Giovanna, con el buen pretexto de supervisar a los niños, fue hasta la alcoba de los pequeños, pero su verdadera intención era ver a Lulú, arroparla como no lo hizo en el pasado, darle su beso de buenas noches. —Hermana Caridad debió quedarse en cama, y no salir de la habitación —advirtió otra religiosa. —No me gusta estar acostada, más bien quería ver que los niños obedecieran, váyase a dormir, yo me hago cargo. La religiosa obedeció, salió de la habitación. —Hermana Caridad, yo pensé que usted dormía con el hábito. Los niños carcajearon al escuchar a Lulú. La superiora estaba con su camisón de dormir, que le cubría desde el cuello hasta los pies. —Claro que no, nos quitamos esa ropa para dormir. —¿Y el velo también? —cuestionó. —¿Cómo tiene su cabello? Giovanna sonrió, su