Capítulo 2: Trato y Venta

2002 Words
―¿Qué? ―Nahara lo miró impactada―. ¿Está usted jugando conmigo? ¿Acaso mi jefa los envió a molestarme? El hombre, que no sabía de lo que hablaba, negó. ―Mi jefe me ha enviado por usted. Por favor, acompáñeme. ―¿Y si me niego? ―se soltó de él—. Aléjese de mí de una buena vez o grito. El hombre miró a su alrededor. Quienes se encontraban presentes estaban más atentos de sus bebidas alcohólicas que de lo que pasaba alrededor. ―Entonces me veré en la necesidad de llevarla en contra de su voluntad. Nahara pasó saliva. ¿Acaso la iban a secuestrar? ―Si quieren mis órganos, juro que no les servirán para nada. ―Intentó marcharse, pero él la detuvo de nuevo por el brazo, haciéndole saber que no la dejaría marcharse. El imponente hombre se puso en pie e ignoró las súplicas de la mujer, que, desesperada, le ofrecía a todas sus chicas a un estupendo precio. Ella no pudo más con su actitud, así que lo agarró del brazo para retenerlo. Él miró su agarre y después a la desesperada mujer, quien lo soltó de inmediato. ―No me interesa ninguna. ―Ni siquiera se dio la tarea de volver a mirarlas―. Todas están muy usadas y no son de mi agrado. ―Las chicas bajaron la mirada al escuchar tal crueldad―. Quiero que cierren este lugar y desaparezcan a esa puta. Me tocó ―ordenó a uno de sus hombres, que estaba en la puerta. Mekeril Blod, de treinta y cinco años, alto, rubio, con cabello largo, barba perfecta y unos ojos prácticamente dorados, hijo menor del clan Blod, era una persona manipuladora, posesiva, agresiva, controladora y despiadada. Con apenas treinta y cinco años ha llegado a ser el ser más respetado del continente europeo no solo por su fama de ser un donjuán, sino también por ser una persona desalmada y sin miedo de quitarle la vida a alguien. A su edad se volvió dueño de la isla más grande del mediterráneo, Sicilia. Aunque el dinero nunca fue necesidad, ya que, al ser el más joven del clan, tenía todo en bandeja de oro, decidió seguir los pasos de sus dos hermanos mayores y su padre. Ganarse cada cosa que tenía le valía más que mil mujeres desnudas en una sola habitación. Nahara apretó sus manos con nerviosismo. Había estado sentada en el asiento del pasajero de esa camioneta negra con vidrios polarizados y se sentía bajo amenaza ante la mirada del hombre aterrador frente a ella. ¿Por qué le pasaban esas cosas? Al escuchar la puerta abrirse, contuvo la respiración. ―Déjanos a solas. ―La voz gruesa la tensó por completo y su corazón se enloqueció del miedo―. Te daré la orden. ―Como ordene. ―El sujeto bajó del auto. Nahara no dejó de mirar al frente. No quería encontrarse con el hombre que ordenó detenerla de esa manera. ¿Acaso era el señor Johnson quien la quería secuestrar? ―Dios ―chilló por el movimiento tan brusco. ¿Quién pesaba tanto como para mover el auto así al subir? Observó a su lado y se sintió desmayar. El hombre era realmente enorme. ―Le dije a su hombre que no quiero nada de usted ―pasó saliva con dificultad―, así que le pediré que me deje ir para… ―Solo una noche. ―La miró tan pequeña e inofensiva―. Me darás tu primera vez, y yo te ofreceré cien mil euros. Nahara lo contempló como si estuviera loco. ―¿Quién pagaría esa cantidad absurda por llevarme a la cama o a cualquiera mujer? ―Se sintió burlada―. Me niego. No voy a vender mi cuerpo como una dama de compañía. Yo… ―Necesitas el dinero. ―Nahara quedó con la palabra a medio decir―. Tu abuela está en un hospital y tú estás desempleada