CAPÍTULO CINCO Ruperto se sentía inquieto mientras caminaba por las calles de Ashton, hacia sus muelles. Debería haber estado cabalgando ante los gritos de un pueblo cariñoso, celebrando su victoria. Debería haber tenido a la gente común aclamando su nombre y lanzando flores. Debería haber habido mujeres a lo largo del trayecto ansiosas por lanzarse a él y hombres jóvenes celosos porque nunca podrán ser él. En su lugar, solo había calles húmedas y gente dedicándose a los deprimentes asuntos a los que los campesinos se dedican cuando no están aclamando a sus superiores. —Su alteza, ¿está todo bien? —preguntó Sir Quentin Mires. Caminaba como uno de la docena de soldados que habían sido escogidos para acompañarlo, probablemente para asegurarse de que llegaba al barco sin perderse. Probable