En peligro

1403 Words
Se molesto tanto consigo mismo por poner las copas juntas y no haberle entregado precisamente a Erika la que contenía droga, al no tener mas, su plan se vio fracasado. Opto por emborracharla pero el mendigo que llego con Erika no se despego ningún instante, intento correrlo pero ambas se opusieron y no le quedo de otra que resignarse. La deseaba tanto, pero ella no se daba cuenta, porqué siempre lo vio como un amigo o el hermano que nunca tuvo, por ello quería hacerla suya de cualquier forma, tanto que acudió a los planes mas bajos. Junto a su cuñado preparo una nueva trampa, pero su plan se vio arruinado cuando apareció Santiago, y más cuando se la llevo. Apretó los puños al imaginarla en brazos de otro, juraba que Santiago se había aprovecho de Erika, solo de pensar en eso, le hervía la sangre. Su venganza se vio oportuna cuando llego a casa, y el padre de Erika les esperaba, crueles palabras salieron de su boca. —Erika se fue con un hombre, dijo que pasaría la noche con el, aunque le intentamos traer, ella se rehusó a venir.—Mintió para dejar aquel hombre encolerizado, sabia que Erika tendría serios problemas; porqué ella misma le había contando que su padre era chapado a la antigua, por ello la envió al internado para llevarla por el camino correcto. Supuso que si Sandro sabia que Erika estaba durmiendo con un hombre, lo enfurecería lo suficiente como para echara de casa, y al no tener donde mas ir, no le quedaría de otra que buscar apoyo donde ellos, ingreso sonriente a casa, imaginando que a mas tardar mañana, Erika estaría en su puerta suplicando acogida, y al ser la mejor amiga de su hermana, esta ultima no dudaría en ayudarla. Con la estadía de Erika en su casa, sacaría provecho hasta convertirla en su mujer. Relata Erika. Cuando todos dormían agarre mi maleta y la cargue en mano hasta la calle, no tenia sentido seguir viviendo con ellos, nadie me quería ni si quiera mi padre, lo que paso hoy, me dio valentía para hacer lo que había pensando desde hace años, ya había cumplido los dieciocho años y el tiempo de abandonar aquel hogar había llegado, si es que se podía llamar hogar a ese infierno. La manija de mi reloj apuntaba la una de la mañana, cuando salí de casa, el frio que asechaba mi cuerpo era congelante. Caminaba sin rumbo como un zombi por las solitarias calles, antes de salir deje una carta para mi padre, esperaba que la leyera, aunque las posibilidades de que el la encuentre primero, eran escasas. Después de arrastrar mi maleta por largo rato me senté al filo de la vereda, al no tener a donde ir me puse a llorar, ahí en medio de la calle y la soledad me clave a sollozar. Cuando sentí dos manos sujetándome desde la espalda alce la cabeza. —Hola preciosura ¿Por qué tan solita? —inquieren los hombres de aspecto desagradables y el pánico me acorrala. —No estoy sola —musito al pararme —Así, no veo quien te acompañe —verbaliza el hombre y se va acercando. —Ni un paso mas —reprocho y sonríen. —No te escaparas chiquita —balbucean y me hecho a correr, mis piernas no responde de la manera que quisiera, y temo que no podre escapar de esos lobos hambrientos. El temor a logrado apoderarse de todo mi ser, mas cuando uno de ellos alcanza mi suéter y me tiempla hacia tras provocándome una caída —no me haga daño señor ¡por favor¡—suplico. —Solo poquito —informa agarrándome del cabello. Clavo mis uñas en su mano y siento un puñete caer cerca de mis sentidos. Relata Erika Suelto un grito al tiempo que abro los ojos y me siento, recorro la mirada por la pequeña habitación y me encuentro con la mirada profunda de un doctor. —Tranquila… estas en el hospital. —Informa. El dolor en la cabeza me obliga a llevar las manos a ella. —¿Cómo llegue aquí? Indago al tocar mi pómulo hinchado. —El señor Edgar la encontró —Menciona. —¿Abusaron