Edahi
Cuando Antonella se acerca y sus suaves manos acarician mi cabeza, experimento una sensación de bienestar que es difícil de describir. Es como si el mundo se desvaneciera a mi alrededor, y solo existiéramos ella y yo en ese instante. Mis nervios se calman, y me siento inmerso en la calidez de su contacto. Es un gesto tan simple pero lleno de significado, y mi corazón late con fuerza mientras disfruto de esa conexión única entre nosotros.
Y después, mientras pienso en el cuento que Antonella tiene con su amiga Susana, no puedo evitar que mi mente divague hacia otro recuerdo que ha estado presente en mi mente durante años. A mis 23 años, sigo siendo virgen, y mi elección se basa en las creencias profundamente arraigadas en mis raíces indígenas. Siempre he creído que debo esperar hasta casarme para compartir ese tipo de intimidad con una mujer, y mientras escucho a Antonella hablar de sus relaciones apasionadas y sin compromiso, no puedo evitar pensar en mi primer y hasta ahora único beso con ella. Fue cuando éramos niños y, a pesar de que ella era apenas una pequeñina de cuatro años y yo tenía ocho, ese momento quedó grabado en mi mente. Después de que ella me nombró su "caballero de la guardia real", me dio un inocente beso en los labios. Recuerdo ese beso como uno de los momentos más dulces y puros de mi vida.
Nuestra dinámica ha cambiado con el tiempo, y nuestras vidas han tomado rumbos opuestos. Sin embargo, ese beso todavía permanece como un recuerdo en silencio en mi corazón, pero no sé si ella se acuerde. Creo que no. Estaba muy pequeña.
—¿Quieres que te hable sobre las cosas que hacemos ella y yo?
Apenas Antonella me hace esa pregunta, refiriéndose a las cosas que hace con Susana, yo me quedo tieso, sin saber qué responder. Lo mejor hubiera sido negarme de inmediato, pero la curiosidad puede conmigo.
Soy un hombre, al fin y al cabo. Podré tener principios y valores que al parecer la mayoría de hombres ya no tienen, pero eso no significa que yo de a ratos no sienta...excitación, y definitivamente, el hecho de que dos mujeres intimen, excita a la mayoría de los hombres.
Saber que Antonella tiene una amiga con derecho a roce no me causa ninguna gracia, pero creo que es preferible eso, a que tenga un amigo con derechos. Yo ya hubiera matado al tipo.
—Algunas personas, sobre todo las más mojigatas, esas que no saben nada sobre sexo, o que creen que lo saben pero en realidad no tienen ni idea, creen que es imposible que dos mujeres puedan tener sexo placentero, pero por supuesto que es posible —empieza a contar Antonella, sentándose muy cerca de mí, haciendo que pueda sentir su respiración en mi hombro —. Entre nosotras las mujeres podemos llegar a darnos placer. Mucho placer —siento las yemas de sus dedos acariciar mi brazo muy lentamente —. La vez que la maestra nos pilló en el baño de la escuela, fue porque, mientras Susan estaba sentada en la tapa del retrete, yo estaba sentada a horcajadas sobre ella, empalándome en sus dedos —mi respiración se empieza a poner pesada —. Nuestras camisas estaban desabotonadas, y las copas de nuestros sostenes estaban abajo, así que nuestros pezones se estaban rozando —Dios...creo que estoy empezando a tener un problema entre mis pantalones —. Susan metió un tercer dedo en mí, y yo me empecé a mover más rápido, gimiendo como una perra —me atrevo a mirarla, y sus condenados ojos azul cielo ahora parecen grises como el mar en medio de una tormenta —. Mis gemidos fueron los que alertaron a la maestra Carmen, y aun cuando ella llegó al baño y abrió la puerta de nuestro cubículo...—baja su mano hasta mi pierna, y me acaricia el muslo —tuve la osadía de seguirme moviendo, porque me importaba un carajo que la maestra nos estuviera viendo —sonríe con una malicia que hace que mis bolas se endurezcan. Carajo. Esto no debería estar pasando —, ella nos gritaba, pero yo me seguí moviendo sobre los dedos de Susan, hasta que exploté en un riquísimo orgasmo —su mano está peligrosamente cerca de mi entrepierna. Yo debería apartarle esa condenada mano, pero no soy capaz —. Incluso se escuchó el sonido de un chorrito cayendo al agua del WC. Tuve un squirt.
