Pocos días después, Mónaco volvió a encontrarse con la novicia Cristina. Esa exasperante mujer terminó volviéndose una persona realmente apreciada por aquella hermana parlanchina, tanto así que ella sola iba a el seminario de manera semanal para recoger todo lo donado y repartirlo por los orfanatos. -Para ser tan grosera, te dan muchas libertades- comentó Mónaco mientras sacaba del mismo cuarto de la otra vez una pesada caja con abrigos que una viuda había llevado y que eran de su difunto esposo. -Ja, ja, eres muy gracioso- Cristina estaba cruzada de brazos y apoyada en el marco de la puerta- Es una buena forma de no estar prisionera en el convento, puedo ver el cielo e interactuar con humanos. -¿Prisionera?- preguntó Mónaco con diversión. -Sí...Algo así- dijo ella suspirando. Mónaco e