Acomodando los codos en la barandilla y contemplando las aguas que quedaban atrás, Fernando suspiró una y otra vez al recordar al hombre semidesnudo en la cama que compartió con Dania durante tres años. Ladeando la cabeza y negándose a pensar en ello, se dirigió a la habitación y encontró a Constanza recostada en la cama escuchando música. Al verlo, ella se levantó inmediatamente y sacó sus audífonos. —Una de las reglas principales era que cuando yo estuviera en la habitación, no podías entrar. —Es mi habitación, puedo entrar cuando quiera. Constanza frunció el ceño y se levantó furiosa. —Bien, entonces quédate con tu habitación —refutó y se dispuso a salir. No obstante, la mano de Fernando se enganchó con la suya, obligándola así a detenerse. Antes de mirarlo, tragó saliva y soltó un