DOS AÑOS DESPUÉS
Hace una semana salí del internado. Hoy camino por las calles de prisa, puesto que mi querida y adorada amiga me ha preparado una fiesta de cumpleaños, al fin cumplo dieciocho años y podré trabajar para salir de ese horrible hogar en el que me ha tocado vivir.
La bruja de Margaret pensó que arruinaría este día, pues se quedó con ganas, perdida en mis pensamientos voy hablando conmigo misma, cuando estoy por llegar a la parada de autobús, encuentro a varios niños molestando a un anciano, al ver que nadie hace nada me acerco ayudar.
—¡Niños! —Grito al momento que voy acercándome—¿Por qué hacen esto? —Bramo sacudiendo del suéter a uno.
—Es un pordiosero, puedo golpearlo todo lo que quiera, así que no te metas. —Rechina los dientes al responder.
—Por lo que es un anciano no debes golpearle, ¿acaso no vez que no puede defenderse? —Balbuceo al tiempo que ayudo al adulto mayor a levantarse —¿Se encuentra bien? —cuestiono, y él asiente.
—Si, ¡Gracias por salvarme! ¿Cómo te llamas? —inquiere con una voz aguda
—Mi nombre es lo de menos, lo que importa es ¿cómo está usted? ¿Siente dolor alguno?
—Algo —expresa con un suspiro.
—Le llevaré al hospital.
—No niña, no hace falta, mírame, puedo saltar —da pequeño saltos y me saca una sonrisa —mejor llévame a comer, tengo hambre no he comido en varios días —pide y hago cucharas.
—Chale… No tengo dinero, mas que para el autobús, pero mi amiga ha preparado una fiesta de cumpleaños, seguro que en ese lugar hay comida, le llevaré para que coma.
—¿Segura?— cuestiona al hacer un movimiento de manos por sus harapos.
—Muy segura... —Le tomo la mano y nos dirigimos a la parada de autobús. Todas las personas nos miran y critican, suspiro al darme cuenta, que aunque pasen los años la gente de este país sigue haciendo de menos a quienes no tiene un techo donde dormir. Pongo los ojos en blanco cuando escucho dos mujeres murmurar sobre los harapos del anciano.
Al llegar el autobús le tomo la mano y procedo a subir, no obstante la oficial del bus nos detiene —Usted ¿Donde cree que va?
—¿Cual es el problema?, si va conmigo.
—¿Usted va a pagar? —Inquiere y asiento. Extiendo la moneda para que nos deje en paz —Continúen —comunica y procedemos a subir.
Al ingresar al autobús, encuentro uno de los asiento libre, le otorgo el puesto al anciano.
—¿Está cansada? —Cuestiona mirándome fijamente. Frunzo el ceño al ver sus dientes perfectos, vaya que me he quedado sorprendida al ver como el anciano y peor aún, que es pordiosero, tiene los dientes muy sanos.
—¡No, tranquilo!, es más, ya llegamos —informo y bajamos.
Una vez que estoy frente a la casa de Aída me adelanto un poco y hablo con ella, mira sobre mis hombros aquel mendigo y comprende, rápidamente pide un plato de comida y lo invita a pasar.
—Eri, ¿De donde sacaste a ese anciano? parece revolcado de una chanchera —bromea Max.
—Muy chistoso —hago muecas y explico —Es un pordiosero que estaba siendo maltratado por unos niños, le ayudé y me pidió comida
—¿Y le piensas tener en el cumpleaños? —inquiere mirando con asco al hombre.
—¡Si!, no veo el problema, además Aída ya me dio su aprobación.
—No le hagas caso, Eri, hoy es tu día y nadie va arruinarlo, ni si quiera el patán de mi hermano, vamos arreglar todo para cuando lleguen los demás. Antes de irnos le da un pequeño cocacho a su hermano y este se queja, luego nos dirigimos hasta la sala y empecé adornar mi propio cumpleaños. Cuando todo estuvo listo me senté junto al anciano.
—¿Ahora si me vas a decir tu nombre? —pregunta al verme sentar.
—Erika Intriago —comunico y sonríe mostrando sus dientes perfectos.
—Y usted ¿cómo se llama?
—No se, no recuerdo mi nombre —verbaliza bajando la mirada.
—¿No recuerda nada de su pasado? —mueve la cabeza en negación y suelto un suspiro.
Miro la hora y son pasada las tres de la tarde, al parecer mis compañero del antiguo colegio no vendrán, me acerco a mi amiga y la encuentro marcando los números con insistencia.
—¿Que te dicen? ¿No van a venir? —Hace un puchero y suelta un suspiro.
—Nadie contesta, pareciera que olvidaron la fiesta.
—¿Pero si les avisaste?
—Si, les dije que hoy organizaría algo para ti, todos quedaron en venir.
