Rodrigo sostuvo a Giovanna entre sus brazos, contempló su bello rostro, su piel pálida. —¡Hermana Caridad! —exclamó—, reaccione. Le acarició la mejilla. Enseguida la cargó en sus fuertes brazos y la llevó hasta el convento, ahí algunas de las religiosas se alarmaron. —¿Qué le pasó a la superiora? —indagó la hermana Auxiliadora. —Estábamos charlando, de pronto se desmayó —habló Rodrigo, agitado—. Creo que debemos llevarla a un hospital. —Con que la deje en la habitación es suficiente ingeniero —gruñó Arnau, lo miró con seriedad. Rodrigo frunció el ceño, estuvo a escasos segundos de responderle como se merecía, pero en ese momento quien le importaba era la hermana Caridad. —El doctor Arnau tiene razón, llévela a la alcoba, sígame —susurró la religiosa—, seguro es por el ayuno q