Antonella Estoy terminando de arreglarme en una de las opulentas habitaciones del palacio real. Mi vestido es una auténtica joya, un despliegue de elegancia y glamour. En un tono dorado metalizado, está cuajado de lentejuelas que destellan con cada movimiento, y su silueta drapeada en la zona central evoca la sofisticación del Hollywood dorado. Una capa de tul añade un toque etéreo y romántico al conjunto, realzando el aire de majestuosidad que caracteriza la ocasión. Aunque el vestido es decididamente pudoroso, sin mostrar escotes atrevidos ni detalles indecentes, su diseño se ajusta de manera exquisita a las partes perfectas de mi figura. La atención a los detalles es evidente en cada costura, haciendo que cada paso sea una danza de lujo y gracia. Al mirarme en el espejo, me siento l