—Anoche...— Hice pausa y detuve el auto, sus ojos se abrieron con asombro, giré un poco mi cuerpo para mirarla mejor y clavé mis ojos en los mieles de ella. —Cuando me pidió ayuda, que por cierto, hasta ahora no recibo un agradecimiento por ello, "sus amigos"— Hice forma de comillas con los dedos. —Pronunciaron su nombre.
Me estaba mirando fijamente, al mismo tiempo que mordía su labio inferior, acto seguido bajo su mirada a mis manos, y de improviso tomó una, el tacto de mi piel con sus manos detuvo mi corazón para luego hacerlo rebotar a mil por segundo.
—¡¡Dios!!— exclama.
—¿Que...?— inquirí.
—¡Es tardísimo!, ¿podría encender el auto y llevarme pronto a mi casa?— suplica uniendo sus dos manos sobre sus labios.
—Claro— Vocalice y procedí a encenderlo, inmediatamente aceleré y dirige la mirada en el volante. —Su padre... ¿Él la castiga?— con mi pregunta, atraje su mirada que estaba concentrada hacia el busque.
—No, ¿por qué lo pregunta?
—Por nada— Musite y detuve el auto para agarrar la vía principal.
Rodé unos cuantos kilómetros para que al fin pudiera escuchar un...
—¡¡Gracias!!, gracias por ayudarme— Expreso con la voz quebrada, pude notar la saliva rodar por su garganta, inmediatamente sus ojos fueron cristalizados. —Nunca imagine que él lo hiciera, se supone que es mi amigo, no entiendo ¿por qué hacerme daño?
—¡Tranquila!— suscite. —No es su culpa, es culpa de él, que no sabe respetar a una mujer— Concluí con un suspiro.
Cuando llegue al redondel, indague.
—¿Donde vive?
—Condado Shopping— Refutó entristecida.
Agarre la vía indicada y en cinco minutos más ya estábamos en la urbanización.
—Déjeme aquí— Pide.
—¿Segura? ¿no quiere que le deje al frente de su casa?
—Si segura, puedo ir caminando— Explica y lleva la mano a la manija. Vuelve a mirarme impactándome con esa mirada que acelera mi corazón. —Gracias, algún día le pagare por ello— Expreso y bajo.
Me quedé observando su figura de guitarra, era una joven alta y delgada, cabello largo y castaño, de tez blanca más oscura.
Mi rostro se acartona cuando un auto se detiene cerca de ella, y una mujer de edad media baja del antes nombrado y la cachetea en ambos reverso. Con el ceño fruncido y la sangre encolerizada, lleve mi mano a la manija de la puerta y salí.
- Señor no puede ingresar. Balbuceo el guardia.
—Esa mujer está golpeando a esa joven— Informe y el guardia dirigió la mirada hacia ellos.
—No podemos meternos en esos asuntos, señor.
Cuando me proponía a ingresar, la mujer la tomó del brazo y le lanzó dentro del auto, apreté mis puños y crují los dientes.
—¿Quien es esa mujer?— cuestione dirigiéndome al guardia.
—No puedo darle esa información. Resopló.
Forcé una sonrisa y lleve mis manos al bolsillo, saque mi billetera y pose mi identidad frente a el.
—Ahora sabe quien soy— Le vi tragar grueso y asintió.
—Perdón, no lo reconocí— Ignorando sus disculpas, volví a cuestionar.
—¿Quien es esa mujer?
—Es la madrastra de la señorita Erika—explico rápidamente.
—¿Como se apellida?
Saque toda la información posible, esa mujer no tenia derecho alguno de golpearla, sentí tanta rabia al verla indefensa y sin nadie que la ayude. Ver aquella escena, me bastó para darme cuenta que ella mintió, mintió cuando le pregunté si su padre le castigaba, ver aquello, me dejaba claro que esa joven vivía un infierno en su casa.
Relata Erika.
Subí al auto con mis mejillas ardiendo, ardía igual que la glándula lagrimal que yace dentro de la orbita de mi ojo. El cual estaba rojo por las sujeción que hacia, al reprimir las lagrimas que amenazaban por salir. Suspire profundo y limpie con la yema del dedo índice, las gotas que se formaban en el orificio para emprender su caída. Pero no ardían mas que mi corazón, el cual fue invadido por coraje, enojo, indignación hacia la bruja que se atrevió alzarme la mano nuevamente.
