Al día siguiente, Constanza se revolvió en la cama sintiendo su estómago sumamente delicado. Al acomodarse de lado, sus tripas rugieron y segundos después se levantó para correr al baño y vomitar todo lo que había comido y bebido ayer en varias ocasiones. En consecuencia, sintió la cabeza pesada y partida en dos. Caminó de vuelta a la cama con mucho dolor tanto en el estómago como en la cabeza, y al llegar se acomodó en el filo de esta.
—¿Te sientes mal? —preguntó el apuesto y guapo Fernando. Ella le miró con ojos decaídos al mismo tiempo que asentía con la cabeza, teniendo sus manos en la barriga.
Ni bien terminaba de asentir, regresaron los malestares que la llevaron corriendo de vuelta al baño.
Al verla en ese estado, Fernando suspiró y se dirigió hasta la clínica. Compró unas medicinas para la resaca y, al volver a la habitación, ella se encontraba recostada en la cama con el rostro pálido. Con sutileza, le extendió una taza de café caliente y una pastilla.
—¡Gracias! —susurró al sostener la taza. Mientras tomaba sorbos, iba sintiendo alivio en su estómago.
—Espero que te mejores, a mí me ayuda mucho el café.
Constanza le miró mientras bebía de la taza. Ese hombre, además de ser guapo y divertido, era bondadoso. Parecía un hombre sacado de un sueño, de esos que ya no se encuentran en este mundo porque están escasos, pensó para sí misma.
Colocó la taza a un costado y expulsó la pregunta que llevaba recorriendo su cabeza por varios minutos.
—Anoche… —hizo una pausa y se quedó pensativa. No sabía de qué manera preguntar lo que le estaba carcomiendo por dentro. Soltó un suspiro y volvió a mirarlo—. Anoche no pasó nada, si es lo que quieres saber —aseguró el marino—. Te dormiste en mis brazos mientras bailábamos y luego te traje a la habitación —aclaró antes de que continuara pensando en la absurda idea de que él se aprovechó de ella.
—¿No mientes? —Al no recordar nada, se sentía angustiada. Imaginaba que pudo haber cometido una locura de la cual no era consciente.
—¿Yo no miento? No conozco el significado de esa palabra. Además, ¿por qué me aprovecharía de ti en el estado en que te encontrabas? —Ella se encogió de hombros y él sonrió—. Te crees irresistible, ¿verdad?
Constanza ladeó la cabeza y volvió a beber del café. Bajó la taza y posó su mirada en Fernando. Luego, vocalizó:
—No me creo, yo soy irresistible —afirmó, provocando que Fernando soltara una carcajada—. ¿Qué te causa gracia? ¿Consideras que no lo soy? —Masculló con el ceño fruncido y sin despegar la mirada de esos ojos verdes que la tenían cautivada.
—¡Claro que lo eres! No se puede negar que eres hermosa y que todos caerían rendidos a tus pies —Hizo una pausa y continuó—. Todos, menos yo. No me gustan las gruñonas —Aclaró serenamente.
—Tonto —Reprochó lanzándole una almohada.
—¡Ah! ¿Ya te sientes mejor? Parece que la señorita ya recuperó sus fuerzas y hasta tiene ánimos para lanzarme cosas —Masculló Fernando mientras agarraba la almohada y le devolvía el golpe.
Constanza le miró con un mejor semblante y volvió a lanzarle la almohada. Fernando, por su parte, hizo lo mismo, y así empezaron a lanzarse las almohadas de un lado a otro.
Para ese entonces, Constanza ya había terminado el café y sus ánimos habían mejorado. Agarrando una almohada, empezó a golpear a Fernando, quien le siguió la corriente y comenzaron a correr de un lado a otro golpeando sus cuerpos, hasta que las almohadas se rompieron y las suaves plumas volaron por el aire.
Dentro de aquella habitación, el ambiente era de gritos y carcajadas que retumbaban en las paredes.
Cuando notaron que las almohadas habían quedado sin plumas y que estas volaban por el aire, cayeron sobre una de las camas riendo a carcajadas. Sin planearlo ni tener intención alguna, Fernando cayó sobre ella e inmediatamente la sonrisa desapareció. Se quedaron mirando fijamente y cuando varias plumas se posaron sobre el cutis de Constanza, Fernando las retiró suavemente para deleitarse observando el perfecto rostro que se encontraba debajo de él. Reteniendo el aire y solo escuchando los latidos de su corazón, bajó lentamente su rostro en dirección al de ella. Ambos no eran conscientes, simplemente se dejaban llevar por la sensación de unir sus labios.
