos antes de hacer un barrido con la pierna y lanzarlo al suelo. Mientras tanto Carmen estaba usando todos y cada uno de los movimientos que Scott y ella habían aprendido como guardaespaldas para derribar a Tammit y que no volviera a levantarse, golpeándolo de manera consecutiva con un gancho de izquierda y uno de derecha directo a la mandíbula. La puerta se abrió de repente y dos guardias de seguridad entraron corriendo para sujetar a Carmen, que tenía a Tammit en una llave de cabeza y estaba apretándole lentamente la garganta para hacer que se desmayara. Trisha reaccionó en cuanto fueron a por Carmen golpeando a uno de ellos en la cabeza con la pesada bandeja metálica, y el hombre cayó al suelo inconsciente. El otro guardia se giró hacia ella y el simbiótico dorado lo atacó, derribándolo y sentándose encima de él para que no pudiera moverse. Zoltin intentó pedir más ayuda al mismo tiempo que esquivaba el ataque de Ariel, ocupada como estaba apaleando al otro hombre con una combinación de judo y kick-boxing. En algún momento el guardia de seguridad que había caído inconsciente logró ponerse de pie, tambaleándose, pero solo consiguió que lo empujaran de cabeza contra la pared y volvieran a dejarlo inconsciente. ―¡Basta! ―gritó Zoltin al fin, lo bastante fuerte como para que todos los oyesen. Carmen tropezó hacia atrás, respirando con pesadez; Ariel bajó la pata de la mesa aunque la mantuvo frente a sí, y Trisha se quedó inmóvil, con la bandeja de metal ahora completamente deformada alzada por encima de la cabeza. Las tres mujeres miraron a Zoltin en silencio y este se quedó mirando incrédulo su unidad médica. Varias mesas habían quedado reducidas a pedazos, una de las ventanas tintadas que separaba su despacho de la unidad estaba agrietada, había un agujero en la pared y tres de los otros cuatro hombres presentes estaban inconscientes. Desvió los ojos hacia donde Tammit estaba tumbado boca arriba, con la cara completamente ensangrentada. El hombre al que se había enfrentado Ariel no había acabado mucho mejor, y al que Trisha había golpeado y empujado contra la pared estaba caído boca abajo, así que no podía ver hasta dónde llegaban los daños. Zoltin estaba a punto de decir algo, pero en aquel momento las puertas de la unidad médica volvieron a abrirse y Jarak, el jefe de seguridad de la V’ager, apareció al otro lado, mirando con pasmo la destrucción de la unidad médica. Su mirada recorrió a los tres hombres que yacían inconscientes y sangrando en el suelo antes de desplazarse hacia el guardia de seguridad que estaba inmovilizado bajo el simbiótico del comandante; la bestia estaba gruñendo amenazante al hombre, y este se había quedado completamente inmóvil bajo ella. ―Por los nombres de todos los dioses y las diosas, ¿qué está pasando aquí? ―preguntó estupefacto. Miró con los ojos entrecerrados a las tres mujeres humanas, que todavía no se habían movido, y vio cómo la que tenía el cabello claro y corto enderezaba la espalda y se alisaba el camisón médico como si nada de todo aquello fuera con ella. Su mirada saltó después hacia la mujer de cabello largo y rizado, y esta bajó lentamente la bandeja que había estado sosteniendo por encima de la cabeza y la dejó caer al suelo, haciendo una mueca cuando el sonido de metal contra metal llenó la sala. Por último miró a la mujer que estaba directamente frente a todas las demás, la que tenía un trozo de mesa en la mano y lo miró con rebeldía cuando Jarak lo señaló para que lo soltase. ―Jarak ―intervino Zoltin, aclarándose la garganta―. Quizás podrías encontrar otras habitaciones para las mujeres. Creo que lo más seguro sería que la tripulación no estuviese… expuesta a ellas por ahora. ―Queremos volver a nuestro planeta ―dijo Ariel, dando un paso adelante. ―Sí ―se sumó Carmen, colocándose junto a ella―. ¡Ahora! Tengo cosas de las que ocuparme, y cuanto antes nos llevéis de vuelta, antes tendréis controlada vuestra nave. * * * * Jarak apretó los dientes. Primero la sala de transporte, después la pequeña humana que estaba destruyéndolo todo sistemáticamente, ¡y ahora aquello! Deseó no haber oído hablar nunca de ninguna de aquellas mujeres; daban más problemas que otra cosa. De no ser por el hecho de que tres de ellas ya habían sido reclamadas por la familia real, habría sido todo un placer volver a soltarlas en su planeta y asegurarse de que no quedase registro alguno de su ubicación en sus sistemas, pero por desgracia ya no estaban cerca del sistema estelar de las mujeres, y sería completamente imposible enviarlas de vuelta teniendo en cuenta que tres de las cinco habían sido reclamadas. Volvió a mirar una vez más a su alrededor y soltó un profundo suspiro de resignación. ―Os acompañaré a vuestra habitación. Vosotras dos os alojaréis juntas, y la otra… ―dijo, asintiendo con la cabeza hacia Trisha―… será escoltada a un camarote distinto. ―Hizo un gesto cuando las tres mujeres empezaron a protestar―. Las únicas habitaciones disponibles son demasiado pequeñas para las tres. Ya he dado mis órdenes; tendréis que discutir lo de vuestro regreso a vuestro planeta con el comandante de la V’ager cuando esté disponible.
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