—¡Hermana Caridad! ¿Se encuentra bien? Una voz femenina se oyó detrás de la puerta, y también el sonido de la cerradura. Rodrigo se quedó estático, su corazón bombeó con fuerza, sin saber qué hacer, miró una ventana, pero no se podía ir, algo le decía que no podía dejar a la religiosa así enferma, y encerrada con llave. —¿Qué hago? —susurró. Escuchó voces, pasos, imaginó que estaban buscando las llaves, miró un viejo ropero y se metió ahí, en medio de los hábitos de Giovanna. Las religiosas abrieron la puerta, y una de ellas se acercó a Giovanna la tocó. —Está de nuevo ardiendo, hay que bajarle la calentura. —Pienso que mejor debemos llamar a un médico. «Por fin se les iluminó el cerebro» pensó Rodrigo desde el interior del ropero. Enseguida una de las religiosas salió.