―Gitana. ―Mekeril acarició los muslos de su mujer de manera ascendente hasta llegar a su tripita abultada―. Joder… no pares, nena. Nahara lo besó con desesperación. Devoró sus labios sin dejar de mover sus caderas. Estar sobre su hombre era una delicia que siempre disfrutaba. ―Dios. ―Cerró los ojos. Amaba que él acariciara su cuerpo de esa forma posesiva que tenía―. Me encantas. ―Lo miró a los ojos―. Muchísimo. Mekeril gruñó. Adoraba que ella le dijera ese tipo de cosas. Nunca había necesitado la aprobación de ninguna mujer porque sabía que siempre las volvía locas, y era lo mejor que les podía pasar, pero que su gitana le dijera cuánto le gustaba y lo tanto que lo amaba se sentía jodidamente bien para él y la seguridad incrementaba siempre. La excitación en sus cuerpos era insoport