- A su casa no - expresa nerviosa.
- ¿Por que no? - Inquiero y no dice nada.
- La llevaremos a nuestra casa - Brama el mocoso, que supongo no pasa de los dieciocho años - no permitiré que se lleve a Erika, es un desconocido, así que suéltela - ordena y le sonrió de medio lado.
- ¿Quien lo va impedir? ¿Tu? - nos quedamos mirando de una manera restante, donde mis ojos negros lanzan chispas.
- Estará en buenas manos. - Explica Misses.
- ¿Como lo sabes? - gruñe la joven.
- Lo conozco y se que no le pasara nada.
Dispuesto a no seguir discutiendo con un culicagado. La subo a mis hombros y una vez que llega el auto, la acomodo en la parte de atrás. Luego subo al volante y me marcho. Una hora después llegue a la hacienda, de la misma forma la tome en mis brazos y la lleve hasta la habitación. Lentamente la acuesto y la cubro con un plumón. Suspiro al ver su delgado y delicado rostro, parece una Ángel caído del cielo. Aprieto mis ojos por el sueño que tengo, luego ingresa una llamada y salgo de la habitación para contestar la llamada.
- Viejo, ¿Donde te metiste?
- tuve que volver a casa, será para otro día.
Cuelgo y suspiro al ver la joven sobre la cama, de pronto unos pasos lentos se acercan.
- Abuelo ¿Que haces aún despierto?
- Camina con su bastón y observa la muchacha, me mira y habla.
- ¿Dime que no le hiciste nada?
Frunzo el ceño y replico.
- ¿Como puedes pensar eso de mi?
- Perdón, pero te vi llegar con esa muchacha en brazos y pensé lo peor.
- La ayude, alguien la drogo y antes de perder el conocimiento me pidió ayuda.
Explique, y bajamos hasta el despacho donde nos sentamos a dialogar.
RELATA ERIKA.
Dormía profundamente recordando esos ojos negros que me miraban encarecidamente, aquellas manos que al momento de hacer contacto con mi piel, tensó cada célula de mi cuerpo.
Un fuerte sonido exalto mi corazón y mis ojos se abrieron al instante, me quede mirando hacia el tejado cubierto de pintura blanca y una altura mínima, de tres metros. Sin mover la cabeza mis ojos recorrieron el lugar, todo se veía lujoso y tuve el presentimiento que está, no era mi habitación, mucho menos la de Aida.
Parpadeó mis ojos por si todo lo que veo es en sueño, al abrirlos prosigo viendo la araña de cristal que cuelga desde lo alto.
Cuando la puerta se abre me siento en el mismo instante, rápidamente llevo la mirada hacia la puerta y la persona que acaba de ingresar.
—Que bueno que ya despertó, señorita— inquiere la mujer vestida de sirvienta.
En ese mismo instante la puerta del baño es abierta, mis ojos se agrandan con asombro al ver salir a un hombre con una toalla envuelta en la cintura y otra sobre sus hombros, con la cual seca su negros cabellos. Mis ojos se detienen en ese abdomen cuadriculado que tiene seis compartimientos, esos pectorales que aunque no los tacto se pueden ver lo firme que están, esos brazos que contienen buena masa muscular, que bien podría alzar una mula completa.
Luego miro bajo las sábanas y me horrorizó; puesto que estoy con una pijama que no es mia, vuelvo a mirarlo y me encuentro con esos ojos negros que impactan mi corazón con solo mirarme. Recuerdos de aquella noche regresan a mi mente, cierro mis ojos y siento mi sangre caer a mis pies.
—Tranquila, no pasó nada, la nana te cambió, yo solo ingresé a bañarme, en este instante salgo— Explico y recobre el aliento que había perdido, cuando abrí los ojos ya no estaba.
—Le traje esta ropa de la señorita Ruth; para que la use— explico la muchacha
—Lo que necesito es mi ropa, tengo que irme, mi padre me matará —Expongo al descubrir mi cuerpo.
—Su ropa se está lavando, tal vez ya este seca, iré por ella— musita y se va.
—Muchas gracias.
La empleada sale y me quedo contemplando la enorme habitación, mis ojos quedan maravillados con la decoración. Todo lo que le adorna es demasiado gallardo, me atrevo a caminar descalza sobre la felpuda alfombra que cubre el suelo, estiró mi cabeza como si fuera una jirafa para ver fuera del balcón, mis ojos y mi boca se abren al ver lo enorme que es la piscina.
—Aquí esta su ropa— Habla la empleada, rápidamente camino hacia ella, me entrega la ropa y corro al baño, antes de ingresar me giro y cuestiono.
—¿Puedo?
—Claro, adelante, solo que ha de estar desordenado porqué el joven Santiago lo uso.
Santiago... Se llama Santiago, sonrió eh ingreso, aspiro el aroma que a dejado en el aire, mis ojos vuelven a maravillarse con lo enorme y limpio que está el baño, di por mi fuera me metería a esa Tina y me quedaría horas enteras, pero recuerdo a mi padre y mi cuerpo se llena de escalofríos.
Mientras me baño imágenes de la noche anterior aparecen, mi corazón se estruja al recordar que Max, se atrevió hacerme dos, siento un dolor profundo en mi pecho porqué lo apreciaba como el hermano que nunca tuve.
Cuando me propongo a marcharme la empleada me detiene.
—Señorita, el joven Santiago la espera en el despacho.
—Despacho?, yo no tengo tiempo, dígale que no puedo. Exprese y salí corriendo por esos amplios pasillos, baje las gradas y supuse que aquella era la salida.
RELATA SANTIAGO
Escucho la puerta principal cerrarse y dirijo la mirada hacia la ventana corrediza, observó como la delgada figura de una joven corre por el largo camino adornado de piedras, era como si llevara prisa o escapara de alguien, supongo que ese alguien soy yo, presionó la escotilla del tabaco y salgo del despacho, camino hacia la puerta principal y encuentro a la empleada.
—Señor— La interrumpo.
—Ya la vi— Vocalizo —Lo que no entiendo es, ¿por qué la dejó ir? ¿no le dijo que necesitaba hablar con ella?
—Joven, ella dijo que no tenia tiempo, si se quedaba más tiempo, su padre la mataría.
—¿Eso dijo?— la empleada asiente y aquello me da más animo, para ir tras ella.
Rápidamente subo al auto y lo pongo en marcha, no puedo dejar que se valla, ya que la hacienda está alejada de la vía principal, y ella no lo sabe.
A unos cuantos metros logró divisarla, presionó el claxon del auto y regresa a verme. Al llegar a su costado abro la ventanilla y me mira por un instante, aquellos ojos se entrelazan a los míos.
—¿Quiere subir?— niega y continúa caminando. —Estamos lejos de la ciudad— Acotó, al mismo tiempo que manejo despacio siguiendo sus pasos.
—¿Que tan lejos?— cuestiona al pararse y cruzarse de brazos.
Me detengo de inmediato y sonrió.
—Veinte minutos a la vía principal y...— Cuando menos lo espere, abrió la puerta y subió.
—¿Donde me ha traído?— balbuceo al colocarse el cinturón.
—Estamos al este de la capital, exactamente en "Guayllabamba"
—¡¡Qué!! ¿por qué me ha traído tan lejos?— reprocha.
—¿Es necesario que le explique, que aquí vivo?— comunique, al tiempo que la miró de reojo sin descuidar el volante. —Me pidió ayuda y se la brinde, señorita Erika. Deletree.
—¿Como sabe mi nombre?— cuestiona y me mira.