Dos días después. Giovanna había guardado reposo, pero no le gustaba el encierro, eso le hacía recordar aún más sus faltas, entonces ya sintiéndose mejor, lo primero que hizo fue ir al aula donde los niños recibían clases. Los miró a todos y sintió una opresión en el pecho, en especial cuando observó a Lulú, era la única niña de seis años. «Mi hija debe ser como tú» pensó y el corazón le tembló. —¡Hermana Caridad! —exclamó la religiosa que dictaba clases—, pase, los niños la han extrañado. Giovanna ladeó una sonrisa, y entró, miró a los pequeños con calidez, ellos enseguida le aplaudieron. —No, no hagan eso —solicitó. —¿Cómo se han portado en mi ausencia? —Bien, solo que la hermana Conchita no cocina tan delicioso como usted —avisó Lulú. —Vaya, vaya, y yo pensé que les agrad