"¡Lo odio, lo odio!", repetía ella, una y otra vez, en silencio. Les llevó alrededor de una hora llegar a un cruce de trenes donde el Señor Thespidos sabía que podían abordar uno, procedente de Londres, que los llevaría directamente a Folkestone. Había comprado billetes de Primera Clase. Afortunadamente iban en un compartimento en el que viajaban otras dos personas más. Aunque una de ellas era un anciano que durmió casi todo el tiempo, su presencia evitó que Corena tuviera que hablar con el Señor Thespidos, quien se sentó frente a ella. Mientras la muchacha miraba hacia afuera por la ventana podía sentir sus ojos, que la observaban de una manera insolente. Después de un rato, Corena abrió el periódico que había comprado en la estación y lo sostuvo ante sí de manera que él sólo pudiera v