Y como si estuviera siendo salvado por la campana, el ladrido de un perro nos sobresalta y nos hace separarnos de inmediato. Es Zeus. El perro de Antonella.
El fiel compañero de Anto irrumpe en la habitación de repente. Es un hermoso husky siberiano, con ojos tan azules y brillantes como los de los Mancini. Este perro, un regalo de Vicenzo en el decimoquinto cumpleaños de Anto, se ha convertido en el amigo leal de ella. Ha estado a su lado en estos tres años, y han compartido innumerables momentos juntos.
Zeus es conocido por su lealtad hacia la familia, pero también por su agresividad hacia los extraños, especialmente aquellos que emanan malas vibras. Sus ojos azules brillan con inteligencia y determinación, y su presencia brinda una sensación adicional de seguridad a Antonella, como si supiera que es su deber protegerla a toda costa. Su entrada en la habitación es un recordatorio de que la familia Mancini tiene sus guardianes, incluso entre sus fieles amigos peludos.
—Ey, amigo —le digo al perro, agachándome para saludarlo y acariciarlo.
Uf. Qué alivio. Zeus me ha salvado de una situación bochornosa, en la que ya me sentía a punto de correrme en los pantalones.
Carajo. No sé qué le está sucediendo a Antonella. Ella antes solía ser una niña muy tierna e inocente, pero claramente ha crecido y, con ese crecimiento, llegaron muchos cambios. Demasiados, al parecer.
Más tarde, mientras todos estamos sentados a la mesa cenando, Antonella y yo intercambiamos fugaces miradas. Hay algo en esas miradas, una tensión palpable, una conexión que parece negarse a desaparecer. Sé lo que está sucediendo entre nosotros, lo siento en cada mirada, en cada roce involuntario de nuestros pies. Estoy comenzando a sospechar que Antonella podría sentir por mí lo mismo que yo siento por ella, pero el problema, sin embargo, es que no podemos permitirnos llevar esto más allá.
La sociedad espera que nos comportemos como cualquier tía y sobrino, y aunque no compartamos la misma sangre, las restricciones morales y sociales son claras. No podemos tener nada, ni siquiera una historia de amor secreta. Nuestro amor, si es que lo es, debe permanecer oculto en el rincón más profundo de nuestros corazones, un secreto que solo compartimos en nuestras miradas furtivas. La cena continúa, pero las miradas entre Antonella y yo hablan de lo que no podemos decir en voz alta.
Mientras observo a Antonella, mi mente comienza a reproducir una canción en mi cabeza. "Monalisa" del grupo Alkilados. La melodía se mezcla con la belleza de Antonella, y es como si la canción estuviera hecha a medida para describirla.
Su sonrisa hipnotiza y sus ojos parecen dos lunas que iluminan mi mundo. Tiene labios que se asemejan a la miel más dulce y una mirada que promete ser mi eterna perdición. Cada rasgo de su cuerpo es una delicia, y su dulzura parece envolverme por completo. En este momento, no puedo evitar rendirme ante su encanto, incluso si sé que nuestra conexión es algo prohibido.
Pues tú, tú, tienes un algo en ti, un no sé qué, que me enloquece
Tú, tú, has despertado en mí el deseo que aún no desaparece
Contigo descubrí que la soltería no es tan genial como parece
Nunca olvides, mi vida, que
Me encanta tu sonrisa, Monalisa
Tiene algo que hipnotiza, me hechiza
Me encanta tu mirada, tu cara enamorada
Y el sabor de tu boca
Cuando te beso
Cuando te beso
Me pregunto cómo deben saber los labios de Antonella. Imagino que son dulces como la miel, irresistibles y adictivos, pero al mismo tiempo, estoy seguro de que deben tener un toque de peligro, como el veneno más mortal. Antonella es así, hermosa pero letal. Es como una rosa con espinas afiladas. Sé que cuando llegue a ser La Madrina de la mafia italiana, su belleza y su dulzura serán solo una máscara que oculta un lado mucho más oscuro, porque así somos todos los Mancinis.
No puedo evitar sentirme atraído por ese misterio, por la dualidad en su ser. Es un enigma que estoy ansioso por resolver, incluso si eso significa enfrentar la oscuridad que se esconde detrás de sus ojos azules. Mi amor por Antonella es un desafío, una lucha entre lo que debería ser y lo que realmente es. Y en ese conflicto, mi corazón sigue latiendo al ritmo de su dulce veneno.