Recuerdos de infancia

2572 Words
Antonella Mi familia es tan grande, que no todos pudieron quedarse en casa de mi padre. La mayoría decidió hospedarse en la Hacienda Roma, la propiedad que perteneció a Luciano y a Carlos mientras vivieron en Colombia, y como todos vamos a pasar juntos la noche del 24, pues mis padres y yo estamos empacando un poquitín de equipaje para quedarnos también allí durante unos días, y para después irnos a una costa del caribe, que es en donde la familia celebrará el año nuevo. Alisto mi maleta, los objetos cuidadosamente colocados, la ropa doblada con precisión, todo en su lugar, pero hay algo en el aire que cambia, una presencia que llena la habitación con una mezcla de colonia fina y el aroma fresco del Amazonas. Sé que él está aquí antes de escuchar sus pasos. Edahi. Su presencia es inconfundible, como una marca imborrable en mi mundo. Me giro para mirarlo, y en este momento, me doy cuenta de que soy vulnerable ante esos ojos pardos que parecen de tigre y esa dulce sonrisa que ilumina su rostro, contrastando con la dureza de sus facciones. Edahi es un imán que tira de mis emociones, y aunque me resisto con todas mis fuerzas, en su presencia siento que mi coraza se debilita. —¿Terminando de alistar tus cosas? —pregunta Edahi, mirando mi habitación con cierta nostalgia. Sé lo que debe estar pensando en estos momentos. Está teniendo recuerdos del pasado. Esta habitación, cuando éramos pequeños, solía estar llena de juguetes y vestidos de princesa, y solíamos jugar durante horas, pero ahora, ha cambiado por completo. La cama es común y corriente, sin edredones de las princesas de Disney, el tocador está lleno de maquillaje, y las repisas de mis paredes ya no tienen barbies sino mis trofeos ganados en los torneos de taekwondo. La vida nos ha llevado en direcciones diferentes, y esta habitación es un reflejo de cómo hemos crecido y cambiado. Ya no somos los niños que solíamos ser, y este hecho debe estar resonando en la mente de Edahi mientras mira a su alrededor. La nostalgia de los recuerdos de la infancia se mezcla con la realidad de quienes somos ahora. Aunque nuestros caminos nos han llevado por rutas separadas, el pasado que compartimos todavía nos une de alguna manera. Hay una conexión innegable entre nosotros, una historia compartida que ni el tiempo ni la distancia pueden borrar por completo. En esta habitación, llena de recuerdos de nuestra infancia, enfrentamos la realidad de lo que somos en el presente, y eso plantea preguntas y sentimientos complejos que aún debemos abordar. Y en esta alcoba, que ahora parece un reflejo alterado de los recuerdos de nuestra infancia, hay uno en particular que persiste en mi mente. Fue aquí, en este lugar, donde Edahi y yo compartimos nuestro primer beso. No estoy segura de si Edahi recuerda ese momento, pero yo lo hago. Es uno de esos recuerdos que la gente tiende a conservar desde que son muy pequeños, como pequeños flashes, y que nunca se van de sus mentes. Yo tenía solo cuatro años en ese entonces, y estábamos jugando a que yo era una reina y lo nombraba como mi caballero de la guardia real con una espada de juguete. Después de hacer el simbólico nombramiento, ocurrió algo inesperado: le di un beso inocente en los labios. No recuerdo las palabras exactas que intercambiamos después de ese beso, pero sé que fue uno de los momentos más especiales que compartí con Edahi, incluso a tan temprana edad. Ese primer beso fue como un pequeño destello de la conexión que siempre ha existido entre nosotros, una chispa que ha perdurado a lo largo de los años, a pesar de los cambios y las distancias que nos han separado. Es un recuerdo que demuestra que, incluso en nuestra infancia, nuestra relación era especial y única. Aunque no sé si Edahi guarda ese recuerdo con el mismo cariño, yo lo atesoro como un tesoro secreto en mi corazón. —Sí. Solo me faltan algunas cosillas para tener listo mi equipaje para el viaje —le respondo, justo teniendo en este momento uno de mis bikinis en la mano. Noto el sonrojo de Edahi al verme una diminuta tanga brasilera roja en la mano, pero no es que haga mucho esfuerzo por apartar sus ojos, e incluso mira hacia la puerta de la habitación para asegurarse de que nadie nos esté mirando. —¿En serio te vas a poner eso? —pregunta en un murmullo, y yo le sonrío gatunamente, y hasta tengo el atrevimiento de mostrarle aún mejor la tanga. —Tengo buen culo, así que por supuesto que pienso exhibirlo. No fue sino hasta que cumplí los 18 años que pude empezar a vestirme sensualmente. Mi padre es un hombre un poco...celoso, y teniendo en cuenta que es un hombre de 65 años, no está muy de acuerdo con que las mujeres y en especial su hija muestren mucha piel, pero desde