Miró la escena impactada, afligida. Federico estaba prácticamente muerto en vida. Se quejaba tan lento que daba escalofríos y más verle la carne viva. ―¡Sáquenla de aquí! ―gritó Mekeril colerizado. No quería tocarla porque estaba lleno de sangre, salpicado de orina. Además, el olor a mierda era penetrante. ―No ―se negó―. ¡No me vayas a tocar, Alessandro! ―Lo observó con seriedad―. ¡Salgan todos! ―les ordenó de una manera que todos miraron a su jefe, pues querían obedecerle. ―No es bueno para ti. ―Él se mantuvo frente a Federico para que no viera su estado―. Gitana, por favor, hazme caso. ―No me iré de aquí. ¡Haz que todos salgan de una buena vez! ―Mekeril asintió y todos salieron―. No, déjenlo ahí. ―Señaló al hombre que pretendía llevarse al moribundo. ―Nena, ¿qué haces? ―se preocup