Capítulo 7

2968 Words
IRIS Sus palabras fueron la daga afilada que atravesó los derruidos muros de mi corazón y terminó con lo poco que quedaba en pie. «¡He necesitado cinco días para asumir que existe la posibilidad de que esta sea la última vez que te vea!» «¿Me quieres?» Claro que lo quiero, soy tan estúpida que aún quiero. Lo hago tanta intensidad que ya no recuerdo lo que es no sentir nada por él. La fuerza con la que mis manos abrazan el volante aumenta y mi visión comienza a volverse borrosa de la rabia que amenaza con acabar con mi paciencia. ¿Por qué darme las llaves de su casa si todo era una farsa? ¿Por qué mantener una mentira durante casi un año? ¿Por qué decidió hacerme tanto daño? ¿Por qué este bucle de decepciones en el que se ha convertido mi vida parece no tener fin? Aparco el coche frente al imponente edificio y bajo decidida a luchar por mi hermana. Penélope es y siempre será mi prioridad. Tendrán que pasar por encima de mi cadáver para separarla de mi lado. La anciana simpática de sonrisa profesional y cercana me informa de que el Señor Blake está esperándome en su despacho. Por lo que, entro en el ascensor y comienzo a prepararme mentalmente para lo que está a punto de suceder. Remover el pasado no trae nada bueno, pero si es lo que tengo que hacer para mantenerla conmigo, lo haría una y mil veces. Sin importar las consecuencias anímicas que tendrá para mí. —Señorita Parks. —Me recibe Kassie con una sonrisa amable—. Perdón, Iris, bienvenida de nuevo al Bufete Blake Abogados. —Gracias. —Sonrío un poco menos nerviosa. —El Señor Blake está esperándola. Asiento y comienzo a seguir el sonido de su alegre caminar. Mientras avanzamos por el pasillo, me obligo a no mirar su fotografía, no quiero derramar una sola lágrima más, no por él. —Señor, ha llegado. —Gracias, Kassie. Hágala pasar. —Escucho que responde desde su despacho y con un ligero movimiento de cabeza la rubia me invita a acceder al imponente despacho del jefe. Mis manos comienzan a sudar, mi corazón se acelera sin motivo aparente y los recuerdos se amontonan en mi mente. Luchan batallas campales contra mis sentimientos, tratando de acabar con la poca cordura que aún me queda, pero consigo contenerlos lo suficiente como para articular palabra. —Buenos días. —Iris, hija. Pasa, no te quedes ahí. Siéntete como en casa. Entro en el enorme despacho decorado con un estilo conservador pero moderno, es como si dos mundos que a priori no tienen nada que ver, se mezclaran con una sutilidad y naturalidad sorprendente. El blanco de las paredes y luminosidad que entra por el gran ventanal consigue que la estancia se vea mucho más amplia, mientras la decoración de madera le aporta ese toque cálido y hogareño que necesitas para abrir tu corazón de par en par. —Gracias —digo cuando deja un vaso de agua frente a mí y toma a siento. Sus ojos verdes me miran con fascinación, como si aún no se creyese que Hardy ha encontrado a alguien que esté a su lado. Parece que la esperanza ha llegado a su vida y lo peor de todo es que no soy más que una farsa andante. —Bien, no quiero presionarte, pero me gustaría recordarte que para preparar una defensa sólida necesito conocer todos los detalles que puedan ser de importancia. Cuanto más sepa, mejor podré luchar por tus intereses. Asiento, preparándome mentalmente para comenzar con la tortura. —¿Cuánto tiempo tenemos? Sus ojos me miran sorprendidos. —El que sea necesario. Por mi mente pasan cientos de escenas que preferiría no haber retenido en mi memoria. Las lágrimas, los golpes, la sangre y su muerte. El sonido de la bala que acabó con su vida, el temblor de mis manos, el peso de la pistola, el inerte cuerpo de mi hermano sobre mi regazo. Recuerdo cada grito, cada insulto y cada pedazo de cerámica rota. Aún escucho el eco del sonido ahogado del llanto de mi madre que resonaba en toda la casa; puedo sentir el dolor de espalda que tenía tras pasar las noches escondida en el armario y las heridas que nunca sanaron siguen sangrando. —La pesadilla comenzó el día que mi madre conoció a mi padre. HARDY No he podido quitarme las palabras de Ana de la cabeza. Era la persona que más me conocía y posiblemente siga siéndolo. Pero, es imposible, yo no estoy enamorado de Iris. La quiero, sí, y he tenido que perderla para etiquetar el sentimiento que llevaba meses sintiendo por ella, pero no estoy enamorado. No puedo estarlo. Me aterraba la idea de sentir algo porque sé que esto es lo que hace el amor, te eleva lo suficiente como para que la caída acabe contigo. Es ahora, intentando curar las heridas que yo mismo me he provocado, cuando me doy cuenta de que con ella