llegué a la mayoría de edad, él se ha relajado un poco; total, soy su consentida, así que yo muy bien puedo pararme en la cabeza y él no opondrá resistencia. —Es que...los demás hombres te van a mirar mucho —dice Edahi, con un deje de celos en su tono de voz. Me mira de manera inquisitiva, y su expresión no pasa desapercibida. Ummm...esto me gusta. —Edahi...los hombres me miran mucho, así esté vestida como una monja —le recuerdo, al fin guardando el bikini en la maleta. Ha sido así desde que era una niña. Con esos ojos azules característicos de los Mancini, cabello castaño claro que siempre llama la atención y mi estatura cercana al metro ochenta, es imposible que no sea el centro de las miradas, tanto de hombres como de mujeres. Desde que era una pequeñina, he sido consciente de mi belleza y del poder que conlleva; mi familia siempre me lo ha recordado, pero esa belleza es solo una parte de lo que soy. Tengo ambiciones y metas que van más allá de la superficie. Sin embargo, sé que para muchos, y en especial para los hombres calenturientos, es difícil mirar más allá de mi apariencia. Y eso, a veces, puede causar celos en los hombres de mi familia. Gianluigi es el que hermano tóxico que siempre me dice que me tape el culo, ya que no quiere que nadie me mire con ojos libidinosos, pero a mí me importa tres kilos de mondá. Yo hago lo que se me venga en gana. —Además...soy una mujer libre —le recuerdo mientras él se sienta en un borde de mi cama —. Puedo vestirme como quiera, ¿no? —Puedes, por supuesto que sí —su mirada se torna un poco...rara. Está serio, pero a la vez parece mirarme con un poco de...¿deseo? —, pero al que se atreva a mirarte por más de dos segundos, le impactaré una bala en el cráneo. La tensión en el aire se vuelve palpable mientras nuestros ojos se encuentran. En lugar de sentirme atemorizada por lo que ha dicho Edahi, en donde literal dijo que mataría al que se atreva a mirarme —y viniendo de un hombre tan letal como él, sé que no lo dice de chiste —, me siento complacida por su comentario. Me recuerda que, a pesar de mi fortaleza, me gusta sentirme protegida por los hombres de mi familia, en especial por él. Aunque sé que puedo enfrentar a cualquier hombre que cruce los límites, disfruto de la sensación de seguridad que su disposición a protegerme me brinda. La dinámica entre nosotros es compleja, repleta de matices y emociones encontradas. Nuestra relación es un laberinto que parece no tener fin, y siento que en algún momento tendremos que enfrentar lo que realmente sentimos el uno por el otro. —¿En serio matarías por mí? —le pregunto, acercándome a él, muy peligrosamente, como una pantera a por su presa. Noto cómo su nerviosismo se refleja en su rostro. Puedo ver cómo su manzana de Adán tiembla ligeramente, un detalle que no pasa desapercibido para mí. En este momento, me siento poderosa. Edahi, por lo general, no se deja intimidar por nadie, pero yo soy la excepción. Nuestra dinámica es única. A pesar de que soy muy joven, tengo una manera de hacerme respetar, incluso por el obstinado y fuerte Edahi. Mi capacidad para influir en él de esta manera es una muestra del enigma que es nuestra relación. La tensión entre nosotros sigue aumentando, y me doy cuenta de que, aunque él puede ser el heredero de una corona y todo un militar respetado, yo tengo mi propio tipo de poder sobre él. Las emociones y los desafíos que compartimos parecen guiarnos hacia un destino incierto. —Sí. Lo haría —dice Edahi, mirándome con esa devoción con la que siempre me ha mirado mientras abre un poco sus piernas para que yo me ubique entre ellas —. Sin pensarlo dos veces. Siento las manos de Edahi en mi cintura, un gesto que me sorprende y atrae al mismo tiempo. En respuesta, acaricio su cabeza castaña, notando cómo algunos rizos ya se asoman. Mis dedos se deslizan entre esos cortos rizos, explorando su cuero cabelludo, y él cierra los ojos, disfrutando de la sensación. Esta intimidad compartida es una mezcla de emociones y deseo que ha estado burbujeando entre nosotros durante años. Cada vez que nos acercamos de esta manera, es como si tocáramos el alma del otro. En este momento, no somos la futura líder de la mafia y el futuro rey de Italia; somos Antonella y Edahi, dos almas que han estado conectadas desde la infancia. La tensión entre nosotros se desvanece momentáneamente, y por un instante, somos solo dos personas que se cuidan mutuamente. Es un recordatorio de que, a pesar de nuestras respectivas responsabilidades y lealtades familiares, hay algo más profundo que nos une, y no puedo evitar preguntarme hacia dónde nos llevará este vínculo. Mientras sigo acariciando los rizos de Edahi, no puedo evitar pensar en lo fácil que ha sido ocultar lo