AUTOR: Anabel se queda gélida al verlo partir, por un instante el miedo de perderlo se apodera de su ser, pero se llena de regocijo al imaginar que Santiago no vive sin ella, sabe que la ama lo suficiente como para elegir a otra mujer, se siente completamente segura de ese amor, porque su sexto sentido le hace creer que son el uno para el otro.
Aunque ama a Santiago, no esta dispuesta a casarse, para ella el matrimonio es un tema absurdo y sin sentido. Peor aún, el tema de tener hijos le parece más descabellado que cualquier otra cosa. Ladea la cabeza al imaginar niños corriendo por toda la casa, y su vientre arrugado como una maracuyá, las ojeras bajo sus bellos ojos claro —¡Que horror! —pronuncia soltando un suspiro— Volverás a mí, se que muy pronto desistirás de esa estúpida costumbre que tiene tu familia.
Vuelve a soltar un suspiro y recuesta su cabeza en la almohada, cuando está por quedarse dormida el timbre de su puerta suena, rápidamente descubre su cuerpo y corre abrir suponiendo que es Santiago. Camina hasta la antes nombrada imaginando que no le duró ni media hora su rabieta de niño rico, cuando abré la puerta, la sonrisa dibujada en su rostro se esfuma como espuma en el rio. Suelta un suspiro al ver que son sus padres.
—No puedo creer lo que has hecho —Ladra su padre al ingresar —Rechazaste al hombre más rico del país, no se quien es más estúpida, si tu madre por parirte o tu por no aceptar la propuesta de Santiago Rúales.
—Mucho cuidado como me hablas, estás en mi departamento y cuando quiera puedo echarte —Replica Anabel dejándole claro que hace años, dejó de tener autoridad sobre ella.
—Lo ves —balbucea el hombre dirigiendo la mirada a la madre de Anabel, al mismo tiempo hace un movimiento de mano donde la señala. —Es tu culpa, te dije que abortes... me voy, no tiene caso seguir aquí, tu hija es tan testaruda que dudo mucho acepté casarse.
Anabel pone los ojos en blanco y espera con ansias la partida del hombre, a pesar de que es su padre siente un odio reprimido hacia la persona que por desgracia la engendró.
—Cierra la puerta al salir. —Farfulle y segundos después la puerta es lanzada.
Al quedar sola con su madre, camina hasta ella y la abraza.
—Ana, hija no debiste rechazar la propuesta de tu novio, mira que casándote con el tienes la vida solucionada.—Aconseja al momento que se sientan tomadas de la mano
—Mamá, sabes que no necesito dinero de nadie, ni de mi supuesto padre, con mi trabajo me mantengo
—Lo se, pero la belleza se acaba, y tú trabajo se acabará con ella, deberías pensar bien en tu futuro
—Mamá, sabes que no me gustan los niños, no me veo con un montón de hijos
—¿Quién dijo que serán tanto?
—¿Quién me asegura que el primero me saldrá barón? —Replica ladeando la cabeza
—Entonces estás decidida a dejarle libre. — Cuestiona la mujer y Anabel se queda pensante
—No creo que me deje, me ama lo suficiente como para alejarse, ya volverá. —Parlotea muy segura
—Hablas con tanta seguridad...
—¡Claro mamá!, solo especula, qué hombre que no ame con el alma, se subiría a una pasarela y confiesa sus sentimientos, nadie que no esté perdidamente enamorado
—Bueno hija, es tu decisión
—No digo que no me casaré, claro que lo haré, pero cuando cumpla unos treinta y cinco años, antes de eso no
—Ojala y el tenga la paciencia para esperarte hasta ese día. — Acontece su mamá soltando un suspiro
—Lo hará, confiemos en que lo hará, es más, en unas semanas cuando me extrañe volverá.
Relata Santiago.
Al bajar del edificio camino hacia el auto, antes de introducirme en el antes nombrado me detengo, giro lentamente para contemplar el lugar donde pasé muchas noches en cama con Ana, las cuales tendré que olvidar con el pasar de los días, se que podré, es más, no siento dolor alguno, al contrario me siento renovado y con ganas de buscar a la mujer que me acompañará el resto de mi vida.
Llego a la empresa y me dirijo a la oficina del tío Frank, para mí desdicha me encuentro con mi primo.
—Tío ¿cómo estás?
—Bien hijo, siéntate...
