Después de pasar una semana en la marina, Fernando finalmente tenía sus vacaciones. Apenas pisó tierra firme, encendió su teléfono y este no paró de sonar. Sus padres le enviaban mensajes constantemente, aparentemente habían vuelto a Miami y querían verlo con mucha insistencia.
Habían pasado varios años sin hablarles, exactamente desde el día en que rechazaron a su novia. Ni siquiera recordaba por qué fue, pero en definitiva se distanció y ya era mucho tiempo de eso. No es que les guardara rencor, simplemente estaba resentido por su oposición a su felicidad, por eso prefirió mantenerse alejado de ellos.
Llevaba tres años de relación con Dania. Para él, Dania era la mujer de su vida y planeaba convertirla en su esposa en un futuro cercano. Había pensado mucho en el asunto porque sentía que aún no era el momento, no se sentía preparado para dar ese paso tan importante. Aunque ella sacaba el tema varias veces, él siempre evadía la cuestión considerando que todavía eran demasiado jóvenes.
Al llegar a casa, soltó un suspiro silencioso y caminó suavemente sin hacer ruido, le encantaba ver la cara de sorpresa de Dania. No era la primera vez que le jugaba bromas de ese tipo, por eso siempre llegaba sin avisar para darle una sorpresa. Sin embargo, esta vez fue él quien se llevó la sorpresa. Una vez que llegó a la habitación, abrió la puerta lentamente y su mirada se encontró con un hombre en la cama.
Los ojos de Fernando recorrieron el desorden de la habitación, lo que le hizo pensar que algo había ocurrido allí. La decepción invadió su cuerpo y dejó caer las llaves que sostenía en sus manos, causando un leve sonido que despertó al individuo que dormía plácidamente en su cama.
Pensamientos dolorosos perforaron su corazón, el dolor se intensificó cuando vio a su novia salir del baño envuelta en una toalla y otra en su cabello.
—Fer, ¿por qué no me dijiste que vendrías hoy? —cuestionó acercándose lentamente. Fernando dio dos pasos atrás para evitar ser tocado por Dania.
Ella sonrió de medio lado y su sonrisa desapareció cuando vio la seriedad en el rostro de Fernando y sus ojos clavados en la cama.
—No es lo que estás pensando, cariño…
—¿Me crees estúpido? —Bufó molesto. —Eres una mujer—… cerró los ojos y se tragó las demás letras, pues su educación estaba por encima de todo.
Dispuesto a no seguir pisando el mismo lugar que el amante de Dania, y sin darle tiempo a una explicación, salió del departamento. La antes nombrada se sintió temerosa al momento que lo vio partir sin dejarle explicar las cosas. —Fernando ¡vuelve! —gritó y corrió tras de él.
Al ver que no se detenía y encontrarse en toalla, volvió a la habitación y empezó a vestirse. Agarró el móvil y le llamó sin descanso, por un instante observó al hombre que estaba en la cama y balbuceó rabiosa. —Ve por él, no entiendo por qué te quedaste callado.
…
Fernando aceleró el paso para no ser alcanzado. Una vez que llegó a la calle, agarró un taxi. Pese a sentir un profundo dolor, no permitió que sus lágrimas se desprendieran.
Su teléfono no dejaba de sonar y al mirar la pantalla se dio cuenta de que era su madre. Intentaba ignorar esas llamadas, sin embargo, la mujer continuó llamando. La conocía lo suficiente como para saber que no iba a dejar de llamar hasta escuchar su voz. Suspirando profundamente, contestó porque no quería preocuparla.
—Nandito —pronunció su madre, odiaba que le diga así, pero nunca se lo ha dicho.
—Estamos en Miami y necesitamos verte, cariño.
—Lo siento madre, pero no puedo verlos…
El padre de Fernando quitó el celular a la mujer que hablaba con el distinguido marino y masculló con esa voz ronca y potente.
—Fernando, necesito que vengas hoy a la villa, hay algo importante de qué hablar.
—No puedo… Estoy en la marina —refutó y colgó.
Tenía pensado dirigirse a la Villa, pero al saber que sus padres se encontraban en ese lugar desistió.
Caminaba en busca de un hotel. Al llegar a la habitación, se dejó caer sobre la cama sintiendo un vacío en su pecho por la descabellada traición. En vez de llorar, prefirió ahogar el grito entre sus manos. —¡Maldición, Dania! —masculló sin poder creerlo. Le era difícil asimilar que ella le había engañado. Después de todos los años que llevaban viviendo juntos, había hecho su mayor esfuerzo y dado todo por esa relación, tanto así que incluso llegó a discutir con sus padres por ella, y no lograba entender ¿Qué hizo mal? ¿Por qué le pagaba de esa forma?
