«¡Eres igual a mí!»
Rodrigo soltó una carcajada al escuchar aquella frase de Lulú, le extendió la mano, ella agarró los dedos de aquel hombre, y ambos sintieron una conexión mágica, él la subió al auto, le colocó el cinturón de seguridad, y condujo de vuelta al orfanato.
Ahí, en el portón, como si fuera un sargento del ejército, los estaba esperando la hermana superiora, con cara de pocos amigos.
—¡Me va a castigar! —susurró Lulú, sintió un estremecimiento.
—¿Qué hiciste?
—Me comí la mitad del pie de manzana que era para el obispo, pero es que estaba deliciosísimo, y es de mis favoritos. —Se pasó la lengua por sus labios.
—Qué coincidencia, a mí también me encanta, es mi postre más querido, cuando voy a Colombia a casa de mis padres, mi mamá lo prepara solo para mí.
Lulú parpadeó, sintió que su pequeño corazón se achicaba.
—Yo no tengo mamá, dicen que murió. —Sus finos labios dibujaron un puchero—, pero Rigoberta también asegura que no me quería y por eso me abandonó.
Rodrigo sintió un pinchazo en el corazón al escucharla, entrecerró sus ojos por segundos.
—Lo lamento, ¿quién es esa Rigoberta? —indagó.
—La cocinera, es muy malvada, una bruja —aseguró Lulú.
Rodrigo resopló, bajó del auto, y con la niña de la mano llegó hacia el portón principal, donde la hermana superiora golpeaba el pavimento con la punta del pie.
—Ingeniero Arismendi, es usted un irresponsable, sígame a mi despacho, y tú, Lulú, estás castigada, te vas a quedar sin cenar una semana.
Lulú miró con los ojos bien abiertos a la superiora.
—¿Una semana? ¿Cuántos días son?
—Siete —comunicó la religiosa.
—¿Siete días? —reclamó Lulú, separó los labios—, solo por comerme el pie de manzana, no es justo.
—Si no te gusta serán quince días entonces.
—No me parece que dejar a la niña sin comer sea un buen castigo —reprochó Rodrigo, miró a la superiora con seriedad—, es un acto inhumano, ¿en dónde está la solidaridad que tanto predican ustedes?
—Mire ingeniero no se meta, cuando tenga sus propios hijos los educa a su modo.
—Los niños de este lugar tampoco son sus hijos —recriminó él con molestia—, si yo me entero de que Lulú se quedó sin cenar, daré parte a las autoridades, las denunciaré por los tratos inhumanos, y le advierto que como enemigo me puedo convertir en el mismísimo demonio. —Clavó su oscurecida mirada en los ojos de la religiosa.
—¡Sacrílego! ¡Insolente! ¿Cómo se atreve?
—Usted empezó, mire hermana, es mejor llevar la fiesta en paz, ustedes se ahogan en un vaso con agua. ¿Cuánto vale ese pie de manzana? —indagó, sacó dinero de su cartera.
—Ese no es el punto, sino que esta niña no puede hacer esas cosas, ¿le parece bien robar?
—No me robé nada —gritó Lulú—, además los platos deliciosos son solo para ustedes o el obispo, a nosotros nunca nos dan postre.
La superiora enrojeció, Lulú estaba envalentonada, había encontrado un defensor, pero no sabía cuánto tiempo le iba a durar.
—Hagamos algo hermana, le daré dinero para que hoy en la cena todos los niños coman postre, es como una disculpa de mi parte a tanto atrevimiento. ¿Está de acuerdo? —Dibujó en sus labios esa sonrisa, que ponía a temblar a las mujeres, pensó que con la religiosa sería igual.
—No me parece correcto, es como premiar a estos niños impertinentes.
—Le recuerdo que ser rencoroso es pecado, hagamos las paces, y estoy de acuerdo que Lulú merece un castigo, póngale más tarea.
Lulú frunció el ceño, miró a Rodrigo.
—Pensé que éramos amigos. —Salió corriendo.
—¿Se da cuenta, ingeniero?
Rodrigo no dijo más, entró al convento, miró la estructura que tenía que demoler, visitó las instalaciones del orfanato y mientras él estaba ahí adentro, la hermana María Caridad, acaba de llegar, fue recibida por una de las religiosas de la comunidad.
—Hasta que llegó hermana Caridad, estábamos angustiadas por su demora, pensamos que le ocurrió algo.
—Gracias a Dios, estoy aquí, el autobús, sufrió un desperfecto en el camino, estuvimos varados como una hora —explicó agitada, y nerviosa, sentía una opresión en el pecho. —¿En dónde está la hermana superiora?
—Está con el ingeniero que va a remodelar este lugar, en la parte de atrás, pero espere, es mejor que no interrumpa, no le agrada eso a la superiora, mejor venga, le muestro su habitación.
Giovanna cargó su bolso y siguió a la religiosa, miró que una parte de ese convento se estaba cayendo a pedacitos, sintió un estremecimiento, a lo lejos contempló a varios niños jugando.
«Quizás mi hijo sea como uno de esos niños» pensó, le dolió el corazón, ni siquiera sabía si su bebé, era un niño o niña, y mientras caminaba sentía una extraña sensación en el pecho, era como un presentimiento, el corazón le palpitaba con violencia sin tener aparente motivo.
Entre tanto, Rodrigo seguía recorriendo las instalaciones del convento, miraba los techos, las paredes.