de mi?, ¿me violaron? —con desesperación inquiero pero el no dice nada. —No lo permití —se escucha una voz desde la puerta. Con mis ojos lagrimosos dirigió la marida a la antes nombrada, y veo un anciano ingresar. Mis ojos se abren con asombro al ver de quien se trata, pero si es él, es el mismo anciano que ayude hace días atrás, solo que en esta vez su vestimenta esta limpia. —Es… ¿es usted? —Así es, soy el mismo anciano que conociste aquel día. Me presento, soy Edgar Rúales. Cierro mis ojos y ladeo mi cabeza, todo esto me parece un sueño, puesto que el mendigo se encuentra vestido elegantemente como si fuera alguien de la alta sociedad. —No puede ser, usted dijo que no se acordaba de su nombre, además, ¿por qué viste así? —Es una larga historia que te la contare mas adelante, ahora mi niña, solo quiero que te recuperes y me digas, ¿quien hizo las marcas de látigos en tu cuerpo? Recuerdos de aquel penumbroso dolor llegaron a mi mente, y una rebelde lágrima se me escapo dejando a vista de los presente mi sufrimiento, no esperaba que el anciano se acercara y me abrazara. —No volverás a estar sola, mi niña —Verbaliza al contenerme en sus brazos. Valla que ese abrazo fue tan cálido y termino por desgranar mis lagrimas. Lo veía y no lo creía, un hombre de la alta sociedad se había disfrazado de pordiosero para figar la benevolencia de los transeúnte. AUTOR: “Edgar Rúales decidió pasar dos semanas en las calles, cuando su familia creía que se encontraba de viaje, el, caminaba por las calles a espera de encontrar una mano caritativa que lo ayude, siempre deseo ponerse en lo zapatos de aquellas personas que no tenían hogares. Cuando Erika se acerco ayudarlo vio mas allá de sus ojos, el noble corazón de esa jovencita lo cautivo, desde aquel día, Edgar Rúales, un anciano de aproximadamente setenta años, se tomo el atrevimiento de ponerle un vigilante, que este pendiente de ella las veinticuatro horas”. RELATA ERIKA. Pase dos días en el hospital al cuidado de aquel anciano noble y bondadoso, quien apenas lo había conocido hace un par de días y parecía apreciarme mas que mi propio padre, acordarme de papá me llena de dolor, me preguntó que abra hecho al no encontrarme en la habitación, ¿se abra preocupado por mi? ¿abra llorado? Trago grueso al tiempo que suspiro, y ladeo la cabeza, soy una ilusa al hacerme ilusiones, pensando que papá esta sufriendo por mi partida, imagino que esta feliz.. AUTOR: "Sandro Intriago recorre la habitación de su hija abrazado a la fotografía, lee una y otra vez la carta que ella dejo sobre la cama. Por la mañana se levanto y camino hasta la habitación de Erika, al no encontrarla se sintió morir, mas cuando no encontró sus pertenecía. Lloro amargamente por haber orillado a su hija a marcharse, se arrepentía de haberla lastimado, tarde se dio cuenta de su mal proceder. Ahora no sabia donde estaba y las letras escritas en aquel papel perforaron su corazón”. RELATA SANTIAGO Me toco salir de improviso del país, mientras viajaba pensaba en ella, no se porqué no podía sacarla de mi cabeza, desde aquella noche que la tuve entre mis brazos se quedo graba en mi memoria, abarcando la imagen de mis ojos una vez cerrados. —Erika Intriago —Mascullo entre suspiros, ya recostado en la cama, después de recordar lo que paso aquella tarde cuando la fui a dejar a su casa, me quede preocupado. Y no debería, pues a penas la conozco, pero siento una opresión en mi pecho solo de imaginar, que aquella mujer podría volver a lastimarla. Sumergido en mis pensamientos estoy, cuando suena el teléfono de la habitación, inmediatamente lo llevo a la oreja. —Señor Rúales… —Si ¿dígame? —Hay una joven que esta solicitando subir a la suite. —¿Quién? —La señorita Anabel Muentes — Lo supuse, solté un suspiro y acote
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