nunca tuve opción. Desde ese primer día, en el que evité que el gilipollas de Erick y su panda de monos de feria llevaran a cabo una estúpida apuesta sin sentido, mis ojos no podían separarse de ella cuando compartíamos el mismo espacio. Incluso cuando no lo hacíamos, ocupaba mis pensamientos con una intensidad que me resultaba odiosa. Recuerdo que las primeras semanas intentaba sacar sus expresivos ojos azules de mi mente pasando por la cama de tantas chicas como podía, al fin y al cabo, estaba en todo mi derecho de hacer con mi cuerpo lo que quisiera. El problema fue que nunca lo conseguí y eso no hacía más que aumentar mi desprecio por el amor. Era un estúpido que estaba cayendo en un juego sin reglas que siempre termina de la misma forma: con sufrimiento. El sonido de los nudillos de alguien golpeando la madera me saca de mi ensimismamiento. —Adelante. Su pelo rubio asoma por la puerta y el sonido de sus tacones precede su entrada en el despacho. Entre sus manos sostiene una carpeta negra que solo puede significar una cosa. —Señor Blake, hay unos documentos que precisan su firma. —Estoy ocupado —digo sin prestar demasiada atención a su presencia—. Llévelos al despacho de Carlos. —Lo siento, pero el Señor está reunido. —La miro con curiosidad. No tiene ninguna reunión porque yo debo acudir a todas con él. Por poco que me guste, esto también me pertenece—. Y deben ser firmados en la mayor brevedad posible. Asiento. —Está bien. Extiendo la mano para coger la carpeta negra que me extiende y tras ojear lo que estoy firmando, estampo mi nombre en el papel antes de devolverle los papeles. No puedo evitar sentir curiosidad por el cliente con el que está reunido. Es realmente extraño que no me haya comentado nada, su patética forma de acercarse a mí es incluyéndome en todos sus casos. Según él, su experiencia y mi buena formación y grandes aptitudes son todo lo que se necesita para ganar. —Kassie —llamo su atención antes de que salga— ¿con quién está reunido? Su mirada se llena de confusión y un reflejo de pánico atraviesa sus ojos. —Es confidencial, Señor. Carlos ha dado instrucciones muy precisas. Asiento pensativo, debe ser alguien muy importante o simplemente está escondiéndome algo. —¿Necesita algo más? Con un leve movimiento de cabeza le hago saber que puede retirarse. Podría seguir toda la tarde intentando averiguar qué —o quién— me esconde, pero la verdad es que me igual lo que pase con él, que le siga dirigiendo la palabra no significa que lo haya perdonado. Sigue sin ser nadie para mí. Tengo negocios que atender y la defensa del caso de la Señora Ramírez está preparada. Así que, recojo mis cosas y salgo del despacho. Estoy enviándole un mensaje a Isan, avisándolo de que lo espero abajo, cuando escucho su voz. Iris. Miro en todas direcciones, en busca de la joven de cabello dorado que ha logrado robarme el sueño. —Desde que tengo uso de razón he convivido con eso. Al principio eran gritos y platos rotos, pero poco a poco fue volviéndose más evidente. Recuerdo que algunas veces el cuerpo de mi madre estaba tan lleno de moratones y heridas que no podía salir de casa... —Su voz se pierde en un susurro. ¿Qué hace aquí? ¿Y por qué le está contando esto a él?—. Cuando cumplí siete años todo se descontroló. Mi sangre comienza a hervir, casi entrando en ebullición. Me supera escuchar todo lo que ha tenido que pasar sola, pero no puedo evitar quedarme ahí escuchando, intentando conocer un poco más del pasado que ha logrado traerla hasta aquí. —No hay prisa, tómate el tiempo que necesites. —El sollozo de Iris hace que unas ganas irreprimibles de entrar en ese despacho, abrazarla y sacarla del infierno que recordar todo esto le está suponiendo, me consuman. —Recuerdo que estaba escondida en el cesto de la colada mientras escuchaba los gritos desgarradores de mi madre. No era nada nuevo, el olor a humedad, el claustrofóbico cesto y la polifónia de diferentes grados de sufrimiento. No obstante, esa noche una pequeña parte de mí despertó y no pude hacer nada por retenerla. Quería luchar por mi madre y así lo intenté, pero lo único que conseguí fue que me uniera a sus macabros rituales de castigo y violencia infundada. La oigo suspirar pesadamente. Es como si la vida se le fuera con cada palabra que pronuncia. »Desde ese día, mi padre me obligaba a sentarme a mirar cómo la golpeaba, bajo la amenaza de que si apartaba la vista o cerraba los ojos, seguiría pegándole hasta que perdiera la consciencia. —Mis manos se tornan puños preparados para acabar con ese hijo de puta. Me la suda que haya desaparecido, voy a encontrarlo y cuando lo haga va a desear no haber