—Los niños deben salir de inmediato, este lugar puede venirse abajo.
—¡Ayuda! —Se escuchó unos gritos llenos de horror de unos niños.
Rodrigo salió corriendo mientras la superiora lo seguía.
—¡Dios mío! —exclamó la superiora cuando vio que parte de una antigua bodega se había venido abajo.
—Ahí es donde se esconde Lulú cuando no quiere ser castigada.
—¡No puede ser! —exclamó la superiora.
Rodrigo apenas escuchó el nombre de Lulú, no pensó más, arriesgó su vida, podía haber niños en peligro, escuchaba leves gritos, entonces miró, la estructura estaba por colapsar, no tenía tiempo, el corazón le retumbaba con violencia. Se quitó la chaqueta, se metió a la casa.
—Lulú, ¿en dónde estás? —cuestionó.
—Por aquí escuchó una voz infantil.
Rodrigo miró a un niño debajo de una viga de madera. Era un pequeño de tez oscura, de cabello rizado, ojos muy negr0s.
—¿Estás bien? —preguntó el hombre.
—Mi pierna me duele mucho —susurró el chiquillo entre sollozos.
—Voy a intentar alzar la viga, y tú trata de salir arrastrándote, ¿entendido?
El polvo, la humareda hacían difícil respirar. Rodrigo alzó la viga gruñendo, era un tronco de madera muy pesado, sentía que las fuerzas lo abandonaban, el chiquillo se movía lento, hasta que logró salir.
Rodrigo soltó la viga, se quedó inmóvil intentando recuperar fuerzas. Un conserje enviado por la superiora a ayudar entró con temor, agarró al niño, lo sacó a tiempo, justo antes que aquella antigua bodega se viniera encima.
Afuera gritos llenos de horror se escucharon, oraciones, y exclamaciones a Dios también se oyeron.
—¡El ingeniero se quedó atrapado!
Ya las demás religiosas se habían enterado de lo ocurrido, y todas, incluyendo Giovanna, llegaron al sitio del incidente, la humareda no permitía ver nada, la superiora tocía, se ahogaba, la alejaron del lugar.
—¡Hay que intentar sacar al ingeniero! —dijo el conserje—, quedó atrapado.
Giovanna era enfermera, y había participado en labores de rescate, cuando la enviaron a un campamento de heridos de guerra en Siria.
—Necesitamos mascarillas, agua, y todo lo que nos pueda servir para quitar las piedras.
Enseguida, las religiosas más jóvenes corrieron a la enfermería, y trajeron lo que Giovanna solicitó.
Junto con varios hombres y algunas religiosas, en medio de aquel polvo, empezaron a remover como podían las piedras, ya no había peligro de que nada les cayera encima, todo se había venido abajo.
Entre tanto en el orfanato se hacía el recuento de los niños, por suerte Lulú estaba a salvo, había estado en el jardín, todos los niños estaban ilesos, excepto el pequeño al que Rodrigo rescató, quien al parecer tenía la pierna rota, lo estaban atendiendo en enfermería.
—¡Ingeniero! ¿Nos escucha? —gritaban los hombres, vecinos del convento también llegaron a ayudar.
—Por aquí —gritó uno de ellos.
Giovanna corrió, requería ver si aquel hombre estaba vivo. Los ayudantes removían las piedras, los palos, y ahí debajo, con el cuerpo ensangrentado, lleno de moretones y casi sin pulso, se hallaba Rodrigo.
—Permiso, déjenme revisar al herido —ordenó la religiosa, se abrió pasó en medio de los escombros, levantando la falda de su hábito, se acercó con rapidez, se inclinó, aún no lo reconocía, no se daba cuenta de que la mano que sostenía entre las suyas era la del mismo hombre que la humilló y destruyó en el pasado, aquel infeliz, que no le creyó que esperaba un hijo suyo. Miró un charco de sangre alrededor de la pierna de él. —Llamen a una ambulancia —gritó—, este hombre se está muriendo, tiene el pulso muy débil.
—Debemos sacarlo.
—No —gritó Giovanna, es peligroso moverlo—. Necesito una tela, algo con que hacer un torniquete, está perdiendo demasiada sangre —avisó, le dijo a uno de los hombres que le sostuviera la cabeza con cuidado, respiraba agitada.
De pronto la religiosa sintió un apretón en su mano, miró al herido, sintió una punzada en el corazón, no supo el motivo.
—Tranquilo, ya vienen la ambulancia, no se mueva.
El hombre entreabrió sus ojos, su azulada mirada se posó en los ojos de aquella mujer, tenía una mirada serena, un rostro jovial y dulce, pensó que había muerto y estaba viendo una aparición, como ella tenía el hábito hasta creyó estar frente a la mismísima Virgen María, pero sabía que era un pecador, y que el cielo no sería su lugar de destino.
Giovanna se quedó helada al reconocer esos ojos.
«No, no puede ser él» pensó el corazón, le empezó a retumbar con violencia.
—¿Cómo se llama este hombre? —preguntó con la voz temblorosa, ella no lograba reconocerlo, los hematomas en el rostro de Rodrigo habían deformado su faz.
—Es el ingeniero Rodrigo Arismendi.
—¿Qué? —Giovanna palideció de la impresión, el corazón se le detuvo por milésimas de segundos. Quiso soltarse no podía tener contacto con él, parecía una burla del destino, entonces él logró susurrar una frase.
—¡No me deje morir!