“Dame una razón para entender el por qué la pasión, arde peor que el infierno…”
Magno Khok II
Esa noche fue maravillosa para Harris, nuevamente podía sentir la entrega absoluta de Emily en cuerpo y alma, era una especie de restauración emocional, donde los errores del pasado parecían haber quedado atrás.
Cuando más emocionado y feliz estaba Harris, escuchó el llanto de uno de sus hijos, tuvo que levantarse entre dormido y despierto, pensaba que ya había amanecido y debía comenzar su segundo día de niñero. Emily lo sostuvo del antebrazo, y él terminó de abrir los ojos para ver que realmente estaba pasando en ese preciso instante.
—Los bebés están llorando —dijo, aún aturdido.
—No te preocupes, acuéstate. Yo me encargo.
—Pero si debes ir a la universidad —respondió él, restregando con sus nudillos ambos ojos.
—Son las doce de la noche.
—¿De verdad? —preguntó confundido.
—Sí, ven. Acuéstate, yo iré.
Harris se dejó caer, tomó la cobija y se cubrió. Emily se levantó rápidamente y fue a la habitación de los trillizos. Tomó a Esteban para amamantarlo.
No podía ocultar la felicidad que sentía, sus ojos resplandecían de goce, había pasado un par de horas llenas de placer y relax. Harris era el amante perfecto, ese tipo de hombres que disfruta y hace disfrutar a su pareja. Respiró profundamente, mientras arrulla al pequeño en sus brazos, piensa en que Harris no logrará cuidar a los bebés como asegura. Si bien, estaba en contacto con Blanca y esta la mantenía al tanto de todo lo que estaba pasando, ella siente compasión por él.
Debe haber una manera de que ella pueda estudiar y ayudarlo con los niños, y realmente la había, sólo que eso significaba tener que renunciar al consultorio. Y Elbert contaba con ella, con su apoyo incondicional.
Finalmente, Esteban se quedó dormido, lentamente ella lo acostó en su cuna. Era hermoso ver a sus tres niños sanos, creciendo a la velocidad de la luz, eso era algo que ella podía percibir cada vez que los vestía y notaba que la ropa le quedaba pequeña.
—Crecen tan rápido. —esbozó una tierna sonrisa.— De seguro serán unos galanes como su padre y tú mi ángel, toda una princesa.
Emily escuchó pasos y volteó hacia la puerta. Alice estaba aún despierta.
—Mi amor ¿Qué haces despierta aún?
—No me puedo dormir. ¿Me puedo quedar contigo?
—Claro, pero vamos a tu habitación, no queremos que los trillizos se despierten ¿verdad? —la niña negó con su cabeza. Emily salió junto con ella del dormitorio de los niños y fue con ella hasta su cuarto.
Emily la ayudó a acostarse y cubrió su cuerpo con la suave cobija. Luego se sentó a su lado y se recostó del espaldar.
—¿Quieres que te cuente un cuento? —Alice elevó sus hombros. Emily podía notar que la pequeña estaba triste, quizás el cambio de rutina la había afectado un poco.— ¿Por qué mejor no me cuentas qué te sucede mi amor? —la niña la observó y luego bajó la mirada.
—Es que extraño a mi abuelita Aghata.
—Yo también la extraño mucho. Pero sabes que esté donde esté ella te cuida ¿verdad? —la niña asintió.— ¿Quieres que te cuente una historia, sí o no?
Nuevamente la niña encogió los hombros, Emil y sabía cuan feliz se ponía Alice de sólo mencionarle que le leería un cuento. Algo debía estar pasando que ella no se veía entusiasmada.
—No me dirás que realmente te ocurre, ¿No confías en mí? —Alice asintió.
—Es que en el transporte escolar un niño comenzó a burlarse de mí, y a decir que mi papá era una niñera. —Emily exhaló un suspiro, la abrazó, la pequeña de refugió en su pecho.
—Tu padre es un hombre maravilloso, no es una niñera, es un padre que desea protegerlos a ustedes y a mí.
—Sí, lo sé. Pero me llené de rabia y casi golpeó a Fred.
—Alice, las cosas no se resuelven de esa manera. —la pequeña frunció el ceño, en eso era idéntica a Harris.— No te enojes mi amor. Déjame explicarte algo. Los niños no entienden muchas cosas, mucho menos cuando nosotros los padres, nos ocupamos en sembrarles nuestras verdades —Alice no parece entender lo que Emily desea explicarle.
—No entiendo, mami.
—Bien, Fred sólo es el reflejo de sus padres, quizás su padre es el típico hombre que sale a trabajar y su mamá se queda en casa, entonces para él es difícil ver lo contrario, es decir, que yo vaya a trabajar y tu papi se quede en casa ¿entiendes ahora?
