Después de vestirme apresuradamente, aun sintiendo el calor en mis mejillas por la vergonzosa interrupción de Sarah, decido que necesito distraer mi mente antes de enfrentar el desayuno con el rey Carlos. La curiosidad me lleva a aprovechar que al fin tengo un celular. Sintiéndome como una adolescente ansiosa por descubrir el mundo, me aventuro a buscar una palabra que en el convento era prohibida: porno. Mis manos tiemblan ligeramente mientras sostengo el celular, mis ojos fijos en la pantalla que ahora muestra una lista de resultados tentadores. Las imágenes provocativas y los títulos sugerentes hacen que mi corazón lata con fuerza, una excitación nerviosa se apodera de mí mientras mi mente se llena de anticipación y curiosidad. Mi respiración se acelera mientras deslizo el dedo p