—Reverenda, yo estaba tan ebrio, que ni cuenta me di que vine al convento, la serenata era en otro lugar —mintió—, pero como vengo a diario a este lugar, pues me confundí. —¿Qué tiene que decir al respecto, hermana Caridad? —preguntó el obispo. Giovanna estaba tan sorprendida de la actitud de Rodrigo que se quedó sin palabras, su ritmo cardiaco era acelerado. «Sí, así me hubieras apoyado antes» pensó, se aclaró la garganta. —Yo no le he dado motivos al ingeniero para traerme serenata. —Se aclaró la garganta, habló con suavidad—, ni provoqué que me llevará con él, es cierto no me secuestró, y olía a alcohol. La hermana Francisca es testigo, incluso yo no me quería acercar, pero ella insistió que lo llevara al taxi. El obispo se puso de pie. —Bien. —Tosió, carraspeó, se aclaró la