Entre el odio y el deber.

1517 Words
«¡No me deje morir!» Aquella frase hizo eco en la mente de Giovanna. Su corazón se olvidó en ese entonces de la caridad, de la solidaridad, y todos los principios que predicaba debido a su vocación religiosa, y de pronto apareció la mujer herida, lastimada, y el odio que pensó que había desaparecido al entregar su vida a Dios, regresó, percibió como su sangre se encendía, su cuerpo se incendiaba como si las llamas del infierno se hubiesen desatado, y los dolorosos recuerdos de lo que aquel hombre que tenía agonizante frente a ella le hizo en el pasado, aparecieron para atormentar su alma: (***) Años atrás. —Estoy embarazada, tú eres el padre, y vengo a que te hagas cargo de este bebé. —Soltó de golpe, Giovanna había ingresado a la oficina del ingeniero Arismendi sin pedir permiso. Rodrigo soltó una sonora carcajada. —¿Me viste cara de pendejo? —cuestionó resoplando, su azulada mirada era fría, intensa—, yo usé protección esa noche, no soy tan imbécil como piensas, ¿pensaste embaucarme un mocoso? —indagó agitando los brazos. —No. —Gruesas lágrimas rodaron por las mejillas de Giovanna—, tú eres el responsable, yo no he estado con nadie más, no puedes dejarme sola con esto —gritó con desesperación. Rodrigo la miró con seriedad. —¿Quieres dinero para abortar? —preguntó dibujando una mueca de inconformidad en sus labios. —¡No! —gritó ella—, no quiero este bebé, pero no soy una asesina, eres el padre, tú puedes criarlo. Rodrigo negó con la cabeza. —Busca al verdadero padre, a mí no me molestes, lárgate antes que llame a seguridad. —Caminó hasta la puerta de la oficina y la abrió. —¡Eres un infeliz! —gritó Giovanna—, algún día te vas a arrepentir Rodrigo Arismendi, y seré yo quien me burle de ti —vociferó, salió de aquel lugar envuelta en un mar de lágrimas. **** —¡Hermana Caridad! ¡Este hombre se muere! La voz de otra religiosa alertó los sentidos de Giovanna; sin embargo, miraba a Rodrigo ahí pálido, moribundo, y esa frase que ella sentenció en el pasado, se repetía en la mente: «Algún día te vas a arrepentir» Giovanna respiraba agitada, su mente era un caos. «Eres una religiosa, entregaste tu vida a Dios, tu alma no puede tener sentimientos de odio, es un ser humano, sálvalo» La voz de su conciencia le repetía que debía salvarlo, pero otra voz, la de su corazón herido decía lo contrario. «¡No lo hagas, déjalo morir, se lo merece, él te humilló, te trató como a una mujerzuela, tú le entregaste tu virtud, y él solo se burló de tu inocencia!» Giovanna parecía tener de un lado un ángel bueno, y del otro al mismo demonio, su rostro se cubrió de lágrimas. «¡Ayúdame, Dios! ¡Aleja de mi mente los malos pensamientos! ¡No quiero condenarme!» —¡Hermana! ¡Ese hombre se muere! —gritó horrorizada una religiosa. Giovanna sacudió su cabeza, había perdido minutos cruciales; sin embargo, era una religiosa, y muy a su pesar no podía dejarlo morir, aunque aquel hombre mereciera arder en las llamas del infierno. —Las sábanas —gritó y enseguida cuando se la entregaron hizo el torniquete en la pierna de Rodrigo, tenía una gran cortadura—. ¿Qué pasa que no viene la ambulancia? —vociferó la religiosa, le tocó el pulso, era muy débil. —Lulú —susurró Rodrigo, aquella palabra salió casi inaudible para los demás, pero Giovanna que estaba tan cerca pudo escucharlo, pensó que quizás así se llamaba la esposa, la novia, la mujer de su vida, habían pasado tantos años, y ella nunca quiso saber nada de él, no imaginaba que él se refería a una niña. Giovanna abrió los ojos de golpe al darse cuenta de que él emanó el último suspiro. —No te mueras m@ldito imbécil —susurró acercando su rostro al oído de él, se olvidó que era una religiosa, de inmediato aplicó RCP—. Uno, dos, tres…—contaba y presionaba el pecho de él, buscando salvarle la vida. Lo intentó sin rendirse, y cuando creyó que él había muerto, escuchó de nuevo su respiración. —¡Gracias a Dios! **** Lulú tenía el rostro empañado de lágrimas, al ser tan traviesa, y curiosa, escuchó detrás de la puerta que su amigo Rodrigo estaba muy herido. Estaba parada de puntitas sobre la cama intentando