Abril 2018
En medio de la primavera, un lluvioso y tormentoso once de abril, Natalia empezó a sentir contracciones.
-No, no mi bebé, hoy no- suplicaba entre llantos de dolor, los truenos y rayos caían incesantes, era un día oscuro y no había parado ni siquiera entrada la noche. Eran más de las doce, lo sabía porque había escuchado las campanas de la iglesia. Estaba bajo el techo frágil de una parada de autobús, acostada debajo del banco metálico donde refugiaba su vientre, primero sintió que se había orinado pero en aquel estado ya se le había hecho habitual pasar semejante bochorno. Pero los dolores continuaron y tuvo que salir de su escondite en busca de ayuda. Alguien que se dignara a socorrer a una indigente embarazada.
Había podido conseguir lo suficiente para comer gracias a las varias veces en las que apenada tuvo que prostituirse, habían pervertidos que gustaban de ver a una mujer embarazada desnuda y a ella no le quedó más remedio que, ante el hambre, vender su cuerpo. Faltandose el respeto a sí misma y a su hijo no-nato del que ni siquiera sabía el sexo porque nunca había ido a una consulta.
No sabía qué tan lejos estaba del hospital, la lluvia y el dolor la habían confundido un poco.
-¡AYUDAAA!- empezó a gritar en medio de la calle- ¡POR FAVOR, ALGUIEN AYUDEME!¡AYUDA!- sollozaba cayendo de rodillas en el suelo, le dolía demasiado- ¡MI BEBÉ NECESITA AYUDA, POR FAVOR!- suplicaba hasta que vio a los lejos unas luces rojas y azules.
-Señora, ¿Qué hace ahí?- era un policía malhumorado el que le hablaba y su compañero al volante se bajó- ¡Levántese! ¿Qué no ve que es vía pública?
-Angus, espera- dijo el otro que se veía más preocupado que otra cosa. Natalia no dejaba de llorar y abrazar su vientre, el dolor le cortaba la voz y el primer policía empezaba a desesperarse- Señora, ¿Necesita ayuda?- preguntó el conductor y ella tomó una bocanada de aire.
-Mi bebé, mi bebé- señaló su vientre y al mirar los policías vieron con terror la sangre que emanaba de su entrepierna encharcando su sucia ropa.
-Hay que llevarla al hospital- dijo con seguridad levantándola pero el oficial Angus se interpuso.
-¿Y subir a esta andrajosa en la patrulla?¡Ni hablar! Dejará todo hecho un chiquero, Espera y llamó una ambulancia mejor- su compañero lo miró ofendido.
-¿A ti qué carajos te pasa?¿No naciste de una mujer?¿No ves lo fuerte que está lloviendo?- preguntó horrorizado y sin importarle lo que su compañero dijera subió a Natalia a la parte trasera de la patrulla.
-Gracias...Gra...cias- murmuró ella sudando y con las venas brotando en su rostro. Él asintió mostrándose nervioso y subió al volante, su enojado compañero subió sin poder hacer más nada. La miró con desconfianza, para él, no era más que un truco de una embaucadora indigente con ganas de robarlos, pero pobre de ella si se equivocaba, el oficial Angus estaba listo para restregarle en la cara a su compañero que su instinto había sido errado.
-Tranquila, señora, el hospital está cerca- le dijo antes de arrancar.
-¿Quiere que llamemos a alguien?- preguntó el otro más por obligación que por cortesía.
Natalia sentía otra contracción atravesar desde su columna vertebral hasta sus piernas.
-No…-murmuró con los dientes apretados- No tengo a nadie.
Ambos policías se miraron con seriedad por un instante.
Como prometieron, el hospital estaba cerca y no tardaron demasiado en pedir ayuda dentro. Enfermeras y camilleros salieron a recibirla, no la juzgaron por su aspecto al menos y eso era algo bueno de haber venido con los policías.
-¿Cuántas semanas de embarazo tienes?- preguntó la primera enfermera agitada.
-Suba, señora- pidió un camillero mientras otro sostenía la camilla, le costó pero lo logró. Una segunda enfermera le medía la presión.
-No sé cuántas semanas, no sé- dijo asustada.
-Bien, mírame- la primera enfermera le habló con tranquilidad-¿Cuál es tu nombre?¿Cuántos años tienes?
-Soy...Soy Natalia Bones y tengo… Tengo veinte años.
-Ok, ok, Natalia- casi corrían con ella sobre ruedas hacia el pabellón- ¿Tienes algún familiar?¿Tal vez el padre del bebé?
-A nadie- dijo con lágrimas corriendo de sus ojos- No tengo a nadie.
La enfermera asintió en silencio, habían llegado al quirófano. Dos horas después de pujar agotada y cansada, luego de desmayarse un par de veces debido a la debilidad y que le pusieran una vía para cuatro sueros que se consumió como si nada, tuvo a un pequeño bulto en sus brazos llorando y de cabello oscuro y abundante. La enfermera que le había hecho el par de preguntas se acercó a ella.
-Mira, Natalia- ella estaba entre la consciencia y la inconsciencia- Es tu bebé. Es una niña.
-¿Niña?- preguntó sintiendo frío en la punta de sus dedos
-Sí, cariño- dijo la enfermera abrazando al pequeño bulto de cabello oscuro- Mírala- la acercó a su cara y Natalia se sorprendió.
-Es tan bella… Tan pequeña- murmuró parpadeando mucho. Un fuerte trueno retumbó, Natalia vio la ventana detrás de la enfermera y sonrió a la nada, estaba muy mal- Tempesty. Se llama Tempesty- dijo antes de empezar a convulsionar. Estaba sufriendo un paro cardíaco y la asustada enfermera sacó a la inocente bebé del quirófano mientras los doctores luchaban por mantener a su madre con vida.
-No mueras, Natalia- decía la enfermera al borde del llanto- Tu hija te necesita.
Natalia se salvó aquella noche, fueron cuatro días los que duró internada y junto a ella, la pequeña Tempesty. Aunque terminaron siendo echadas cuando se dieron cuenta de que era una indigente. Gracias al cielo había buena gente y la enfermera que ahora llamaba Sama le tendió un pequeño bolso con cosas para la niña.
-Gracias, no sé cómo agradecerle- dijo ella de corazón y Sama le tendió una tarjeta blanca.
-Mi hermana trabaja en una casa de cobijo para mujeres de paso- explicó- Llámala, cariño, le avisaré que vas para allá- Natalia sintió sus ojos llorosos y en sus manos la pequeña Tempesty despertaba- Toma- dijo metiendo la mano en su bolsillo del uniforme y sacó de este diez dólares.
-No tengo forma de agradecerle todo lo que está haciendo por nosotras- dijo Natalia acercándose a la mujer mayor que la abrazó sin asco alguno, también le había regalado algo de ropa de su hija que no le servía hace años y su aspecto no era tan malo como cuando llegó- Gracias.
-Vamos, ve, me harás llorar- dijo la mujer avergonzada y ella se alejó. Ahora con su vida y la de su hija en las manos.
-Prometo ser fuerte, pequeña- dijo viendo los ojitos cerrados de su perezosa Tempesty- Intentaré serlo- se corrigió sin confíar ni un poco en su propia palabra.