Quería llorar, pero reprimió las lágrimas. El teléfono no dejaba de sonar y al ver que era ella, decidió apagarlo, porque no quería escucharla ni mucho menos leer sus mensajes. Era tanto el cansancio que sentía por la agotadora semana de trabajo, que se quedó completamente dormido. Dispuesto a sacar las penas, por la noche se dirigió a un bar junto a sus compañeros marinos.
—¿Pasa algo? —Indagó Josué al verle decaído, puesto que Fernando siempre había sido alegre y divertido, y precisamente en ese momento no lo estaba. Este último inhaló del tabaco y confesó.
—Encontré a Dania con alguien en el departamento —explicó, soltando un suspiro.
—¿Juntos? ¿Cómo? —preguntaba Josué haciendo un movimiento con sus dedos índice. Fernando asintió mientras volvía a inhalar del tabaco.
—¡Qué zorra! —reprochó Josué.
Fernando le miró y suspiró. En otro momento le hubiera golpeado por insultar a su novia, pero en ese momento simplemente no le importaba nada. Después de encontrarla con otro, le daba igual lo que dijeran de ella.
—Eso no es todo —comentó algo triste. —Mis padres están aquí y quieren verme. Aún no me siento preparado para verlos. —Soltó el humo que inhaló segundos antes. En ese momento, el móvil que se encontraba sobre la mesita vibró, el cual pertenecía a su amigo Josué.
—¿Quién es? —indagó Fernando mientras Josué agarraba el móvil. Al mirar la pantalla, murmuró—. Es ella, seguro llama para preguntar por ti, pero déjame esto a mí, yo me encargaré de ponerla en su lugar —Josué abrió la llamada.
—Dania, ¿Qué quieres? —cuestionó molesto.
—¿Fernando está contigo? Necesito hablar con él…
—¿Para qué? Fernando no está —informó muy serio.
—Necesito hablar con él, ¡Por favor!, yo sé que está a tu lado, pásale el móvil —sollozó.
—Él no quiere saber más de ti, así que deja de llamar.
—Necesito explicarle las cosas, Josué…
—No hay nada que explicar, debiste pensarlo antes de hacer lo que hiciste —concluyó Josué y cortó.
Soltando un suspiro, Fernando se levantó. Sus intenciones eran ir por ella y dejar que le aclarara las cosas.
—¿Dónde vas? —cuestionó Josué.
—Iré a buscarla —dio un paso, y Josué le sostuvo del brazo.
—No lo hagas —pidió su amigo.
—Necesito escuchar su explicación…
—¿Qué más explicación quieres? ¿No fue suficiente ver al tipo en tu cama?
Fernando soltó un suspiro y volvió a sentarse.
—¿No te das cuenta, brother? Si vas, ella te convencerá contándote una historia irreal, y conociéndote como eres, terminarás perdonándole. Brother, no se puede perdonar una traición, si lo haces una vez, ella continuará fallando las veces que quiera y tú seguirás como un pendejo perdonando. ¿Quién sabe desde cuándo te es infiel? Si quieres seguir en esa vida, adelante.
Fernando soltó un suspiro, porque las palabras de su amigo eran dolorosas, pero reales. Aunque deseaba ir por ella, terminó resistiéndose.
—Si no hablamos hoy, será mañana o pasado. ¿Qué voy a hacer cuando la tenga enfrente?
—Ignorarla, ¿qué más podrías hacer?
—No podría hacer eso, tú más que nadie sabes que la amo mucho.
—Sí lo sé, pero puedes hacer un viaje y evitar contestar sus llamadas.
—Soy débil, terminaré accediendo —explicó y sonrió.
—Un marino débil, no puedo creerlo —reprochó Josué entre risas—. Pero tranquilo, brother, yo tengo una solución a todos tus problemas —expuso, bebiendo de su copa.
—¿Cuál es la solución?
—Pensaba hacer un viaje en un crucero que zarpa mañana, puedo darte mi pase para que te pierdas por unos cuatro meses.
—¿Sugieres que vuelva al mar? Brother, acabo de llegar.