mirar por la pequeña ventanilla de la habitación. —No alcanzo a ver nada —refunfuñó con molestia—, no quiero que mi amigo se vaya a morir. Uno de los amigos de Lulú de los más grandecitos subió a la cama, también se alzó para mirar, pero como era lógico no se lograba ver nada, solo escombros y a las religiosas orando. —No se ve nada, solo a las hermanas orando, creo que debes hacer lo mismo —comunicó Numa. Lulú dibujó en sus labios un puchero, mordía su labio inferior, su pequeño corazón sentía un estremecimiento, y como era impulsiva, y no medía las consecuencias de sus actos, y escuchó que las religiosas no estaban dentro de la casa, salió corriendo. —¡Lulú! —gritó Numa, pero fue inútil, la niña ya salió. María de Lourdes corría con rapidez, sus pequeñas piernas no eran tan ágiles, respiraba agitada, parecía el camino largo, en cuestión de cortos minutos llegó a la escena de la tragedia. —¿Qué haces aquí, muchacha endemoniada? —gruñó Rigoberta—, mira lo que ocasionaste, si el ingeniero se muere será tu culpa. Giovanna en ese momento se encontraba concentrada en Rodrigo, pero cuando escuchó la voz áspera de esa mujer levantó el rostro, y miró como le gritaba a esa pequeña niña, de pronto el corazón se le estremeció, y la sangre reverberó en sus venas, se puso de pie. —No la trate así, es una niña, ¿qué le pasa? —reclamó Giovanna, su suave mirada se transformó, era cierto que no le agradaba estar cerca de los niños, por obvias razones, pero no los odiaba, ni trataba mal. —Mire hermana, no se entrometa, yo a usted ni la conozco —gruñó Rigoberta, respiraba jadeante. —Hermana María Caridad, por favor, compórtese —ordenó la superiora de ese lugar—. Lulú siempre se mete en problemas, no la defienda. «¿Lulú?», cuestionó Giovanna en la mente. «¿Será que Rodrigo llamaba a la niña? ¿Por qué?», se preguntó. Lulú se escondió detrás de Giovanna, solo asomaba su cabeza para ver a Rodrigo, separó los labios al ver la sangre y las heridas que tenía, la piel se le erizó. —¿Se va a morir? —cuestionó casi sollozando—, yo no quería que le pasara nada malo, no fue mi culpa. Giovanna escuchó esa tierna vocecilla que le estremeció hasta lo más profundo de su alma, volteó y se inclinó a la misma altura de Lulú, los verdes ojos de ambas se cruzaron y la religiosa percibió una extraña sensación, la piel se le erizó, se quedó sin habla por segundos, no supo por qué. —No, no se va a morir, y si eso pasa, no es tu culpa, la bodega era muy vieja, fue un accidente. ¿Sabes orar? Lulú miró a la religiosa, y sintió una extraña sensación, pero era tan pequeña para comprender. Asintió. —Sí —susurró. —Hermana María Caridad, la niña no puede estar aquí, debe volver a la habitación, además recibirá un castigo por desobediente —informó la superiora. Giovanna tragó saliva, aún no se posesionaba como la nueva encargada, debía obediencia a su superiora. —Vuelve a la habitación, yo te mantendré informada, no te expongas a otro castigo —aconsejó. De pronto el sonido de la sirena de la ambulancia alertó a todos, una de las religiosas corrió a recibir a los paramédicos. Entonces Lulú aprovechó para subir encima de los escombros, casi resbaló, pero no le importó, se acercó a Rodrigo, y colocó su pequeña manita sobre la de él. —No te vayas a morir, por favor —susurró, sus ojitos estaban llenos de lágrimas, los apretó con fuerza—, tú eres el único que me comprende, me caes bien, vuelve —suplicó. Giovanna tragó saliva, arrugó el ceño, no lograba comprender como ese miserable hombre, que jamás tenía consideración con nadie, que creía que el mundo debía rendirse a sus pies, se había ganado el cariño de una niña tan dulce como la que estaba ahí, para la religiosa Rodrigo Arismendi no merecía nada bueno en la vida. «Perdóname, Dios mío, por estos malos pensamientos» Otra religiosa apartó a la niña, mientras los paramédicos, le ponían oxígeno, el collarín, y lo inmovilizaban para subirlo a la ambulancia. —¿Alguien va a acompañar al herido? —preguntó uno de los paramédicos. —Hermana María Caridad, vaya con el ingeniero —ordenó la superiora.
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