Capítulo 3: ¡Vístete y vete!

1827 Words
—¡Ave María Purísima! —exclamó horrorizada la hermana superiora cuando se acercó al lugar del accidente. —¡Niña malcriada! ¿Cómo se te ocurrió escapar? —recriminó la religiosa. Rodrigo irguió su postura, era un hombre alto, imponente, idéntico a su padre, clavó su mirada en los ojos de la superiora. —¿Le parece que es momento de reclamos? ¡La niña puede tener roto un hueso! La superiora observó con frialdad al elegante hombre. —Esta muchachita siempre vive metida en problemas, si no es una cosa es otra, parece que tuviera pacto con el diablo, siempre sale ilesa, es rebelde, irreverente, maleducada, y lo que hizo hoy… Rodrigo apretó los puños, tensó la mandíbula. —Me sorprende que siendo una religiosa no recuerde las palabras de Jesús, él siempre decía: Dejad que los niños se acerquen a mí, así que ningún chiquillo puede tener un pacto diabólico, y menos esta inocente criatura —resopló y contempló a la niña. —¿Sabe usted cuantos huesos rotos tengo por ser igual de rebelde e irreverente? —recriminó. —Mire, señor, no sé quién sea usted, pero no le voy a permitir… Rodrigo, como siempre no hizo caso, se inclinó nuevamente ante la niña, la revisó con los ojos, era tan chiquita, tenía el rostro sucio, y los ojos llenos de lágrimas, una vez más su corazón se conmovió. —¿Te duele algo pequeña? —Me duele mucho mi piernita —respondió casi en un susurro, tenía la rodilla ensangrentada. Rodrigo la miró con ternura, le brindó una cálida sonrisa. —Tranquila, te voy a llevar con un doctor. —¡Usted no puede hacer eso! —reclamó la hermana superiora. Rodrigo miró a la religiosa con seriedad, se puso de pie. —Soy el ingeniero Arismendi, el encargado de remodelar el orfanato, y en este momento llevaré a la niña a un hospital. —¿Cómo sé que dice la verdad? —indagó la religiosa, arrugó el ceño. Rodrigo soltó un resoplido, sacó de su elegante y costosa chaqueta una tarjeta. La religiosa dibujó en sus labios una mueca, soltó el aire que contenía. —Ingeniero, por favor, no se tome esas molestias, nosotros nos haremos cargo de esta niña. Rodrigo negó. —La niña puede tener una lesión. —No esperó nada, era igual de desobediente que María del Lourdes. —¿Cómo te llamas? —Lulú —respondió ella con timidez. Rodrigo la cargó en sus brazos, sintió algo extraño, un cálido estremecimiento que le recorrió el cuerpo, la niña le inspiró ternura. —Bueno Lulú, te voy a llevar al médico, no tengas miedo, soy tu amigo. La colocó en el auto. —Ingeniero no se la puede llevar, así como así —rebatió la superiora. Rodrigo ladeó los labios. —Hermana, yo no le hago caso a nadie, ¿cree que le voy a obedecer a usted solo porque tiene puesto un hábito? —expresó con el cinismo que lo caracterizaba. Dio vuelta, subió al auto, encendió y pisó el acelerador, mientras la superiora daba gritos de reproche. —Te vas a meter en problemas con la superiora, te va a castigar —avisó Lulú. Rodrigo sonrió y luego se dio cuenta de que no conocía el poblado. —Te aseguro que nadie me va a castigar, la superiora perderá más si me hace enojar, y estoy a poquito de hacerlo. —Volteó segundos y la miró. —¿En dónde queda una clínica u hospital? Lulú encogió sus hombros, la pequeña no salía del orfanato. —No sé, yo no salgo de ese lugar. Rodrigo sacó su iPhone y entonces buscó a donde llevar a Lulú, pero se dio cuenta de que en ese lugar solo había un hospital público. Negó con la cabeza, entonces miró que había consultorios privados, buscó el de una doctora en medicina general, y con ayuda del GPS llegó en cuestión de minutos a su destino. La atractiva doctora atendió a Lulú, solo tenía raspones y un golpe, había tropezado del susto y por eso tenía la rodilla lastimada, le limpió la herida con alcohol. Enseguida pagó la consulta, salió con la niña del consultorio. —Está bien bonita la doctora —susurró Lulú. Rodrigo soltó una carcajada. —Oye, ¿cuántos años tienes? La pequeña mostró con sus deditos su edad. —Seis —añadió Rodrigo—, pues estás muy pequeña para meterte en cosas de adultos —recriminó, la llevó al auto, la cargó para subir. Lulú también sintió una especie de conexión con él, era como si ese hombre tuviera algo familiar con ella, o quizás porque era de las pocas personas que la trataban con cariño. —¿Me vas a regresar al convento? Rodrigo asintió, y justo cuando iba a responder recibió una llamada, era su primo Joaquín. —¿Eres pendejo o qué diablos te pasa? ¿Cómo así que te robaste una niña del orfanato? —vociferó al otro lado de la línea el hombre. Rodrigo arrugó el ceño. —¿Quién te dijo eso? ¡Esa monja es una mentirosa! —rebatió él también molesto—, no me he robado a nadie, ¿qué te pasa? —recriminó, estaba tan enojado que la vena de su frente saltó—, casi atropello a una niña que se escapó de esa cárcel —relató y narró como sucedieron los hechos. —Pues no debiste llevarte a la niña sin autorización, regrésala ya al orfanato, antes que la superiora te denuncie. —Joaquín