—¡Vaya!, apareció el perdido, el futuro CEO cobarde que se esconde por las estupideces que hace —recalca esa parte que no quería recordar
—Cris —Verbaliza el tío —¿Qué fue lo que te pedí? —mi primo entrecierra los ojos y masculle
—¿Qué de malo tiene hacerle ver a ese idiota que dejó a toda la familia en vergüenza?
Aprieto mis puños reteniendo la ira que recorre mi cuerpo y está a punto de explotar
—Retírate —pide el tío Frank.
—¿Tu también te pondrás de su parte?
—Que te retires —brama el tío
—Me voy yo —informo y procedo a salir
—Santiago necesito que te quedes
—Hablaremos en otro momento, cuando no este el desagradable de tu hijo —espeto y cierro la puerta tras de mí.
Camino con mucha firmeza haciendo resonar las plantas de los zapatos, al mismo tiempo que inhalo y suelto el aire que ingresa en mis pulmones, definitivamente hoy a sido un día terrible, lo único que falta es que un perro orine mis zapatos.
Voy replicando en mi mente mientras sigo bajando y cuando estoy parado al pie del rascacielos, siento una calentura sobre mis zapatos.
—¡j***r!, ¿Pero que coño ha pasado?, mierda —me lamento porque un pinche perro ha orinado mi pierna de verdad. Le observo al pequeñín correr al llamado de una hermosa y bella joven.
—Tiffi ¡no!, eso no se hace —comunica al tomarlo en sus brazos y cuando está por irse camino hacia ella.
—¡Tu perro me orinó! —le Informo a espera de una disculpa.
Sobre el hombro me mira y réplica.
—¿Qué quiere que haga?, tal vez lo confundió con un árbol.
Su respuesta hace que mi rostro se acartone. Esfuerzo una sonrisa llevando mi mano derecha a mi cabeza y la ruedo por mis cabellos.
—¡Escucha niña! —Espeto mirándole directo a los ojos.
Paso gruesa saliva y me pierdo en esos ojos claros, son segundos en los cuales me traslado a unos recuerdos, aquellos que no tengo remembranza alguna.
—¿Que quiere?, ya le orinó y no puedo hacer nada, dinero para pagarle no tengo —reprocha estregando su nariz por el blanco pelaje del canino
—¡No quiero dinero!, Pero no estaría de más pedir unas disculpas
—¿Por qué tendría que pedirle disculpas?, si fue tiffi quién lo orinó
—Por que más va ser, porque eres la dueña y sobre todo lo cargas suelto
—Es hembra —me corrige y vuelve acariciarle
—lo que sea, el tema es que no debes cargar suelto a tu perro —expreso alzando la mano e indicándole el letrero —si vez ese letrero, ahí dice prohibido los perros.
Regreso a mirarla y sonríe haciendo que mi corazón se detenga y mi mente se traslade a otra dimensión.
—Esta prohibido los perros en ese edificio, porque seguro los dueños de ese lugar son unos estirados. Pero en la calle los caninos pueden correr libremente y si tiffi lo orinó no es mi culpa.
—¿Quieres decir que es mi culpa?
—¡Que conste que no lo he dicho yo! —Verbaliza y se va.
—Amarra tu perro para la próxima vez —comunico al verla partir, porque la próxima vez llamaré una perrera —amenazo provocando que se detenga.
Lentamente se va girando y camina de vuelta hasta quedar frente a mí. La tengo tan cerca que puedo ver lo hermosa que es, esos ojos me impactan llevándome a otro mundo, no se del por qué su cercanía me pone nervioso y me obliga a pasar gruesa saliva por mi garganta.
—¿Quien se cree usted para amenazarme? —Masculle y apunta con su delgado dedo mi pecho.
Cierro mis ojos y ladeó la cabeza, no puedo seguir mirándole, no sé que me pasa, pero me es imposible dejar de suspirar y expulsar el aire en su rostro.
Doy un paso atrás y llevo la mirada al reloj.
—Me tengo que ir, no seguiré discutiendo y perdiendo mi tiempo con una niña rebelde que no sabe pedir disculpas.
—A pues, lo mismo digo —resopla y se va.
Suelto un suspiro al verla partir, seguido ingreso al edificio y una vez dentro del ascensor recuerdo su mirada, toda ella parece recordarme a alguien, ¿pero a quien?