Un mes había pasado desde que Constanza y Fernando zarparon al mar. La “amistad” entre ellos se fue fortaleciendo gradualmente y no se separaban ni un momento del día. Junto a la pareja que conocieron la noche en que fueron al casino, compartían las actividades que se realizaban en el barco. Por las mañanas se dirigían al gimnasio para luego desayunar juntos, y por las tardes se quedaban contemplando el atardecer. Cuando caía la noche, salían a divertirse como dos jóvenes de su edad. - ¿Me permites bailar con esta hermosa dama? – pide Dixon, un joven que durante el mes ha estado contemplando a Constanza desde cierta distancia. Constanza sonríe estirando la mano. - Solo es mi amigo, no tiene por qué darme permiso – aclara, mientras Fernando lleva la copa a su boca para beber de un solo