colgó. —¡Maldición! —gruñó Rodrigo, y de pronto se dio cuenta de que Lulú no estaba en el auto, se quedó helado, entonces la divisó caminando por la acera, cojeando, fue corriendo tras de ella y la alcanzó. —¿A dónde crees que vas? —De regreso al orfanato —susurró con la voz débil y los ojos tristes—, no quiero que la superiora te castigue, vas a tener problemas con ella. Rodrigo sintió una agitación especial en el corazón, un sentimiento que desconocía, que jamás antes había sentido, la contempló con calidez. —No te preocupes, tú y yo nos parecemos mucho, también me persiguen los problemas, cuando era niño hice muchas travesuras, por mi culpa uno de mis primos se rompió el brazo, otra prima se abrió la frente, y yo… no había día que no tuviera una herida. —Sonrió divertido—, y por no decirte de todas las llamadas de atención en la escuela, soy un caso perdido. Lulú lo miró con los labios abiertos, y sus ojitos brillantes llenos de asombro. —¡Eres igual a mí! **** Giovanna finalizó sus oraciones y de pronto el autobús se quedó varado, parecía que había un daño, pero nadie les informaba nada. Y mientras el chofer se encargaba de revisar, de nuevo la joven que estaba al lado de Giovanna empezó a charlar. —Es usted muy joven y bastante bonita, ¿le puedo preguntar algo? Giovanna inhaló profundo. —Claro, dime. —¿Por qué se hizo religiosa? ¿No tuvo algún novio? Algunos recuerdos a manera de flashes vinieron a la mente de Giovanna recordó el día que tomó la decisión de refugiarse en el convento. (***) Barcelona- España, años atrás. Giovanna, enfundada en un elegante vestido de seda en tono coral, llegó al restaurante en Ancona, donde Rodrigo la citó, ya habían tenido varios encuentros, ella creyendo que podría vengarse de las humillaciones, llegó a aquella cita. La chica lo buscó con la mirada, pero no lo encontró, entonces tuvo un mal presentimiento. «Seguro, volviste a jugar conmigo, y no vendrás» sus músculos se tensaron. —¿Tiene reservación? —El hostess le preguntó. Giovanna sacudió la cabeza, no solía acudir a esas citas, menos le gustaba comer sola, se sentía perdida en ese lugar, notaba las miradas lascivas de los hombres sobre ella, y sintió deseos de salir corriendo. —¿Se encuentra bien? —El hombre preguntó al verla pálida. —Estoy bien, tengo reserva. —¿A nombre de quién está? —Rodrigo Arismendi —contestó ella. Enseguida el hombre la guio a la mesa. —¿Le traigo algo de tomar? —Agua. «Espero no sea otra burla tuya» Diez minutos después, cuando Giovanna estaba decidida a irse, lo vio aparecer por la puerta. Ella separó los labios, y sintió cosquillas en el estómago, él se veía muy atractivo, lucía unos pantalones de vestir gris claro, la camisa era azul oscuro, hacía resaltar el tono bronceado de su piel y el color azulado de sus ojos, llevaba encima una gabardina de paño negr0, se veía elegante, distinguido, las mujeres voltearon a verlo, y él como era un descarado no tuvo reparos en sonreír. —Buenas noches, Giovanna, perdón la demora —expresó con esa voz gruesa, varonil, aterciopelada, la piel de la chica se erizó cuando Rodrigo se acercó a ella, besó su mejilla. —No te preocupes, lo comprendo —balbuceó, él desprendía una exquisita y seductora fragancia a cedro y cuero. —¿Esperaste mucho tiempo? —preguntó él, la miró a los ojos, luego recorrió con su vista el escote en uve del vestido de ella. Giovanna se aclaró la garganta. —Llegué hace poco. —Bebió de la copa con agua. —¿Te parece si pedimos algo más fuerte? ¿Te gusta el vino? —propuso él, arqueó la ceja, abrió una silla, se quitó el gabán, se lo entregó al mesero. —Me parece bien —contestó Giovanna, no podía mostrarse ante él como una chica inexperta. —Me trae una botella con vino, el mejor que tenga —solicitó, si algo había aprendido y heredado de su padre, era a ser espléndido y seductor con las mujeres. Giovanna, como era de esperarse, se sintió halagada, y Rodrigo, que no era ningún tonto, notaba la falta de experiencia que tenía ella con los hombres, así que tenía todo a su favor para seducirla, y luego dejarla. La llevó a un hotel, bebieron vino, charlaron, tuvieron sexo, y luego no le importó que aquella muchacha le entregara su pureza, se desquitó de la peor manera. —Vístete y vete, ah, y no vuelvas a buscarme. **** —¿Hermana? ¿Se encuentra bien? El rostro de Giovanna estaba desencajado, respiraba agitada, ya no tenía agua para beber, entonces de nuevo cerró los ojos, inhaló una gran bocana de aire. —No, nunca tuve un novio, pero sí conocía a alguien que me destrozó, pero no deseo hablar de eso, por favor. —Comprendo —susurró la chica, no incomodó más a la religiosa. Sin embargo Giovanna se sentía intranquila, sentía una especie de opresión el pecho, claro estaba tan cerca de volver a encontrarse con aquel hombre que le hizo tanto daño, a escazas horas de tenerlo frente a ella, además que el destino le tenía preparada una sorpresa.
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