Quito- Pichincha, Ecuador. Los días para Iván transcurrían lento. No comía, ni dormía bien, ni siquiera salía del departamento. Pasaba encerrado en medio de su soledad, con la única persona que tenía contacto era con su amigo Gustavo, a quién le había encargado la tarea de contratar un investigador para dar con el paradero de Paloma. Los días que su amigo lo iba a visitar él abría la puerta con la ilusión y las esperanzas de tener noticias de su esposa, pero nada; era como si se la hubiera tragado la tierra. —Gustavo, nadie puede desaparecer de la noche a la mañana, debe estar en alguna parte —gruñó, lleno de dolor, de tristeza, de angustia al no saber nada de ella. —Esperemos que cuando nazca tu hijo podamos dar con Paloma, en el hospital debe dar su identificación. —¿Y si da otro no