Después de cerrar la puerta, Constanza se quedó recostada en ella. Sintió pena por él, pero tampoco iba a permitir que se quedara en su camarote. Pese a que había dos camas, ese lugar era suyo y pagó mucho dinero por él. Aunque en realidad, quien pagó fue Lourdes, pero de todos modos era su camarote y nadie la sacaría de ahí.
Al transcurrir unos minutos, salió con un libro en la mano. Se sentó a contemplar el inmenso mar y, cerrando los ojos para concentrarse, inhaló la suave brisa que acariciaba su rostro. Inhaló y exhaló, y cuando se proponía a iniciar la lectura, la voz de aquel hombre desplomó su concentración.
—Hola de nuevo, ¿qué lees? —cuestionó Fernando.
—¿En serio te interesa saber sobre mi libro? —inquirió mirándole fijamente.
Al verla seria, Fernando sonrió provocando que ella pusiera los ojos en blanco—. Déjame sola, no puedo leer si hay alguien hostigando mi oído.
—Eres muy gruñona —refutó lanzando un pedazo de cerillo sobre ella.
—¿Qué es esto? —Constanza lo tomó entre sus dedos y, al ver qué era, se lo lanzó de vuelta a él—. Eres asqueroso. —Fernando soltó una carcajada por la cara de enojada que puso ella. Inhalando y exhalando para no perder los estribos, Constanza masculló—. Oye, ¿qué te traes conmigo?
Poniendo más seriedad, Fernando respondió—. Me caíste bien. Pensaba en que estamos aquí en este crucero sin conocer a nadie. Según tengo entendido, es para hacer amistades. ¿No crees que deberíamos empezar tú y yo siendo amigos?
—A mí no me interesa hacer amistad contigo. Ve y hazla por otro lado. Yo no he venido a buscar amistades, con las que tengo me basta y me sobra.
Fernando arqueó la ceja y, sonriendo de medio lado, indagó.
—¿Y novio?
—Mucho menos novio. Vengo escapando de… —suspiró y se tragó las demás palabras.
—¿Escuché bien? ¿Vienes escapando? —Fernando se acomodó en la silla, ya que le parecía interesante lo que acababa de escuchar—. ¿Qué haces? ¿Te he dicho que te vayas?
El antes nombrado movió la cabeza en desaprobación e increpó:
—Cuenta, ¿por qué estás aquí?
—Tú estás queriendo sacarme información personal, ¿piensas que te lo diré?
—¡Claro! Además, ya dijiste que venías escapando. Ahora solo debes decir, ¿de quién? ¿O de qué? Hay veces en que es bueno contarle tus problemas a los desconocidos. Además, no soy chismoso, por si crees que regaré tu secreto.
Constanza volvió a poner los ojos en blanco, respiró profundo y soltó el aire por la boca.
—No te diré nada. Ahora esfúmate, microbio —. Fernando volvió a soltar una carcajada y ella le miró fijamente. Aquel hombre era guapo, con unas cejas muy pobladas y labios delgados. Sobre todo, se notaba la suavidad de su corteza. Aquella nariz bien perfilada era fina y puntiaguda. Ni que decir de ese rostro sin rasguño alguno. Era exactamente su tipo de hombre. Quizás en otros tiempos hubiera estado babeando por él, pero ahora no está interesada en amoríos. El problema que la acarreaba no le permite volver a soñar con el amor. —¿Te divierte que te llamen microbio?
—Por supuesto que sí. Sé que no soy un microbio y por eso me causa risa que me compares — expuso, mirándole fijamente y procedió a estirar su mano. —Sé que no me has preguntado mi nombre, pero me presento. Soy Fernando Williams, es un placer conocerte señorita de ojos miel y encantadores.
Aquel halago hizo que ella sonriera de medio lado, detuvo la respiración y movió la cabeza imaginando que el hombre intentaba seducirla. Hubiera podido dejarle con la mano estirada, pero se consideraba una dama y no pondría en duda su educación.
—Constanza Báez, pero no puedo decir lo mismo. Conocerte no ha sido de mi entero agrado.
El contacto de sus manos provocó un hormigueo en las palmas de ambos. Al sentir ese cosquilleo, inmediatamente las retiraron.
—No seas tímida, no pienses que quiero vacilarte. Solo quiero hacer amistades para pasar estos meses de la mejor forma. Oh, ¿piensas pasar leyendo cuatro meses?— Frunció el ceño mientras esperaba una respuesta.
