Estoy recostada en mi cama, la luz tenue de la lámpara de noche es la única que brilla en la estancia. El plato que hace un par de horas estuvo lleno de comida ahora descansa vacío sobre la mesita junto a mí, una evidencia silenciosa de una cena que apenas pude saborear. Mi ánimo se encuentra en lo más bajo, como un barco a la deriva en un mar de emociones turbias. Aunque el conocimiento de la infidelidad de mi futuro esposo pesa sobre mis hombros, no logra cerrarme el estómago. Pase lo que pase, siempre tengo apetito. El palacio, envuelto en la oscuridad de la noche, respira en silencio. Las actividades del día han concluido hace horas, pero yo permanezco aquí, en la quietud de mi habitación, como si el tiempo se hubiera detenido solo para mí. Las sombras danzan en las paredes, reflejan