—Sí, un poco. Pero qué hago si se sigue metiendo conmigo.
—Ignóralo, si le haces caso terminas dándole la razón. Y tú y yo sabemos que tu papá sólo está ayudándome en estos momentos, pero eso será solo por algunos meses.
—Gracias mami por explicarme. Mañana lo ignoraré, pero creo que tendrás que ir conmigo a la escuela.
—¿Eso por qué? —preguntó con asombro.
—Porque mi maestra mandó una nota y dice que tú o papá deben ir, pero como él está cuidando de mis hermanitos, creo que tendrás que ir tú.
—A ver, muéstrame la nota. —la niña se levantó, fue hasta donde estaba su maleta, sacó el cuaderno y la nota.
Emily la tomó y leyó el mensaje, aunque sintió ganas de reír, terminó disimulando delante de la niña.
—¿Cómo es eso que empujaste a Fred, Alice?
—Es que en el recreo, volvió a decirme —hizo una pausa y se acercó para susurrar al oído de su madre, aquella palabra grotesca.
—¿Qué? ¿Qué dijo qué? —la niña volvió a decirle al oído.— No le hagas caso mi amor, mañana temprano iremos a hablar con la maestra. —dijo con firmeza, Alice sonrió, Emily era la única que sabía entenderla.
Nuevamente la pequeña se acostó, Emily besó su frente y en pocos minutos estaba dormida. Luego fue a ver que Mateo estuviese bien, efectivamente dormía como un lirón. Regresó a su habitación, Harris abrió los ojos a sentirla acostarse.
—¿Se durmieron? —preguntó, mientras pasaba su brazo por la cintura de Emily.
—Sí, todos están profundamente dormidos. Estaba con Alice, no podía dormir.
—¿Y eso?
—Uno de sus amiguitos dijo que tú eras m… —Se acercó y le susurró al oído.
—¡Jajajajaj! —Harris dejó escapar una risa estruendosa.
—No te rías, vas a detestar a los niños. —dijo ella en voz baja, cubriéndole la boca.— Ella está muy triste porque Fred dice que eres una niñera. —Harris frunció el ceño.
—Puedo demostrar que no lo soy —dijo poniendo cara de perverso y arrojándose sobre ella. Él comenzó a hacerle cosquillas en la barriga, ella no podía evitar reír.
Harris bajó su pijama, cerró la puerta con seguro y se regresó absolutamente desnudo hacia donde estaba ella. Emily lo miró con picardía, lo sujetó con ambas manos por la cadera, besó su pelvis, Harris colocó ambas manos en su cabeza y observó como ella introducía su sexo entre sus labios.
—¡Dios! —dijo él y ella sonrió sin apartar sus ojos de los suyos. Sus miradas parecían hablar más que sus propios labios, aquella conexión resultaba más excitante de lo normal.
Se amaban y se deseaban con vehemencia, cada uno de sus emociones era apenas motivadas por el otro.
—Nunca antes hice algo así —dijo ella mientras deslizaba su lengua a lo largo de su falo ardiente y latente. —Despiertas en mí, lo irracional.
—Tú eres mi perdición Emily Robles.
Emily se había convertido en una especialista en este tema, luego de recibir clases en la universidad de sexologia, que era una asignatura indispensable para su carrera de psicología, aprendió algunos trucos que podrían enloquecer a Harris. Mientras saboreaba su sexo, deslizó sus manos entre sus piernas y apretó su dídimo. Harris se estremeció con aquella acción de Emily, quien al verlo gemir, aceleró sus movimientos de rápidos a muy rápidos, provocando en él un estallido orgásmico increíble que tuvo que contener para no dejarla sin recibir su virilidad al máximo.
Aquello despertó en Harris su instinto perverso, la levantó sujetando sus piernas y llevándola hasta la pared, ella se sujetó de su cuello y enlazó sus piernas en su espalda, mientras él colocó su falo, tanteó su hendidura y la penetró con fuerza, con ganas, con un deseo salvaje de hacerla suya completamente. Los sonidos de sus pieles chocando fueron minimizados cuando ella, le recordó lo cercano al resto de las habitaciones, Harris accedió a hacer movimientos firmes y precisos, que enloquecieron a Emily quien sin poder contenerse se contoneo lo poco que podía para sentir muy dentro a su hombre, en pocos minutos sus cuerpos exhaustos lograron volar por las nubes tras aquel éxtasis de dos amantes que abren sus alas hasta alcanzar el límite de sus fuerzas en pleno vuelo.