CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO UNO
Sofía miraba fijamente al joven que tenía delante y, aunque sabía que debería estar haciendo todo tipo de preguntas, eso no significaba que durara por un instante de quién era. El contacto de su mente con la de ella parecía demasiado cercano al modo en que lo hacía con Catalina. Su aspecto allí bajo la luz del sol era demasiado parecido.
Era su hermano. No había modo de que pudiera ser otra cosa. Solo había un problema con eso.
—¿Cómo? —preguntó Sofía—. ¿Cómo eres mi hermano? Yo no… Yo no recuerdo un hermano. Ni tan solo sé tu nombre.
—Me llamo Lucas —dijo él. Bajó rápidamente al muelle donde ella y Jan esperaban. Se movía con la gracia de un bailarín, los listones de madera parecían ceder bajo cada paso—. Y tú eres Sofía.
Sofía asintió. Después lo abrazó. Parecía muy natural hacerlo, muy evidente. Lo abrazó fuerte, como si soltarlo significara que desaparecería de golpe. Aun así, tuvo que apartarse, aunque solo fuera para que ambos pudieran respirar.
—Yo hace poco que descubrí tu nombre, y el de Catalina —dijo. Para sorpresa de Sofía, Sienne se frotaba contra sus piernas, el gato del bosque se enroscó cerca de él antes de volver a ella—. Mis tutores me contaron cuando llegué a la mayoría de edad. Cuando recibí vuestro mensaje, vine tan rápido como pude. Unos amigos en las Tierras de la Seda me prestaron un barco.
Parecía que su hermano tenía amigos influyentes. Pero esto todavía no respondía su mayor pregunta.
—¿Cómo puedo tener un hermano? —preguntó ella—. Yo no te recuerdo. No vi tu cuadro en ningún lugar en Monthys.
—Yo estaba… escondido —dijo Lucas—. Nuestros padres sabían que nuestra paz con la Viuda era frágil y no resistiría un hijo. Hicieron que corriera la voz de que yo había muerto.
Sofía sintió que se tambaleaba un poco. Sintió la mano de Jan sobre su brazo, el contacto de su primo la sujetó.
—¿Estás bien? —preguntó—. El niño…
«¿Estás embarazada?» —De nuevo sonó diferente a cuando otra persona con una pizca de poder se ponía en contacto con su mente. Sonaba familiar. De algún modo, sonaba bien. Parecía como estar en casa.
«Sí» —le mandó Sofía con una sonrisa—. «Pero por ahora deberíamos hablar en voz alta».
Ella no sabía si Jan se había enterado de que su hermano tenía unos poderes parecidos a los de ella, pero ahora lo sabía. Parecía justo advertirlo de eso y darle la oportunidad de guardar los pensamientos.
«Y hay cosas que nosotros deberíamos saber» —dijo Jan. Parecía desconfiado de un modo que Sofía no lo era, tal vez porque no había sentido esa contacto con la mente—. ¿Cómo sabemos que eres quien dices ser?
—¿Tú eres Jan Skyddar, el hijo de Lars Skyddar? —dijo Lucas—. Mis tutores me lo enseñaron todo sobre ti, aunque me advirtieron de no ponerme en contacto contigo a no ser que estuviera preparado. Dijeron que sería peligroso. Quizás tenían razón.
—Él es mi hermano, Jan —dijo Sofía. Alargó el brazo que Jan no sujetaba hacia el de Lucas—. Puedo sentir sus poderes y… bueno, míralo.
—Pero no hay ningún registro sobre él —insistió Jan—. Oli lo hubiera mencionado si realmente hubiera un hijo de los Danse. A ti y a Catalina os mencionó bastante.
—Parte de esconderme era esconder los rastros de mí —dijo Lucas—. Supongo que dicen que morí de bebé. No te culpo por no creerme.
Sofía culpaba un poco a Jan, a pesar de que lo entendía. Ella quería que esto fuera bien. Quería que todo el mundo aceptara a su hermano.
—Lo llevaremos al castillo —dijo Sofía—. Si alguien sabrá sobre esto es mi tío.
Jan pareció aceptarlo y se dispusieron a dirigirse de vuelta a Ishjemme, pasando por delante de las casas de madera y los árboles que crecían entre ellas. Para Sofía, la presencia de Lucas le encajaba de algún modo, como si un fragmento de su vida que no sabía que le faltaba había vuelto de alguna manera.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó Sofía.
