Mekeril vio la mano del hombre tocar el brazo de su chica y se memorizó cuál era, ya que la perdería primero. El abrazo que vino después lo llevó a pensar mil y una maneras de arrancarle la piel para que esa deliciosa sensación que era abrazar a su mujer la olvidara con dolor y agonía. Estaba muy cabreado por lo de “cariño” pero sin dudo todo lo que vino después fue cavar su propia tumba. Nahara, que estaba sorprendida, lo miró con una sonrisa como mueca y, tan pronto como pudo, se separó de él. Sabía que tenía dinero, pues así quiso conquistarla, pero jamás pensó encontrárselo en uno de esos lugares tan exclusivos. ―Federico ―susurró, y se acercó más a Mekeril en modo de protección―. Vaya, ¿qué haces aquí? El hombre alzó las cejas. ―¿Qué haces tú aquí? ―Agrandó la sonrisa, incrédu