Diciembre 2018
Todo fue empeorando, si es que era posible tanta mala suerte. Tempesty era una bebé sana y eso era un verdadero milagro, aún así necesitaba pañales, mamila y ropa, las cosas que le donaron del hospital ayudaron pero no fue pequeña durante mucho tiempo y poco a poco todo se fue acabando. Consiguió cambiar la ropa usada por algo de comida, al menos eso le sirvió para nutrirse y seguir dandole pecho, pero cuando encontró un grupo de amigos que le invitaban a tomar casi todas las noches ella empezó a sentirse culpable por darle de su seno a su inocente hija.
Aquel invierno helado ambas encontraron cobijo en una iglesia cristiana que les tendió la mano a más de una mujer desamparada. Eran cinco las refugiadas, dos más y ella tenían hijos. Las tres eran usadas por los miembros de la iglesia a su antojo: Limpia aquí, barre allá, quítate la ropa y dóblate ahí. Fue sólo mano de obra barata durante el invierno y lo que se ahorraron esos “puritanos” lo despilfarraban en lugar de pagarles con algo de dinero, con la excusa de la comida y donde dormir, decían que era su misión en la tierra, que su Señor en los cielos estaba feliz por su ayuda hacia ellos y la de ellos hacia ellas.
Natalia perdió la fe, ella dejó de creer mucho antes de eso pero convivir con lo peor de la sociedad camuflajeado entre buenas costumbres y ropa costosa se dio cuenta de que el mundo estaba podrido, el asesino del planeta vivía en cada uno de nosotros, quienes nos comíamos vivos unos con otros de la forma más figurativa, pero cuando era el pastor el que la cogía, con más fuerza y más humillaciones que todos los demás miembros, ella se recalcaba a sí misma que si no existiera lo malo, quizás tampoco existiría lo bueno. Aquella navidad su hija tuvo ropa y calzado dado por las madres de la iglesia, mujeres perfectas que las miraban con lástima, algunas con odio, esas que sabían lo que realmente ocurría. La mujer del pastor tomó una vara y lastimó la espalda de una chica de catorce años, madre de un bebé de un año, cuando la encontró comiendo las sobras de la comida del gran banquete que tuvieron como cena de Año Nuevo. Ese era el espíritu mismo que impartían, ¡Vaya falsedad, maldita hipocresía! Eso y más hacía que se sintiera tan bien en los cortos momentos en los que dejando a Tempesty encargada mientras dormía con alguna de las chicas, salía y se drogaba un poco, tomaba algunos tragos y volvía siempre antes del amanecer para dormir un par de horas abrazada a su pequeña bebé de sólo ocho meses de vida.
Se parecía mucho a Mónaco, tenía su cabello, sus ojos… Natalia pensaba en qué habría sido de él, ¿Se habría enamorado?¿Habría tenido una chica mientras ellas padecían en la calle?¿Quizás embarazó a alguien más? Pero era absurdo hasta para ella… Recordaba bien haber sido su primera mujer y dudaba mucho que se hubiese descarriado de buenas a primeras. No, Mónaco no era de esos hombres, pero tampoco eran de los que le terminan a su novia después de tener sexo, ni de los que dejan a su chica a la deriva en la carretera. Él tenía muchas facetas, se dijo a sí misma mientras acariciaba el abundante pelo de su hija, así como ella que nunca se imaginó siendo la puta de una iglesia por unos trozos de pan viejo y una alfombra mullida con una almohada donde recostar la cabeza y descansar.
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Mónaco vio el año acabarse sentado en la azotea del seminario. Fuegos artificiales inundaban el cielo, a lo lejos podía imaginarse a las familias abrazándose entre sí, dando gracias a Dios por un nuevo año juntos. Él tomó un trago del vino que tomó de la cocina. Nadie le dijo que podía hacerlo pero tampoco nadie le dijo que no. Lo anotó como el primer pecado del año, nadie era perfecto ¿No?
-Feliz año- brindó al cielo, no sabía si su madre y su padre estarían ahí pero al menos era lo más seguro que tenía, no podía brindar a la nada así que ¿Por qué no hacerlo hacia el mismo cielo que todos compartíamos? Vio las estrellas, siempre tan lejanas y cercanas a la vez, así sentía todo a su alrededor. Se sentía vivo por momentos y a la vez, no. A la vez se decía ¿Qué estoy haciendo?¿Estaré bien?
Se decía a sí mismo que no podía dudar de su fe y realmente no lo hacía, aunque sin duda era de él de quien desconfiaba. No tenía la total certeza de que tomaría las decisiones correctas, no cuando con anterioridad había errado.
Su pensamiento viajó a Natalia. Esa pobre chica… ¿Qué habría sido de ella? Intentó recordar exactamente… Hacía más de un año que había dejado de verla y vaya que le salió caro aquel revuelo suyo. Aunque nadie reclamó la camioneta se sintió tan asustado que la abandonó en el camino y volvió a Avonado a pie, con heridas serias en sus plantas pero tranquilo porque sabía que era lo correcto, un par de días con hielo y pomadas y aprovechó para inscribirse por Internet en unas pocas becas que quedaban para el seminario.
¿Se habría devuelto a su casa?¿Con su madre? O quizás ella se había enamorado de alguien más. Natalia lo tenía todo para salir adelante: Era hermosa, inteligente y astuta. No era fácil joderla y Mónaco sabía que conseguía lo que se proponía.
Cerró los ojos y aquella noche de Año Nuevo rezó por ella, rezó porque estuviera viva, en una vida plena y rodeada de amor, salud y prosperidad. La quería, aunque no fuese a su lado ni cerca.
Se merecía un amor genuino, un futuro cargado de esperanza, alguien que la valorara y le brindara la misma sustancia que ella transmitía. No él, no cuando su corazón estaba comprometido con un oficio que le apartaba por completo de la vida típica, y no es que Natalia no lo valiera pero simplemente, para él, valía más su compromiso con Dios.