Giovanna sacudió la cabeza, pensó que hasta ahí había llegado su tormento, pero no, tenían que ordenar acompañar a Rodrigo.
—Pero hermana Francisca, acabo de llegar, debo ponerme al día.
—Ya me habían dicho que usted tenía serios problemas con la obediencia, vaya con el ingeniero, ya habrá tiempo de ponernos al día, yo debo llamar a sus familiares, nos mantiene comunicadas.
Giovanna resopló, miró a Lulú, sollozando, suspiró profundo y subió a la ambulancia.
Rodrigo en la ambulancia entreabrió los ojos, de nuevo ese rostro sublime apareció ante sus ojos, en verdad pensaba que era una aparición celestial.
—No siento mi pierna —susurró agitado.
«Deberías quedarte cojo para que dejes de ser tan presumido» Giovanna apretó los labios, se regañaba en la mente. «Debo confesarme, no le puedo desear el mal a nadie, por más que se lo merezca, no soy nadie para juzgar»
—Tranquilo, no hable, pronto llegará al hospital, y lo atenderán.
Rodrigo volvió a perder el conocimiento, por suerte llegaron con rapidez al hospital, y de inmediato ingresaron al paciente a emergencia.
Giovanna se quedó afuera, empezó a orar, para sanar su alma de todos los malos pensamientos, de los malos deseos, y hasta por la salud de aquel hombre.
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Las luces del convento se apagaron, las puertas de las habitaciones de los niños crujieron al cerrarse, todos debían estar dormidos para ese entonces. La superiora había olvidado con tanto contratiempo castigar a Lulú.
La pequeña se hallaba en la cama, sostenía en sus manos una vieja muñeca de trapo, la abrazaba muy fuerte contra su pecho.
«Por favor Diosito no permitas que mi amigo Rodrigo se vaya a morir, él es muy bueno, me cae bien y me defiende, si él se muere, no tendré a nadie» Apretó sus ojitos para dejar correr las lágrimas.
—Lulú, ¿estás despierta? —La voz de Numa se escuchó junto a su cama.
—Sí, habla bajito, porque si los demás se dan cuenta van a avisar a la celadora que nos dormimos tarde —susurró.
—Te traje un regalo, abre la boca —pidió Numa. Lulú obedeció y sintió que él introdujo algo suave dentro, la pequeña dio un mordisco, era un chocolate.
—Gracias, está deliciosísimo —murmuró. —¿De dónde lo sacaste?
—Lo robé del escritorio de la hermana superiora para ti, no me gusta verte triste. —Le acarició la mejilla—, ahora si descansa. —Le dio un beso en la mejilla.
Lulú ladeó los labios, suspiró, cerró sus ojitos, se durmió.
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Giovanna caminaba por la sala de espera, sostenía en sus manos un rosario, entonces miró llegar al hospital a Joaquín Zapata y Eduardo Romero, esposos de sus primas Gianna y Georgina, y primos de Rodrigo.
Los hombres se acercaron a recepción, era lógico que, a averiguar el estado de salud de Rodrigo, como la enfermera les informó que debían esperar, ambos se veían ansiosos, angustiados, no era para menos. Ambos tomaron asiento.
Ella se quedó a una corta distancia, se acomodó en otras sillas de espaldas a ellos, a pesar de que no la reconocían, sabían que se había hecho religiosa, pero no la veían desde hacía años. Giovanna evitaba las reuniones familiares, las pocas veces que iba a Italia, era solo a visitar a sus padres, también recibía las visitas de ellos, y de sus hermanos en el convento.
Entonces un médico apareció detrás de dos puertas, preguntó por los familiares de Rodrigo. Y enseguida Joaquín y Thiago se levantaron, por suerte el médico se acercó. Giovanna se quedó atenta.
—¿Cómo está?
—Tiene varios huesos rotos, la herida de la pierna fue la más grave, parece que fue bien asistido en el convento, está vivo gracias a los primeros auxilios que le prestaron.