Cuando estuvo a milímetros de ella, se detuvo en ese momento porque tocaron la puerta. Aquel sonido les trajo de vuelta y, siendo el primero en reaccionar, Fernando se levantó sentándose en el filo de la cama. Aclaró la garganta y miró hacia la puerta disponiéndose a levantarse para abrir.
Soltando un suspiro, ella le detuvo tomándole la mano. Fernando se detuvo en seco y lentamente giró su rostro, ya que el contacto de las manos de Constanza le provocó una corriente magnética que hizo temblar su corazón. —¿Qué sucede?— indagó con voz grave y bajó la mirada a sus manos entrelazadas.
Constanza también bajó la mirada y rápidamente se desprendió. Soltando un suspiro, pronunció— Si abres la puerta, se darán cuenta de todo esto— indicó señalando el desorden alrededor de la habitación.
—Tienes razón— musitó. Se suponía que debía detenerse, no obstante, continuó hasta la puerta mientras replicaba— Pero eso es lo de menos. Veré quién es.
Cuando abrió la puerta, se quedó en trance. Levantando una ceja, volvió a ver a Constanza y sonrió con malicia.
—Señor Williams, ¡buenos días! Estamos aquí para ordenar las habitaciones— explicó una de las jóvenes del servicio.
—Claro, pasen— se hizo a un costado para que las mujeres ingresaran. Al pasar el umbral de la puerta, los ojos de ambas se abrieron asombradas.
—¿Qué pasó aquí?— preguntaron sorprendidas.
—Señorita, yo le explicaré. Fue ella— apuntó a Constanza mientras contenía las ganas de reír. El rostro de ella se puso rojo al ser acusada. Ni siquiera se imaginó que él le echaría la culpa.
—¿Por qué me acusas solo a mí? Tú también lo hiciste— gruñó molesta. —Empezaste tú, les juro— intentó defenderse de la acusación injusta que le hicieron y para evitar que las muchachas la regañaran, o peor aún, que el capitán la echara del barco.
Las chicas se miraron entre sí sonrientes. —No se preocupe señora, es normal que suceda esto en una luna de miel, solo que no nos avisaron que había una pareja de recién casados.
—¿Luna de miel? Pero…— intentó explicar que entre ella y él no había nada, sin embargo, las chicas empezaron a trabajar.
Constanza soltó un suspiro de rendición y, luego, rodó los ojos al observar a Fernando riendo por lo que las chicas habían dicho. Para él era agradable y divertido que la gente los confundiera como pareja, pero Constanza estaba más que cansada de explicar que no eran nada. No obstante, la gente seguía preguntando y imaginándose películas sobre una relación inexistente entre ella y Fernando. Estaba harta de toda esa situación.
—Ya deja de reír, pareces un niño frente a un payaso – reprochó mientras hacía una bola con la funda de almohada y se la lanzaba. Fernando la esquivó y se lanzó a la cama riendo a carcajadas.
Poniendo los ojos en blanco, se adentró en el baño. Cuando salió, las camareras y Fernando ya no estaban. Además, la habitación había quedado completamente limpia y brillante, tal como la encontró cuando llegó.
Envuelta en una toalla, caminó hacia su equipaje, se vistió rápidamente y salió a tomar aire fresco. Mientras caminaba por los pasillos, saludaba a todas las personas que había conocido la noche anterior y con quienes había compartido un momento agradable. De camino al salón, se encontró con la pareja de novios que había conocido en el casino.
—Hola, ¿qué tal tu día? — la saludaron con un beso en la mejilla. —¿Amaneciste con resaca? — preguntó Eli.
Constanza asintió y suspiró mientras recorría el salón con la mirada, como si estuviera buscando a alguien.
—Amanecí de la misma forma.
—Lo que bebimos fue fuerte — acotó.
—Ajá, ¿y Fernando? — cuestionó Enderson.
Constanza se tensó al mismo tiempo que encogía los hombros y bajaba la mirada.
—No sé nada de él. Estaba en la habitación y cuando salí de la ducha, ya no lo encontré.
—¡Espera! ¿Comparten el mismo camarote? ¿Entonces, sí son algo? — Cons asintió y negó, lo que confundió a Elizabeth.
—Es una larga historia… Te la explico en resumen: cuando hicimos las reservaciones, nos asignaron el mismo camarote. Fue un error del sistema o no sé qué pasó, pero ninguno de los dos lo sabíamos hasta que nos encontramos en el mismo lugar y le golpeé con la funda de almohada — Ender y Eli soltaron una carcajada. — Al principio me negué a que se quedara, pero cuando el capitán me dijo que la transferencia de mi p**o no había sido exitosa, resultó que yo era quien no tenía camarote y él terminó compartiendo conmigo.