—Espera que tu padre llegue a casa— Verbaliza y la fulmino con la mirada sobre su espalda. —Eres una cualquiera, solo las mujerzuelas se quedan fuera de casa —estaciono el auto y procedí a bajar, ingrese de prisa y me encontré de frente con Cristal, la cual aparte de mi camino.
Escuche desde las gradas su risa burlista y sentí crecer mas mi rabia hacia ellas. No paso mucho para que se colaran en mi habitación y seguirme atormentando.
—¿Quién te crees para empujar a mi hija? —inquiere tomando mis dos hombros y sacudiéndome. —Voy a enseñarte a respetar —brama alzando su mano para nuevamente estamparla en mi rostro, esta vez presione su mano y clave mis uñas en su piel, al mismo tiempo con la otra mano agarre sus cabellos.
Los ojos de Margaret y Cristal se abrieron con asombro, las brujas no se esperaban mi reacción, seguido se escucho el grito chillante de la bruja resonar en la habitación —no eres mi madre, y no vuelvas alzarme la mano, o juro que no solo clavare mis uñas, si no que también te matate. —Amenace con ojos afilados.
—Deja a mi madre —Balbucea la bruja menor y crujo los dientes. —¿También quieres? —cuestiono y da un paso atrás, seguido suelto a la bruja y grito muy fuerte —largo de mi cuarto desechos del infierno.
Margaret me mira con odio, aunque siempre me mira así, pero esta vez es mas notable, debería ser yo quien la odie, por todo lo cruel y malvada que a sido conmigo
—Pagaras por esto —lanza amenazas afiladas, al tiempo que jura dando un beso, en la unión de sus dedos, ignoro su puta amenaza, tanto que sonrió para demostrarle, que nada de lo que diga o haga podrá apagarme.
Por la noche, cuando llega mi padre empiezo a temblar, mas cuando sus pasos se escuchan subir las gradas, de un golpe se abre la puerta y me mira con ojos aguados. Me encuentro sentada al filo de la cama, a espera de sus golpes, camina hasta mi, provocando que otro nudo se atore en mi garganta.
Le veo directo a sus manos, mantiene los puños apretados como si quisiera estamparlos en mi cara, no, porqué pensar eso, papá me ama, el no se atrevería a golpearme tan brutalmente.
¡Que ingenua era!, papá dejo de amarme hace muchos años, lo volví a confirmar, después de la paliza que me dio, las marcas del cinturón quedaron marcadas en mis piernas. No eran esos golpes los que me dolían, era su descarga abrupta sobre mi, mientras recibía los latigazos, recordaba los beso cariñosos que me daba.
Eran ríos los que se desprendieron de mis ojos, las saladas lagrimas se estancaban en mis labios y en cada sollozo las succionaba.
—Mátame —le grite y se detuvo —vamos hazlo —incite —así desaparezco de tu vida para siempre y no seré un estorbo —musite con las mejillas rojas y mojadas de lagrimas.
Lloro sentado sobre la cama, farfullando que no podía mas, que yo no era su hija, que no sabia en que momento me perdió. No obstante era yo la que no lo reconocía, mi papá de antes era tan bueno y cariñoso, no se semejaba al cruel y despiadado de ahora.
Salió de la habitación dando un portazo, una vez que la puerta se cerro, me deje caer sobre el suelo y llore amargamente.
AUTOR: Cuando Santiago se llevo a Erika, Max sintió impotencia a la mismo tiempo su cuerpo se lleno de odio hacia el desconocido, que se atrevió arruinar sus planes. Pero no estaba dispuesto a quedarse así, de alguna forma cobraría venganza. Quiso verla sufrir por haber escapado y arruinar su intento de llevarla a la cama, por segunda vez.
La primera vez que intento drogarla, fue la noche del cumpleaños, pero Aida su hermana, agarro el vaso equivocado. Aquella bebida contenía una droga que le haría desearlo y pedirle sexo a gritos,
por eso, antes de que Aida beba de la copa, Max intento quitárselo y terminaron regando la bebida. Su excusa perfecta fue, que no quería verla tomar mas.