—Dieciséis —dijo. Eso lo situaba entre ella y Catalina, no era el primogénito, pero el chico mayor. Sofía podía entender cómo eso hubiera hecho peligrar las cosas en el reino de la Viuda. Pero que Lucas marchara no los había mantenido a salvo, ¿no?
—¿Y has estado viviendo en las Tierras de la Seda? —preguntó Jan. Había una nota de interrogatorio en ello.
—Allí y en un par de lugares de sus islas periféricas —respondió Lucas. Le mandó una imagen a Sofía de una casa que era de lujo pero sosa, las habitaciones se dividían con sedas en lugar de paredes sólidas—. Pensaba que era normal crecer educado por tutores. ¿Fue así para vosotras?
—No exactamente. —Sofía dudó por un momento y después le mandó una imagen de la Casa de los Abandonados. Vio que Lucas, su hermano, apretaba la mandíbula.
—Las mataré —prometió y tal vez su intensidad mejoró las cosas con Jan, pues su primo asintió también con el sentimiento.
—Catalina te ganó a eso —le aseguró Sofía—. Te gustará.
—Por lo que decís, mejor espero gustarle yo a ella —contestó.
Sofía no tenía ninguna duda de eso. Lucas era su hermano, y Catalina lo vería tan claro como ella. Por lo que veía, los dos también encajaban bien. No eran los polos opuestos que ella y Catalina a menudo parecían ser.
—Si crecisteis… allí —dijo Lucas—, ¿cómo llegasteis hasta aquí, Sofía?
—Es una historia larga y complicada —le aseguró Sofía.
Su hermano encogió los hombros.
—Bueno, parece que hay un largo camino de vuelta al castillo y a mí me gustaría saberlo. Parece que ya me he perdido demasiado de vuestra vida.
Sofía hizo todo lo que pudo, exponiéndolo trozo a trozo, desde que escaparon de la Casa de los Abandonados, hasta que se infiltró en el palacio, se enamoró de Sebastián, tuvo que marcharse, la volvieron a capturar…
—Parece que habéis pasado mucho —dijo Lucas—. Y aún no has empezado a contarme cómo todo esto os llevó a terminar aquí.
—Había una artista: Laurette van Klett.
—¿La que te pintó con la marca de los contratados incluida? —dijo Lucas. Parecía que ya la había colocado en la misma categoría que los demás que la habían martirizado y Sofía no quería eso.
—Ella pinta lo que ve —dijo Sofía. Esa era una persona de su viaje por la que no sentía ninguna rabia—. Y vio el parecido entre mi madre y yo en un cuadro. Sin eso, no hubiera sabido por dónde empezar a buscar.
—Entonces todos le debemos nuestra gratitud —dijo Jan—. ¿Y tú, Lucas? Antes hablaste de tutores. ¿En qué te instruyeron? ¿Para convertirte en qué te educaron?
De nuevo, Sofía tuvo la sensación de que su primo estaba intentando protegerla de su hermano.
—Me enseñaron idiomas y política, a luchar y por lo menos los principios de cómo usar los talentos que todos nosotros tenemos —explicó Lucas.
—¿Te enseñaron a ser un rey a la espera? —preguntó Jan.
Ahora Sofía entendía parte de su preocupación. Pensaba que Lucas estaba allí para intentar apartarla. Aunque sinceramente, sospechaba que su primo estaba más preocupado de lo que estaba ella. De hecho, ella no había pedido que la llamaran a ser la heredera del trono del reino de la Viuda.
—¿Piensas que estoy aquí para reclamar el trono? —preguntó Lucas. Negó con la cabeza—. Me enseñaron a ser un noble, lo mejor que pudieron. También me enseñaron que no hay nada más importante que la familia. Por eso vine.
Sofía podía sentir su sinceridad a pesar de que Jan no lo hiciera. Para ella era suficiente –más que suficiente. La ayudaba a sentirse… segura. Ella y Catalina habían confiado la una en la otra durante demasiado tiempo. Ahora, había una extensa colección de primos, su tío… y un hermano. Sofía no podía expresar la sensación que eso daba de que su mundo se había extendido.
Lo único que lo haría mejor era que Sebastián estuviera allí. Esa ausencia parecía un agujero en el mundo que no se podía llenar.
—O sea —dijo Lucas—, ¿el padre de tu hijo es el hijo de la mujer que ordenó que mataran a nuestros padres?
—¿Piensas que eso complica demasiado las cosas? —preguntó Sofía.
Lucas le contestó medio encogiendo los hombros.