—¡Vaya, interesante la forma en que se conocieron! — acotó Elizabeth.
—Sí, fue una casualidad inesperada — musitó entre suspiros.
—Más que casualidad, lo veo como destino — agregó Ender, incitando con una sonrisa. — Quizás están destinados a estar juntos.
—No creo en el destino — expresó Cons.
—Ahí viene tu destino — comunicó haciendo señas.
Constanza y Elizabeth giraron la cabeza y se encontraron con Fernando detrás de ellas. Constanza Báez tragó saliva con dificultad, al mismo tiempo que su pecho subía y bajaba.
—Buen día — saludó y echó una mirada rápida a Constanza, luego chocó la mano con Enderson y, a Constanza y Lourdes, las saludó con un beso en la mejilla. Cuando sus labios tocaron el rostro de Constanza, Fernando infló el pecho, reteniendo así el aire.
—Muy guapo, Fernando. ¿Para quién te arreglaste así? — indagó Eli con segundas intenciones. — ¿Será que hay alguien por ahí a quien quieres impresionar? — Fernando sonrió y su rostro se sonrojó.
—Nada que ver — expresó inflando los pulmones. — Siempre he sido guapo, son los genes de mis padres — se halagó con una hermosa sonrisa que deslumbró a Constanza. Él la miró fijamente, provocando que ella bajara la mirada.
—Tienes el ego muy alto, princesito —, masculló Constanza. Fernando arqueó una ceja y la continuó contemplando — Lo digo porque te halagas a ti mismo.
Fernando no dejó de observarla, y ella subía y bajaba la mirada, le era difícil mantenerla fijamente en él.
—Mírame y dime si no te parezco guapo — retó poniendo sus brazos sobre la redonda mesa, y le miró intensamente.
La pareja de enamorados les contemplaron con entusiasmo. Enderson miró a su novia, que se deleitaba observando a esos dos discutir. Por un momento, ella le miró y con un movimiento de ceja le señaló a Constanza y Fernando. Él sonrió y asintió.
En cuanto a Constanza, no pudo mantener la mirada. No entendía qué rayos le pasaba. Ella siempre había sido una joven de miradas largas. Justo ahora simplemente no podía, ese hombre la ponía nerviosa. Soltando un suspiro silencioso, conectó su mirada con la de Fernando y mostrando seguridad respondió:
—Espero que no te disguste mi opinión, dándote mi punto de vista eres del promedio bajo de América —. Aquello hizo que Fernando soltara una carcajada.
—Anoche no dijiste eso — le recordó al recostarse en la silla, seguido bebió del refresco y sobre el filo del vaso le miró, provocando que el corazón de Constanza latiera con fuerza.
—Estaba borracha, al borracho todo le parece lindo — se excusó tragando grueso y llevando la mirada hacia el mar.
—Los niños y borrachos siempre dicen la verdad, y me quedo con lo que dijiste anoche —, permaneciendo la mirada en ella acotó —Tu también me pareces hermosa — Sonrió y lanzó el sorbete para atraer la mirada de Constanza.
—Lo sé, no tienes que decírmelo — musitó ella y bebió del refresco.
—Eres muy engreída pero así me encantas — confesó, y se levantó para cortar con la tensión —¿Me acompañas, Enderson?
—¿A dónde?
—Al casino.
—Te sigo — Ender se despidió de Elizabeth y se fue tras Fernando.
Una vez que quedaron solas, Elizabeth continuó con la conversación.
—Oye, ¿En serio no te parece guapo? Digo, porque de ser así estarías ciega, mujer.
Constanza se quedó pensando en la mirada de Fernando.
—Pues estoy ciega, porque la verdad no me parece atractivo. Hay hombres mucho más guapos, además, Fernando es un engreído y presumido — refutó mientras se maldecía a sí misma por sentir mariposas en el estómago.
¿Qué si es guapo? ¡Por favor, es guapísimo! Hablaba consigo misma y mordía su labio. Soltando un suspiro, miró a Elizabeth.
—Mmmm, eso me huele a…
—Ni lo digas — la detuvo antes de escuchar tremenda estupidez. —No me gusta en absoluto, me parece un gran chico y creo que podemos ser buenos amigos, pero más que eso no. Se le nota lo mujeriego que es, no quiero ni imaginarme las mujeres que tendrá tras de él — aclaró antes de que Elizabeth se haga ideas estúpidas. Al mismo tiempo, soltó un suspiro por la boca.