—Ya ni modo, celebremos los cuatro —Aida se lamenta que nada haya salido como quería, pero le hago saber que no importan los demás siempre y cuando no falte ella.
Nos abrazamos y seguido encendemos la música, empiezo a divertirme con Maximiliano, Aída y el anciano desmemoriado.
Ya es la media noche, seguimos bebiendo y por supuesto llorando, mis amigos lloran porque sus padres pasan de viaje en viaje y nunca tienen tiempo para ellos. Y yo, pues yo tengo una vida desdichada desde que mi madre murió; mi padre se volvió a casar con una mujer malvada y cruel, quien junto a su hija hicieron mi niñez miserable, dejándome delante de mi padre como una niña rebelde y mentirosa. Recuerdo cómo si fuera ayer cuando Margaret rodó desde las gradas y me señalaron como culpable, aquel día papá me regañó y me encerró en la habitación. Está tan segado por esa mujer, que incluso duda de mí, siendo su propia hija. La verdad no se como esas dos se las ingenian para dejarme como la peor persona del mundo.
Me quedé toda la noche en casa de Aída, me sentía más cómoda aquí que en mi disque humilde hogar, bueno no tan humilde, pues mi padre es dueño de una pequeña empresa la cual estuvo en quiebra y gracias a un préstamo logró salvarla.
Por la mañana al levantarme, el anciano que ayer ayudé ya no estaba, le busqué por todos lados y no apareció, caminé de vuelta a la sala donde Max y Aida continuaban durmiendo.
—Chicos —les remeso a ambos.
—¿Qué? —Balbucea Max, entre dormido y despierto.
—El anciano no está. —Rápidamente se levanta y corren a mirar las joyas de sus padres y todo lo valioso que hay en la casa, mientras ellos buscan yo me quedó esperando que digan, que todo está en orden—. ¿Robó algo? —Inquiero al ver a Max bajar.
—¡No!, todo está en orden —esa respuesta me devuelve el alma al cuerpo.
Después de preparar el desayuno, me doy una ducha y me propongo volver a mí casa, al no tener dinero mis amigos pagan el taxi. Al bajar del antes nombrado encuentro papelitos regados por todas partes, es como si en la noche anterior se haya celebrado alguna fiesta.
Lentamente voy cerrando la puerta, una vez cerrada me quedo en trance, puesto que veo bajar de las gradas a mi padre. Trago grueso porque no sabía que volvería hoy, o mejor dicho ayer, la bruja me dijo que no vendría dentro de una semana y que no estaría en mí cumpleaños como en los años anteriores. Me he quedado perpleja al ver esa mirada penetrante que me hace sentir como un diminuto microbio.
—¿Por que no llegaste anoche?
—Le pedí permiso a Margaret, le informé que dormiría en casa de.....
—¡Mentirosa! —brama y se acerca provocando pavor en todo mi ser —Tu madre ni si quiera sabe donde estabas.
—No es mi madre. Expreso y el rechina los dientes.
—Eres mal agradecida, mi esposa te ha tratado como una hija y tu siempre haciendo todo por arruinarlo. —Sonrio al escuchar lo que dice, a sabiendas que esa mujer siempre me ha tratado mal, pero como explicarle a mi padre, si para él, yo soy una mentirosa.
—Mira a tú alrededor, pedí que organizaran una fiesta de cumpleaños, pensé en celebrártelo ya que en tus quince no pude estar, adelanté mi regreso porque quería darte una sorpresa, tu hermana y tu madre se pasaron toda la tarde arreglando una fiesta sorpresa para ti, se tomaron el tiempo de llamar a tus amigos del anterior instituto y tú que hiciste, no llegar, parece que aún no olvidas la mala costumbre de pasar en la calle.
Ahora entendía todo, la bruja de Margaret junto a Cristal planearon esto, claro, que estúpida fui, me hicieron limpiar la casa a cambio del permiso para ir a celebrar mí cumpleaños, con la mentira que mí padre no volvería de su viaje. Y no suficiente con eso, invitaron a todos mis amigos para que no asistan a casa de Aida. Suelto un suspiro y entrecierro los ojos, cuando escucho a la bruja hablar. —Sandro cariño, no debes alterarte, mira que eso te puede hacer daño.
—Es que no puedo con esta niña, ahora dice que le has dado permiso.— Informa mi padre y Margaret lleva las manos a su boca.
—Pero Eri... ¿Como puedes decir eso? Nunca dejaría que mis hijas durmieran en otra casa, por muy mayor de edad que sean.
—Claro que lo hiciste, dijiste que limpiara la casa y que podría salir. —Replico y la muy astuta se hace la dolida, y nuevamente termina convenciendo a mí padre.
—No vuelvas hablarle así a tu madre.— Verbaliza papá mirándome con ojos afilado.