—Complicado, sí. ¿Demasiado complicado? Eso lo tienes que decir tú. ¿Por qué no está aquí él?
—No lo sé —confesó Sofía—. Me gustaría que estuviera.
Por fin, llegaron al castillo y se dirigieron al recibidor. Las noticias de la llegada de Lucas se les debían haber adelantado, pues todos los primos estaban en el recibidor, incluso Rika, que tenía una venda para tapar la herida en la cara que había recibido defendiendo a Sofía. Sofía se dirigió primero a ella y le cogió las manos.
—¿Estás bien? —preguntó.
—¿Y tú? —replicó Rika—. ¿Y el bebé?
—Todo está bien —la tranquilizó. Miró alrededor—. ¿Catalina está aquí?
Ulf negó con la cabeza.
—Frig y yo no la hemos visto hoy.
Hans tosió.
—No podemos esperar. Tenemos que entrar. Padre está esperando.
Hizo que pareciera serio, pero entonces, Sofía recordó cómo había sido cuando ella llegó allí, y lo precavida que había sido la gente con ella. En Ishjemme, eran muy prudentes con la gente que aseguraba ser uno de ellos. Sofía se sentía casi tan nerviosa estando allí esperando a que las puertas se abrieran como lo había estado la primera vez, cuando había sido ella la que reclamaba su herencia.
Lars Skyddar estaba delante del asiento ducal, esperándolos con gesto serio como si estuviera preparado para recibir a un embajador. Sofía tenía la mano entrelazada con la de su hermano mientras avanzaban, a pesar de que eso provocó una mueca de confusión de su tío.
—Tío —dijo Sofía—, este es Lucas. Es el que vino de las Tierras de la Seda. Es mi hermano.
—Le he dicho que eso no es posible —dijo Jan—. Que…
Su tío alzó una mano.
—Había un niño. Pensaba… me dijeron, incluso a mí, que murió.
Lucas dio un paso adelante.
—No morí. Estaba escondido.
—¿En las Tierras de la Seda?
—Con el Oficial Ko —dijo Lucas.
El nombre pareció bastar para el tío de Sofía. Dio un paso adelante y le brindó a Lucas el mismo abrazo aplastante e inmenso que le había dado a Sofía cuando la reconoció.
—Pensé que ya me habían bendecido lo suficiente con el regreso de mis sobrinas —dijo—. No pensaba que podría tener un sobrino también. ¡Debemos celebrarlo!
Parecía evidente que debía haber un banquete, e igual de evidente que no había tiempo para prepararlo, lo que significaba que casi a la vez, había sirvientes corriendo casi en todas direcciones, intentando preparar las cosas. Casi parecía que Sofía y Lucas se habían convertido en el punto inmóvil del centro de todo aquello, allí de pie mientras incluso sus primos corrían alrededor intentando preparar cosas.
«¿Las cosas siempre son así de caóticas?» —preguntó Lucas, mientras media docena de sirvientes pasaban corriendo por delante con bandejas.
«Creo que solo cuando hay un nuevo m*****o de la familia» —le devolvió Sofía. Se quedó quieta, preguntándose si debía hacer la siguiente pregunta.
—Sea lo que sea, pregúntalo —dijo Lucas—. Sé que tiene que haber cosas que necesitas saber.
—Antes dijiste que te criaron unos tutores —dijo Sofía—. ¿Eso significa que… mis, nuestros, padres no están en las Tierras de la Seda?
Lucas negó con la cabeza.
—Al menos, no que yo pudiera descubrir. He estado buscando desde que llegué a la mayoría de edad.
—¿Tú también has estado buscándolos? ¿Tus tutores no sabían dónde estaban? —preguntó Sofía. Suspiró—. Lo siento. Parece que no esté feliz de haber ganado un hermano. Lo estoy. Estoy muy feliz de que estés aquí.
—¿Pero sería perfecto si estuviéramos todos? —supuso Lucas—. Lo comprendo, Sofía. Yo he ganado dos hermanas, y primos… pero también estoy muy ávido de tener padres.
—No creo que eso cuente como avaricia —dijo Sofía con una sonrisa.
—Tal vez, tal vez no. El Oficial Ko decía que las cosas son como son, y el dolor viene de desear otra cosa. Para ser justos, normalmente lo decía mientras bebía vino y le masajeaban con los mejores aceites.
—Pero ¿sabes alguna cosa sobre nuestros padres y a dónde fueron? —preguntó Sofía.
Lucas asintió.
—No sé a dónde fueron —dijo—. Pero sé cómo encontrarlos.