—Sí, pero esto es diferente. No compares trabajar con disfrutar de un viaje en crucero. Brother, esta es una gran oportunidad. Llevas años sin tener vacaciones, ya es hora de que lo hagas.
—No sé, no me parece buena idea…
—Bueno, es tu decisión. Es eso o lidiar con mis padrinos y una ex tras de ti. Míralo desde este punto, solo en el mar no tendrás comunicación alguna. Si te dan ganas de buscarla, no podrás hacerlo, salvo que te tires al mar, pero seguro te comerán los tiburones. En ese tiempo podrás pensar y razonar si quieres continuar con ella o quizás encuentres a alguien más en ese lugar.
Fernando suspiró y, después de pensarlo bien, terminó aceptando la propuesta de su amigo. Además, los consejos de Josué siempre habían sido los mejores. Por algo se convirtió en su mejor amigo, porque le aconsejaba de la mejor manera.
—Está bien, iré a ese crucero.
—Bien, ahora mismo le informo a mi amigo, pues ya le había dicho que no sabía si iba, porque el Almirante dijo que tal vez me necesitaba la siguiente semana, tú sabes brother, soy único en mi puesto.
Fernando sonrió mientras veía a su amigo realizar la llamada. Una vez que colgó, Josué informó:
—Este año te casas, brother —comunicó sonriendo Josué.
—¿Por qué lo dices?
—Porque solo hay un camarote, y mi pana dijo que lo apartaría para ti.
Fernando suspiró y melancólicamente expresó:
—No tengo con quien casarme.
Al salir del bar, se dirigió al hotel y a la mañana siguiente lavó su cuerpo y salió en dirección al puerto. Una vez que el crucero llegó, se despidió de su gran amigo.
—¡Feliz viaje, viejo!
—Gracias por todo, Brother —apretó su mano y con la otra palmó sus espaldas.
—Anda, viejo. ¿Qué esperas para subir?, sin miedo a dejar todo atrás —aconsejó Josué y Fernando asintió.
Caminó tras aquella mujer de largo cabello, de aquellas ondas largas y brillantes manaba un aroma de rosas que se introdujo en lo más profundo de sus pulmones, provocando que estos soltaran un suspiro.
Antes de ingresar al barco, Constanza Báez se detuvo y volteó a ver hacia el puerto. Fernando se percató de que la joven se encontraba con los ojos cristalizados, arqueó una ceja mientras se preguntaba si aquella joven lloraba de tristeza o alegría.
Él la contempló con tristeza mientras la muchacha alzaba la mano para despedirse de su amiga, la mirada de Fernando se dirigió hacia el lugar del puerto, donde vio a una joven moviendo la mano al igual que la mujer parada delante de él.
—¿Podrías continuar? —sugirió de la manera más educada, puesto que él era un caballero.
Constanza, por su parte, despejó las lágrimas y dirigiendo la mirada hacia el hombre que impacientaba su ingreso, le lanzó una mirada asesina.
Fernando se quedó perplejo, “Hermosa”, replicó en silencio, “es prácticamente hermosa”, esos ojos color miel junto a esos labios gruesos en forma de corazón, y unas pestañas enormes que rodeaban sus ojos, era como salida de revista, adjuntadas sus cejas bien delineadas y enmarcadas, ni qué se diga de esa nariz perfecta y respingada, lo dejó embobado.
—Déjame despedirme de mi amiga —reprochó llevando la mirada nuevamente a Lourdes.
Fernando volvió a suspirar y volteó a ver a Josué, quien no perdía oportunidad para coquetear con la amiga de Constanza.
—¡Continúen, por favor! Cerraremos la compuerta —pronunciaron los que conformaban el personal de seguridad.
Ambos suspiraron y procedieron a ingresar.
El dolor que invadía cada uno de sus corazones no les permitía disfrutar de la maravilla por la que estaba formado el crucero.
—Síganme por aquí, les llevaré a su camarote —comunicaron, pero Fernando y Constanza se quedaron mirando hacia el muelle.
—¿Es tu amigo? —indagó Constanza y Fernando se deleitó con esa voz, regresó a verla y se perdió en esa mirada inocente.
—Sí —pronunció con voz entrecortada —es mi mejor amigo —informó mirándola fijamente, volviendo la mirada al muelle cuestionó.
—Ella, ¿es tu hermana o amiga? —Investigó, puesto que le parecía buena idea empezar a hacer amistades desde el día uno.
—Sí, es mi amiga. Podría decir que es como mi hermana —suspiró sin despegar la mirada del puerto que cada vez se alejaba más.