—Paso los 365 días entre los libros. ¿Piensas que me será difícil cuatro meses?
—Guao, ¿no me digas que estoy frente a una nerd?
—Pues sí, si leer historias románticas significa eso para ti, no puedo cambiar tu pensamiento.
—¿Te ofendiste?
—No, ¿por qué habría de hacerlo? Hasta donde sé, los nerds son personas inteligentes y con una reputación intachable, sobre todo dedicados a sus labores.
—Interesante, me agrada tu forma de ver las cosas — musitó sin quitar la mirada de sus ojos. Aquello hizo que Constanza bajara la mirada.
—¡Qué bien! No sabes lo feliz que me hace escuchar eso — replicó poniendo los ojos en blanco. Al mismo tiempo hizo la forma de los dedos en comillas, seguido abrió el libro e intentó concentrarse.
En cuanto a Fernando, sonrió y al ser ignorado le quitó el libro de la mano.
—¿Qué haces? ¡Devuélveme el libro, idiota!— Refutó intentando quitárselo. Al ser un tanto pequeña, luchaba por quitárselo. No obstante, el hombre tenía unos largos brazos y era un poco más alto que ella. A decir verdad, le sacaba una cabeza de más. Constanza suspiró cuando tocó el cuerpo de Fernando. Aquello le provocaba un hormigueo en su vientre.
Una vez que se soltó de ella, Fernando corrió alrededor de la mesa. Su sonrisa solo le hacía enfurecer más. La gente les observaba y sonreían al ver que parecían dos niños jugando a la cogida.
—¿No tienes con quién más divertirte? ¿Piensas que seré tu patito en este viaje?— Gruñó a la vez que lograba agarrar una parte del libro.
Aún sosteniendo la otra mitad del libro, Fernando la miró directo a los ojos y sintió una chispa encenderse en su corazón. —¿Te han dicho lo hermosa que te ves enojada?— Constanza apretó los dientes y le arrancó el libro. Ella era una joven educada, pero cuando la sacaban de sus casillas perdía la cordura.
—¿Está escapando de alguien, señorita Báez?—inquirió el hombre.
—Siempre—, reprochó y se fue.
Acomodándose en la silla, Fernando soltó un suspiro, el cual pensaba que era por el cansancio de la corrida. Por un instante se quedó pensativo y luego sonrió al recordar el momento que vivió hace unos minutos atrás. Se quedó pensando en que, al menos por un instante, se olvidó de Dania. Recordar a su ex le hacía mucho daño, por eso necesitaba distraerse y no pensar en ella. La única manera de mantener su mente ocupada era estando acompañado de más personas y divirtiéndose de la forma en que lo hizo con Constanza. Ella le parecía la persona perfecta para sacar a Dania de sus pensamientos. Solo necesitaba que Constanza olvidara el tema de los libros y así podrían disfrutar juntos de la maravilla del crucero.
—Fernando Williams, es un gusto encontrarlo en este barco— una profunda voz atrajo su mirada.
—Señor Robert, no pensé que lo encontraría por aquí— estiró su mano y le saludó—. ¿Qué hace aquí?
—Bueno… Necesitaba un respiro. Estoy cansado de casar tantas personas para que después de varios años se divorcien. ¿Y tú? ¿Qué te trae por aquí?— indagó Robert Spencer, un juez civil.
—¿Yo?— Fernando sonrió y pasó sus manos por la cabeza—. Me estoy dando unas vacaciones— solo esperaba que no se notara la mentira que había dicho.
—¿Andas con tu novia?
—¿Novia?— negó—. No tengo novia.
—¿Y la joven con la que jugabas?, ¿no es tu novia?— aquella pregunta le dejó en trance, luego sonrió y volvió a negar.
—Ella…
Cuando se disponía a explicar, el encargado de la tripulación se acercó.
—Señor Williams, me presento, soy Theyin.
—Mucho gusto, señor Theyin. ¿Ya solucionaron mi problema?
—De eso mismo queríamos hablarle— el hombre miró hacia atrás y suspiró—. Esperemos a la señorita Báez—. Minutos después, apareció Constanza e ignorando por completo a Fernando, se acomodó en la última silla que quedaba.
—¿Alguien puede explicarme para qué estamos reunidos?— dirigió la mirada a Fernando y masculló—. Y ¿por qué este señor también está aquí?
—Señorita Báez, estamos aquí para solucionar el problema del camarote.
—¿Qué problema? Ya está claro, el camarote es mío, porque yo llegué primero.
—El problema es que su transferencia fue retenida.