y sin dinero para buscar otro trabajo. ―La sujetó de la barbilla y la miró a los ojos con seriedad, disfrutando su temblorosa reacción―. Una sola noche y es todo. Nahara, quien se había negado, se paró a reflexionar. Sin duda, su jefa se lo contó. Pero ¿por qué lo haría? ¿Acaso le dio dinero por la información? ―¿Quién me garantiza que no me secuestrará y después me venderá a un sádico enfermo? La risa profunda de Mekeril la estremeció por completo. ―Tú elegirás el lugar y yo lo pagaré todo. Nahara desvió la mirada. ¿Acaso debería reconsiderar su respuesta? Jugó violentamente con sus manos hasta el punto de tenerlas rojas. Su abuela necesitaba la operación lo más pronto posible. Le quedaría buena cantidad de dinero para comprar una casa mejor y tendrían para pagar todas las deudas que habían acumulado con el pasar de los años. ¿Cómo podría ser tan egoísta como para no aceptar esa propuesta, que sin duda no sabía a qué había venido? ―¿Solo una noche? ¿Sin trampas? ―Mekeril asintió bastante serio―. ¿Por qué yo? ―Jamás se había creído alguien con suerte. ―Porque tengo buen ojo. ―Se quedó para él, que, de hecho, escuchó la conversación y pudo ver su inexplorado cuerpo bajo esas sensuales prendas―. Bien, ¿ya tienes el lugar? Nahara mordió sus labios, nerviosa. ―Todavía no he aceptado ―le hizo saber, haciéndolo sonreír, pero ella estaba demasiado ocupada pensando en qué hacer para notarlo―. Bien, hay un hotel bastante lujoso al otro lado de la ciudad. Podemos ir ahí. ―¿El Golden? ―Ella asintió, y para Mekeril fue un juego. Era dueño de ese y otros tantos hoteles―. Wood, hora de irnos ―ordenó a su hombre de confianza, que se puso en marcha al instante. Nahara sacó el aire por la boca al bajar de la camioneta. Solo puso un pie en el hotel y pudo notar cómo todos parecían tenerle gran respeto a la torre que caminaba a su lado. ¿Por qué todos se ponían nerviosos con su sola presencia? Debía aceptar que el hombre era intimidante, pero al grado que ellos actuaran le parecía casi ridículo. Era como si tuviera cada vida en sus manos. Al llegar a la habitación, se impresionó al ver el lugar. Eso parecía una casa dentro de un edificio. ¿Cómo podía ser tan grande todo? Mekeril lamió sus labios. Ella parecía tan inocente que casi lo enloqueció el saber todo lo que le haría. ―Ay ―chilló al verse por los aires. Él la había levantado con una sola mano. ¿Cómo había sido capaz?―. No soy una pluma para que me tome con tal libertad. Suélteme ―exigió. ―Eres mía. Ahora puedo hacer lo que quiera contigo. Ese hecho la dejó por completo horrorizada. ¿Era de él de quien hablaban las chicas? ¿Acaso era el hombre que hacía con las mujeres lo que le venía en gana, hasta el punto de dejarlas sin caminar por días? ―¿Me lastimará? ―Lo miró a los ojos cuando la colocó en el piso del baño―. Yo… yo soy pequeña y usted… ―Lo recorrió con la mirada. Debía echar la cabeza casi por completo hacia atrás para poder mirarlo a la cara―. Me podría destrozar. ―Desvió la mirada. ¿Por qué trataba de llegar a él si sabía que no le haría caso? ―No te haré daño. —Esa promesa la descuadró, y ella lo observó de inmediato―. No puedo asegurarte que no te dejaré jodidamente inválida, pero puedo asegurarme de que te sientas bien. ―Tiró de ella―. Tan bien que lo repetiremos hasta el amanecer. Nahara se vio recibiendo su primer beso. Ella ni siquiera sabía cómo hacerlo, y eso enloqueció a Mekeril de una forma extraordinaria. ―Lo siento ―se disculpó agitada y roja―. Ha sido mi primer