que siento por él. Durante años, hemos vivido separados por el vasto océano Atlántico, lo que ha permitido que nuestras emociones se mantengan a raya y ocultas bajo una capa de distancia, pero todo está a punto de cambiar. Con mi próximo viaje a Italia dentro de un año, tendremos que vernos con más frecuencia. Esta cercanía inevitable me llena de incertidumbre. ¿Qué sucederá cuando nuestras vidas estén más entrelazadas de lo que jamás lo han estado? Mis emociones por Edahi son un torbellino, un enigma que aún no he resuelto por completo. —Todavía no tienes pareja, ¿verdad? —me pregunta Edahi de repente, abriendo sus ojos para poder mirarme y así saber si le estoy diciendo la verdad o no. Ese interés que tiene él por saber si tengo novio o novia..., me da esperanzas. Esa claramente es una señal de que le intereso, y mucho. —Y no me vayas a mentir, porque algo le escuché decir a mi babbo Luciano —me advierte, y yo entorno los ojos. Hace unos meses, cuando yo todavía era una adolescente, hubo todo un escándalo en la familia porque una maestra de la escuela nos pilló a mi amiga Susana y a mí follando en el baño de la escuela. No soy lesbiana ni bisexual. Simplemente..., mi padre, en su intento por evitar que yo me relacionara con hombres, me inscribió desde el kínder en una escuela femenina católica de monjas, y en lugares como esos...suceden muchas cosas. Susana y yo hemos hecho de todo. Me gusta tener sexo con ella, pero no la amo, y eso se lo he dejado muy claro a ella, pero, aun así, a ella le encanta publicar fotos conmigo en redes y jactarse de que soy su novia, ¿cómo no? Si es que soy toda una belleza. Y en cuanto a mi virginidad..., la perdí conmigo misma. Apenas sentí curiosidad sobre el tema del sexo y quise empezar a darme autoamor, mi hermana Daniela, tan liberal y comprensiva, me acompañó a comprar mi primer juguete, y lo usé con mucho cuidado hasta que yo misma me rompí el himen. No necesito de un hombre para nada, ni siquiera para el sexo. —No estoy de novia con Susana, si eso es lo que todos están creyendo —aseguro. En mi familia, todos los temas que tengan que ver con la comunidad LGBT se llevan muy bien, ¿y cómo no? Si la mayoría de personas de mi familia son de dicha comunidad. Mi papá fue bi durante una época, Luciano es gay, los tres hermanos Orejuela tienen gustos variopintos, mi hermanastra Daniela tuvo alguna que otra aventurilla con mujeres en la juventud, y mi sobrino Daniel es gay. Lo que escandalizó a mi familia no fue el hecho de que yo hubiera resultado teniendo mis cuentos con mujeres, sino el hecho de que yo todavía era menor de edad cuando ocurrió eso. Pero claro, mis hermanos perdieron la virginidad también siendo adolescentes, y nadie dijo nada, ¿por qué? ¡pues porque son hombres! Yo, en cambio, al ser la única mujer entre los hermanos Mancini, siempre les va a escandalizar cualquier cosa que yo haga. —Pues por la última foto que ella publicó, tan amigas no parecen. Oh. Entonces está hablando de la foto. Ese fue otro de los escándalos por los que mi padre casi me deshereda. Susana hace poco publicó una foto en donde ambas aparecemos en un jacuzzi. Yo no aparezco mostrando la cara, pero por supuesto que la gente puede suponer que soy yo. El caso es que, en esa foto, aparezco mostrando el culo ante la cámara, y Susana me está mordiendo una nalga. —De acuerdo, no somos amigas —me alejo de él, y Edahi por un momento parece ponerse triste. Estaba bien cómodo con mi mano acariciando su cabeza —. Somos follamigas —él abre los ojos como platos —. ¿Qué? ¿No habías escuchado ese término? —Sí, pero no me imaginaba que tú te pusieras en esos cuentos...inmorales. Mientras alisto mi maquillaje, dándole la espalda a Edahi, ahogo una risita al escuchar eso último. Cuentos inmorales. Edahi, a pesar de que ya tiene 23 años y es un hombre muy sexy al que le llueven las mujeres por montones, por el momento no ha tenido novia, y es virgen. Sus creencias indígenas están profundamente arraigadas en él, y ha decidido esperar hasta casarse para intimar con una mujer. Es un contraste fascinante con mi propia vida y elecciones. Mi relación con Susana es muy pasional y sin compromiso, mientras que Edahi sigue un camino completamente diferente. Nuestros mundos y creencias son tan distintos como la noche y el día, lo que solo añade más misterio a la dinámica entre nosotros. —Pues muy bien que disfruto los “cuentos inmorales” —le digo, ahora sentándome a su lado, enarcándole una ceja juguetonamente —. ¿Quieres que te hable sobre las cosas que hacemos ella y yo? Edahi vuelve a abrir los ojos como platos, pero no expresa ninguna negativa, y yo sonrío con malicia. Ok, la vaina se ha calentao.
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