—Entonces aceptas que es guapísimo.
Constanza miró y sonrió. —¿Te gusta? — Inquirió para acabar con la tensión en ella.
—Decir que está guapetón no significa que me guste. Tengo a mi peluchito y no lo cambiaría por nadie.
—¿Peluchito? Ja…
Se distrajo un momento con Elizabeth, tanto que incluso se olvidó de la lectura. Cuando finalmente recordó sus libros, se sintió frustrada. Mordió su labio mientras tramaba una forma de cobrarle a Fernando por su descaro. Elizabeth la contemplaba mientras imaginaba en secreto a Fernando y Constanza casándose.
—¿Tienes algún libro? —preguntó Constanza.
—¿Libros? —dijo Elizabeth sorprendida—. Sí, libros para leer.
Elizabeth sonrió. —¿Quién en su sano juicio trae libros a un crucero? Esto es demasiado hermoso como para estar leyendo y divagando en historias irreales.
Constanza suspiró y se preguntó, y al mismo tiempo se respondió, quién en su sano juicio. Pues quién más que ella.
—Yo —aclaró Constanza mirando fijamente a Elizabeth, quien rápidamente cambió su expresión.
—¿En serio te gusta la lectura? —preguntó Elizabeth, a lo que Constanza asintió antes de tomar un sorbo de su bebida.
—Soy una loca de la lectura —confirmó Constanza mientras se levantaba.
—Oye, no quise decirte loca —se disculpó Elizabeth, sintiéndose avergonzada por sus palabras.
—Tranquila, no pasa nada. Tengo que hacer algo, nos vemos después —dijo Constanza alejándose.
Cuando llegó a su habitación, comenzó a buscar entre las cosas de Fernando. Necesitaba encontrar algo con lo que pudiera amenazarlo y así lograr que le devolviera sus cosas. Después de buscar durante varios minutos, encontró una fotografía de él con una mujer que parecía muy atractiva.
—¿Qué haces? —se escuchó una profunda voz desde atrás, lo que la puso nerviosa de inmediato. Constanza se asustó tanto que dejó caer la fotografía, y ambos bajaron la mirada al piso. Constanza la recogió rápidamente —¿Por qué revisas mis cosas? Entrégame la fotografía —pidió Fernando, ajustando los dientes y tensando la mandíbula.
—¿Por qué te molestas? ¿Acaso es alguien importante para ti? —indagó Constanza, alzando las cejas—. ¿Quién es? —preguntó de nuevo.
—Eso no te interesa, devuélvemela —respondió Fernando. Su semblante cambió de ser un chico alegre, tierno y divertido a convertirse en un hombre serio y gruñón, con una expresión molesta.
—¡No lo haré! —afirmó ella mientras rodeaba la cama—. Primero me devuelves los libros y luego te la entrego.
—No puedo devolverte algo que lancé al mar —confesó con una sonrisa, volviendo a ser el chico que ella había conocido. Fernando era un hombre que no podía estar enojado por más de dos minutos.
—¿Qué hiciste, qué? —exclamó ella sorprendida.
—Lo que escuchaste, tiré tus libros al mar. Solo así podías prestar atención. Ahora, devuélveme la fotografía —dijo Fernando extendiendo la mano para que Constanza se la entregara.
—Pagarás por esto —amenazó ella al salir de la habitación.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó Fernando mientras la seguía caminando. Salieron de la habitación y se dirigieron a la parte abierta del barco. Constanza caminaba a grandes zancadas y Fernando la seguía—. ¿Qué piensas hacer, pequeña? —preguntó con una sonrisa en los labios, la cual desapareció cuando la vio romper la fotografía y lanzarla en pedazos al mar.
Constanza sacudió sus manos y lo miró con enojo. Fernando se aferró a la barandilla para observar los pedazos de la fotografía volando en el aire. Luego, la miró a ella y murmuró —No tenías derecho a hacer eso.
—¿Y tú tenías derecho a deshacerte de mis libros?
—Es diferente. Solo quería ayudarte a que disfrutaras de este maravilloso crucero y que no te encerraras en los libros.
—¿Yo te pedí ayuda?
—No.
—Entonces no debiste meterte en lo que no te importaba —reprochó Constanza y se retiró dejando a un Fernando afligido y con la mirada perdida en el inmenso mar, donde quedaron los pedazos de la fotografía de Dania.