beso, y no sé hacerlo, así que… ―No pudo proseguir porque él la tomó en brazos para más comodidad y devoró sus labios con posesividad. Nahara no sabía cómo lo hizo, pero ella rápidamente se acostumbró a la intensidad del hombre y pronto se vio besando más o menos bien. Las cosas escalaron tan rápido que no se dio cuenta cuándo ya estaba desnuda bajo el chorro de agua, con el hombre recorriendo cada rincón de cuerpo. Él le había llevado a un punto de excitación que jamás había conocido. El simple roce de sus cuerpos la hacía vibrar y gemir con desesperación. ¿Por qué se sentía tan bien sabiendo que eso era por dinero? Mekeril gruñó al sentir sus pequeños dedos pasar por el tatuaje de su pectoral derecho, el emblema familiar, una pantera con sangre que desbordaba de su hocico. ―Si no me hundo en tu coño justo ahora, terminarás internada en un hospital. ―Nahara cerró los ojos―. Vamos a la cama. No se preocuparon en secarse, fueron directo a la cama entre besos y caricias. ―Yo… yo… ―Nahara se puso demasiado nerviosa. Ya ni siquiera quería mostrar más su cuerpo―. No puedo hacerlo. Mekeril, quien estaba por explotar, respiró hondo. ―Ábrete de piernas ―ordenó―. Solo dame un minuto y estarás rogando que entre en ti. ―La miró a los ojos―. Confía en mí. Abre las piernas. ―Ella, que se cubría con las sábanas, jadeó al serles arrancadas―. Abre. Ese tono de voz ronco no le dio cabida a dudas. Lentamente, abrió las piernas y cerró los ojos, avergonzada. ―Carajos. ―Apretó los puños. Era perfecta. No era como los coños de las mujeres que él frecuentaba. La inocencia incluso se le notaba hasta ahí. Nahara gimió y se arqueó por ese desprevenido lametazo que recibió. Vio las estrellas en el acto y no supo qué más hacer. Solo gimió, se retorció y rogó que la dejara ir, pero él no estaba dispuesto a cumplir sus demandas. ―Has recibido el primero orgasmo. Ahora prepárate para los demás. Nahara miró el techo con lágrimas en los ojos. Vendió su virginidad, y parecía no preocuparse por eso. El hombre que la hacía suya con tanta pasión parecía tener el poder para hacerla olvidarse de todas las cosas. Una noche corta, así le pareció a ella, aunque su cuerpo no pensaba lo mismo. Su sexo dolía como nunca, su cuerpo parecía ser embestido por un enorme camión y las marcas eran testigo de lo bien que la pasó. Pasó una noche con un desconocido, cumplió un trato y ahora se prometió a sí misma jamás recordar esa noche y al hombre que la protagonizó. Ella no pensaría que cometió una inmoralidad. ―Señorita Nahara ―el doctor la detuvo―, su abuela se ha puesto grave y… ―Opérenla ―soltó al instante―. Salve a mi abuela. Tengo el dinero ―le mostró el maletín. El hombre quiso preguntarle de dónde lo había sacado, pero salvar a su paciente era más importante. ―Vaya a la sala de espera. Le estaremos informando. Nahara, al borde de las lágrimas, abrazó fuerte el maletín y se marchó a donde le indicaron. ―Esto está muy mal. ―El cirujano negó―. Hay que desfibrilar. Pásenme las paletas ―ordenó apresurado. El corazón se había detenido. Nahara respiró profundo. Ya llevaba más de cinco horas ahí sentada, sintiendo frío, hambre, dolor y preocupación por su yaya. ¿Cómo salían las cosas? Alzó su cansada mirada y, al ver al doctor, se puso en pie. Una sonrisa iluminó su rostro. ―Señorita, hicimos todo lo que estuvo en nuestras manos, pero la señora Rosa no resistió la cirugía. Lamento darle la noticia, pero ella falleció.
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