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Mandra Reykill avanzó con facilidad a través de la densidad del bosque. Él, su hermano menor Creon y otros dos guerreros estaban realizando un rápido ejercicio de entrenamiento, aunque Mandra no quería admitir que necesitaba quemar al menos parte de la energía inquieta que lo había estado invadiendo desde que se había producido la captura y posterior rescate de su hermano de manos de unos militantes curizanos renegados. Viró para evitar la gruesa rama de un árbol, manteniéndose a la sombra para que la luz no se reflejara sobre la plata de sus escamas. Su enorme cuerpo de color zafiro se fundía bien con las sombras moteadas del bosque, y sus gigantescas alas a duras penas hacían ruido al batir.
«Quiero una compañera», gruñó su dragón de repente, «debería estar buscando una compañera, no