Giovanna inhaló profundo. Había hecho su buena acción del día a pesar de salvarle la vida al hombre que más daño le causó, enseguida se puso de pie, y se retiró.
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Al día siguiente en el convento las cosas estaban más tranquilas, claro llegó la policía a constatar que Rodrigo había sufrido un accidente, mientras la superiora acompañaba a los agentes.
Giovanna, quien había pasado toda la noche orando, por orden de la superiora, debía organizar a los niños, para que fueran al comedor a desayunar.
Para Giovanna estar rodeada de tantos niños era como una penitencia.
—Hermana, ¿cómo está mi amigo? —La voz tierna de Lulú se escuchó.
Giovanna, cada veía a esa niña, percibía un estremecimiento en el corazón.
—Está vivo —contestó.
—¿Vendrá a visitarme?
—No lo sé —contestó Giovanna, cambió de tema—, bueno, vamos al comedor, espero todos se hayan lavado las manos, los revisaré antes que se sienten a la mesa.
Lulú no se quedó tranquila, pero no podía hacer más por el momento, porque su mente ya andaba maquinando la manera de ir a visitar a Rodrigo.
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En el hospital ya los padres de Rodrigo, y sus primos se encontraban con él. Majo le sostenía de la mano.
—¿Cómo te arriesgaste? ¡Podías haber muerto! ¡Ay no! ¡Yo me hubiera muerto contigo!
Majo empezó a sollozar.
Salvador la abrazó.
—Fuiste muy imprudente, hijo.
—Tenía que salvar a Lulú —recalcó él. —¿Saben algo de ella?
Los padres de Rodrigo se miraron a los ojos, arrugaron el ceño.
—¿Quién es Lulú?
—Es una niña del orfanato, mi amiga, me dijeron que estaba dentro de la bodega, rescaté a un niño, y no recuerdo más.
—La superiora me dijo que el niño a quien rescataste tenía golpes, pero que está estable y los demás todos bien —comunicó Joaquín.
—Debes darles las gracias a esas religiosas, estás vivo porque una de ellas intervino, parece que sabía de primeros auxilios.
Rodrigo resopló.
—¿Una monja? ¡Con lo bien que me caen! —susurró bajito.
—Bueno, ahora debes recuperarte —informó Majo—, me quedaré a cuidarte.
***
Un mes más tarde, ya Giovanna estaba lista para convertirse en la nueva superiora de ese convento.
—No sabemos si el ingeniero Arismendi siga a cargo de la remodelación, nadie de la constructora se ha comunicado, y como comprenderá no vamos a llamar a pedir que vengan, luego de lo ocurrido.
«Seguramente ya mismo nos cae una demanda encima, conociéndolo» Giovanna sacudió la cabeza, inhaló una gran bocanada de aire. «Perdóname, Señor, levantar falso testimonio es pecado»
La superiora seguía hablando y Giovanna parecía ausente. De pronto esa voz le congeló la sangre.
—Buenos días, ¿puedo pasar?
—¡Ingeniero Arismendi! —exclamó la hermana Francisca. Él estaba en una silla de ruedas, podía caminar, cojeando, pero podía hacerlo; sin embargo, era igual de dramático que su mamá y algunos integrantes de la familia Duque—, claro siga, ¿desea beber algo?
Giovanna permanecía inmóvil, de espaldas a él, el corazón le retumbaba con violencia.
—Tranquila hermana superiora, solo vine porque deseo conocer a la santa que me salvó la vida.
Giovanna cerró los ojos, las piernas le temblaron.
—Bueno ingeniero, para ser santos hay que cumplir muchos requisitos; sin embargo, la hermana María Caridad actúo a tiempo, fue una suerte que hubiera llegado.
—¿Y en dónde encuentro a la hermana Caridad? —preguntó Rodrigo.
—Está aquí —contestó la superiora—, hermana Caridad, no sea maleducada, dese vuelta, salude al ingeniero.