—¿Por qué llorabas? —Se atrevió a investigar más de lo que no debería. —¿Te emocionó o entristeció el viaje?
Constanza esforzó una sonrisa.
—De la emoción —culminó y se alejó.
Fernando se quedó mirándole mientras se alejaba. Aquella joven tenía un cuerpo bien formado, con anchas caderas y grandes nalgas, piernas gruesas y una cintura bien curvada.
Cuando desapareció de su vista, devolvió la mirada a tierra firme y suspiró al ver la distancia en la que ya se encontraba. Le dieron ganas de lanzarse al mar e ir por Dania, pero desistió al contemplar la lejanía en la que se encontraba.
Se quedó contemplando el mar y la ciudad por un largo rato. Después de haber disfrutado de la hermosa vista, caminó hasta el lugar donde pasaría sus noches mientras estuviera en aquel barco.
—Es aquí, señor Williams.
—Gracias. Ahora quiero darme un baño, luego me explica todo —pidió desde la puerta.
—Está bien, señor.
Al abrir la puerta, Fernando encontró ropa tirada por todas partes y los recuerdos de aquella tarde cuando llegó al departamento de Dania llegaron a su cabeza como una avalancha. Segundos después, salió una mujer con la toalla envuelta en su cuerpo y su cabello suelto, esparciendo un aroma por todo el camarote.
—¿Qué hace aquí? —cuestionaron en unísono.
Constanza sintió la sangre hervir.
—¡Sal de mi camarote! ¿Cómo te atreves a ingresar?
—¡Disculpa! Pero este es mi camarote…
—¿¡Estás loco!? ¡Sal ahora, maldito pervertido!
—Escucha, ¡no soy un pervertido! —Intentó explicar, pero Constanza se negó a escuchar razones.
—Eres un demente —continuaba insultándole. —El hecho de que hayamos platicado no quería decir que quisiera algo contigo. ¡Largo de aquí, psicópata!
Constanza agarró la plancha de cabello e intentó golpearle.
—¡Cálmate! Debe haber un error.
—Ningún error, o bueno, sí, mi error fue haber cruzado palabras contigo —expresó. —¡Guardias, auxilio!
Balbuceó al mismo tiempo que le sacaba a empujones y a punta de planchazos.
Los guardias corrieron al llamado y sostuvieron a Fernando de ambos brazos.
—Escuchen, este individuo se metió a mi camarote seguro con la intención de abusarme. No entiendo por qué la seguridad en este lugar está fallando…
—No me levantes falsos —resopló Fernando, tratando de soltarse del agarre de los hombres.
—¡Suéltenme, ya! —Una vez liberado, suspiró y subió las mangas de sus brazos. —Este es mi camarote —explicó. —¿Dónde está el capitán? Necesito que venga y solucione este problema —pidió mientras fulminaba con la mirada a Constanza.
—Sí, que venga el capitán para que te encierre en las rejas o te lance al mar por atrevido.
Fernando ajustó su mandíbula y le miró rabioso porque jamás nadie le había tratado de esa forma. Él siempre se había comportado como un caballero y jamás había abusado ni abusaría de una mujer.
—No sabes lo que dices, ni siquiera me conoces. Si entré es porque me dijeron que ese era mi camarote.
—Eso es mentira —replicó Constanza—. ¿Cómo puedes decir que este camarote es tuyo, si a mí me lo entregaron? —culminó y se cruzó de brazos.
En ese instante llegó el capitán y revisaron la lista. Se quedó gélido al ver que ambos constaban en ella y no comprendía qué pasó y por qué razón les hacía falta camarotes.
—La verdad es que no entiendo qué sucedió, pero lo averiguaré. Señor Williams, desgraciadamente ya no tenemos más camarotes.
—Y ahora, ¿dónde me voy a quedar?
El encargado le miró a ambos y suspiró.
—¿Creen poder compartir la habitación hasta solucionar el problema?
—Ni lo piensen —refutó Constanza desde la puerta—. Soy una mujer y él un hombre, no podemos compartir el mismo camarote.
—Le entiendo señorita —el capitán suspiró sin saber qué hacer.
—Espero una pronta solución, capitán. No puedo quedarme sin habitación.
—La tendrá señor Williams. Ahora sí me permite, me retiraré. Su equipaje será llevado a otro lugar hasta que se le otorgue su habitación.
Fernando asintió y se retiró del lugar.