CAPÍTULO TRECE Angelica se arreglaba con cuidado en los aposentos de la casa señorial de Ruperto, pensando en cómo se vería desde la puerta tan exactamente como fuera posible, pues sabía que solo tendría una oportunidad de causar una buena impresión. Estaba cuidadosamente sentada en el borde de una silla delante de su gran cama, justo en ese preciso espacio entre recatada y deseable. Se había cambiado el vestido de boda y llevaba uno sin estrenar tomado de un modista sencillamente por la fuerza de su palabra. Todavía no se había atrevido a volver a su casa, por si los hombres de la Viuda la estaban esperando. —Espera que escape y me esconda —susurró Angelica—. Pues bueno, no haré nada de eso. —¿Hablando sola, milady? —dijo Ruperto al entrar—. Es una ladrona mediocre. Angelica debía con