Al adentrarme en la suite del rey Carlos, mis pasos son cautelosos, como si explorara un territorio desconocido. Mis ojos recorren cada rincón, buscando algún indicio que me ayude a comprender mejor este nuevo entorno que pronto será parte de mi vida, porque por supuesto que no puedo dejar de pensar en el hecho de que, apenas me case con Carlos, deberé pasar algunas noches con él, atendiendo a nuestros deberes conyugales. Las pinturas que adornan las paredes captan mi atención de inmediato, cada una siendo una ventana al pasado, un reflejo de la historia y la cultura que envuelven este lugar. Entre ellas, una en particular destaca: un imponente retrato del rey Enrique VIII, con su mirada firme y su gesto soberbio. Me detengo frente al cuadro, sintiendo una extraña conexión con ese monarc