Antonella Correr descalza sobre el césped fresco de la Hacienda Roma, tomada de la mano de Edahi, me hace sentir libre como hace años no lo hacía. Es como si el tiempo se hubiera detenido, y por un instante, volviera a ser la niña que disfrutaba de esos momentos con él. En nuestra infancia, no había preocupaciones, solo risas, juegos y el lazo indestructible que compartíamos en este lugar. Bajo el manto de estrellas que iluminan la noche, nuestros corazones laten al unísono. Siento la electricidad en el aire, un zumbido constante que me impulsa a acercarme a Edahi. No puedo resistir la tentación, así que dejo que nuestros labios se encuentren en un beso apasionado. En este momento, el tiempo se detiene. El beso es como un torrente de sensaciones abrumadoras. Hay deseo, sin duda, pero