Luego se dijo que, como ella vivía lejos de su tierra, resultaba sin duda más difícil identificarla que si la hubiera encontrado en Francia. —Como se llama? —Yamina. —Ese no es un nombre francés— comentó él arqueando las cejas. —He vivido en esta región del mundo toda mi vida. Esa debía ser la razón de que su aspecto lo desconcertara. Se dio cuenta también de que no deseaba decirle su apellido y, a pesar de la curiosidad que lo carcomía, aplaudió su prudencia. Después de todo, se habían conocido por casualidad, y una joven de buena cuna jamás se precipitaría a darle confianza a un extraño. —¿Me dirá dónde vive? Ella le dio la dirección y él se mostró sorprendido. Se trataba de un área en las afueras de la ciudad, donde existían pocas casas en las que pudiera vivir una europea. Int