—¿Qué? ¿Cómo así? Mi amiga pagó, yo mismo vi el recibo.
—Sí, pero hace unas horas recibimos un correo de parte del señor Stuart, ese dinero está retenido. Ahora usted no cuenta con camarote alguno.
—No puede ser. ¿Cómo puede ocurrir esto?— Constanza miró a todos—. ¿Quiere decir que me echarán del barco?
—No, no podemos hacer eso a menos que exista una fuerza mayor, pero al no tener habitación porque su viaje no fue cancelado, sí podríamos regresarla.
Constanza no lo podía creer, tan cruel era el destino que deseaba regresarla a toda costa el mismo día de la fiesta de compromiso.
—Prometo que pagaré el viaje. Usted debe conocer a mi padre, él es dueño de la aerolínea…
—Sé quién es su padre, señorita Báez.
—Por favor, no me obligue a volver— pidió con la voz cortada.
Los ahí presentes se miraron aturdidos por la manera en que Constanza se encontraba.
—¿Está escapando de alguien, señorita Báez?— inquirió el hombre.
—No, como crees, solo quiero estar aquí, es mi primer viaje sola y quiero quedarme sí o sí.
—No contamos con habitaciones libres, al no tener confirmada la reservación de esa habitación se vendió a la última llamada que recibimos, pero no reflejó en el sistema, por eso sucedió la confusión de dos pasajeros en el mismo camarote, lamentamos que este suceso les esté pasando precisamente a ustedes.
Fernando, quien había permanecido en silencio contemplando los cristalizados ojos de Constanza, aunque ella hacía un esfuerzo por no llorar, él ya había notado la tristeza en aquellos ojos de miel. Por varios minutos la observó y llegó a la conclusión de que esa joven pedía a gritos salvación. Soltando un suspiro y carraspeando la garganta, propuso:
—¡Puedo compartir mi camarote con ella! Si es por dinero, pagaré su viaje.
—¿Está dispuesto a eso, señor Williams?
—Sí, me di cuenta de que hay dos camas, si ella acepta no habría problema.
El hombre dirigió la mirada a Constanza. Ella estaba perdida en la mirada de Fernando, pensando en que quizás él quería aprovecharse.
—Señorita Báez, ¿acepta compartir la habitación con el señor Fernando Williams? —Constanza soltó un suspiro porque se encontraba entre la espada y la pared, y solo ese hombre guapo de ojos verdes le estaba dando una solución. Sin saber qué motivos tenía, decidió aceptar.
—¿Tengo alguna otra alternativa? —Todos negaron y ella soltó un suspiro de rendición.
—Está bien, acepto, pero no entras cuando yo esté en la habitación, solo si es que vas a dormir ¿Entendido?
—Se supone que soy el dueño de la habitación, ¿no crees que sería yo quien debería poner las reglas?
—Pues yo llegué primero, así que obedeces lo que digo —replicó.
—Está bien, mi capitana —vocalizó con una ancha sonrisa.
—Bueno, así quedemos señores, yo me retiro y espero que disfruten de este viaje.
El hombre se despidió y se marchó.
—¿Por qué sonríes tanto? —preguntó Constanza.
—Porque tú me sacas muchas sonrisas.
—¿Tengo cara de payasa?
—No, pero tienes el rostro más hermoso que haya visto en este mundo —le halagó, haciendo que ella se sonroje. Al sentir mariposas en su estómago, Fernando carraspeó la garganta y preguntó:
—¿Estás escapando de alguien? —Los ojos de Constanza se vieron invadidos por una agua cristalina que nubló su visión.
—Es difícil contarle mi vida privada a alguien como tú.
—¿Y cómo soy yo? —indagó, haciendo que ella sonriera— Sé que soy un desconocido, pero puedes confiar en mí.
—Ese es el detalle, apenas te conozco y no puedo contarte mi vida privada.
—Pero vamos a ser amigos —musitó, mirándola fijamente.
—¿Aun después de haberte golpeado con la plancha? —preguntó, limpiando las pupilas dilatadas.
—¿Piensas que lograste lastimarme con esos golpes débiles como de niña? —Constanza sonrió mientras se perdía en la mirada de Fernando. Ambos volvieron a sentir aleteos en sus estómagos. Al sentirse extraño, él pasó gruesa saliva y propuso:
—Cuando estés lista para contar todo eso que guardas aquí —apuntó al corazón de ella y suspiró—, recuerda que estaré aquí para escucharte. Ahora iré a la habitación, necesito darme un baño.