nacido nunca—. Comenzó como un castigo por haberme atrevido a pedirle que cesarán los ataques, pero pronto se convirtió en parte de su ritual, era su forma retorcida de darme lecciones. Pensaba que las cosas no podrían ir a peor, pero me equivocaba. Tras varias violaciones, mi madre se quedó embarazada de Ian. Su hermano, el que murió. Aún recuerdo cómo su cuerpo temblaba entre mis brazos mientras me contaba la historia. —Podemos parar y seguir después. —No, lo siento —responde con la voz rota—. Puedo seguir. —Hija... ¿Hija? ¿Qué coño está pasando aquí? —Era pequeña, inocente, y seguía pensando que mi padre cambiaría, mi madre dejaría de llorar y mi hermano no pasaría por lo mismo... Pasaba las noches escondida en el armario con él durmiendo en mi regazo por miedo a que le hiciera daño. —El llanto silencia su discurso, pero logro entender sus palabras—. Una noche de invierno, llegó más borracho y enfadado que de costumbre. Me hizo mirar cómo la golpeaba con un bate de béisbol mientras mi hermano dormía en el sofá que tenía a mi lado. Recuerdo que ella estaba sangrando y casi no podía abrir los ojos de lo hinchados que estaban por los golpes. Me dijo que si dejaba de mirar mataría a mi hermano, y no lo hice, juro que no dejé de mirar cómo la mataba poco a poco... Su forma de educarme era con violencia y esa noche quería enseñarme que nunca debemos fiarnos de la palabra de nadie, ni siquiera de la suya. Las lágrimas ruedan por mis mejillas sin que pueda hacer nada por contenerlas. Siempre ha sido tan hermética como yo, su pasado ha sido una hoja perdida que nunca logré leer, pero ahora entiendo el porqué. Necesito abrazarla, decirle que todo va a estar bien y que ese infierno ha acabado. No puedo ni imaginar todo lo que no está contando, ni lo que debió suponer para ella pasar por todo eso sola, sin nadie que fuera capaz de detectar lo que estaba sucediendo es esa casa. —Iris, esto es serio. Estamos hablando de un homicidio. ¿Nunca denunciaron? ¿No pidieron ayuda? —Hasta que no mató a Ian no fui consciente del todo de lo que estaba sucediendo. Crecí rodeada de violencia y, por muy enfermizo que suene, durante años lo vi como algo normal. Creía que eso era tener una familia... —Un largo silencio precede a la continuación de su relato—. Después de su funeral, los golpes cesaron durante un tiempo pero la violencia no. Las cosas siguieron así durante años, mi madre terminó convirtiéndose en drogodependiente y se quedó embarazada de Penélope. Lo siguiente que recuerdo es que él desapareció, ahí fue cuando todos se enteraron de parte de lo que llevaba años sucediendo, y ella se quedó sumida en una gran depresión de la que no salió hasta pasados unos años. —¿Puedes hablarme de tu madre? ¿Cómo es? ¿Qué pueden encontrar en su contra? Ríe triste. —Mi madre... Ella... Solo tengo un par de recuerdos suyos con una sonrisa genuina. Era atenta, cariñosa y siempre jugaba conmigo, pero cuando comenzó a buscar alternativas que le ayudaran a calmar el dolor y evadirse de la situación que estábamos viviendo, se convirtió en un zombie. Casi no hablaba, no comía y sus energías desaparecieron. —Su adicción. ¿Cuándo comenzó? Gilipollas. ¿Eso es lo que le importa? Está destrozada, es que no lo ve o qué coño le pasa. —No lo sé con exactitud. —¿Ha habido algún episodio grave? —Sobredosis, dos veces. Eso es lo único que sale de sus labios y en mi mente aparece la imagen de Penélope junto al cuerpo de su madre inconsciente en el suelo del baño. Recuerdo cómo le brillaban los ojos a mi chica mientras me lo contaba y el dolor infinito que reflejaba su mirada. El taconeo de Kassie hace que por un momento pierda el hilo de la conversación, su voz desaparece y siento que el aire abandona mis pulmones. —Cierto, durante años ellos nos han ayudado a salir adelante. La adicción de mi madre ha conseguido que desaparezca durante largos periodos de tiempo de nuestras vidas, meses en los que yo me he tenido que hacer cargo de todo, desde los gastos de la casa hasta el cuidado de mi hermana. He trabajado, y sigo haciéndolo, para mantenernos a las dos. No voy a permitir que ahora, después de todo lo que ha pasado y he tenido que hacer para mantenerla a salvo, se crea con el derecho de venir a pedir su custodia. No soy su madre, pero sí la mejor persona que podría cuidar de ella. No voy a permitir que me la arrebaten y si tengo que convencer a todos los jueces del país, lo haré. ¿Su custodia? ¿Quién quiere la custodia de Penélope? Por eso está aquí... Sea quien sea quien haya hecho esto es porque no conoce a Iris, ella nunca renunciará a su hermana y Penélope tampoco. Pero ¿desde cuándo está pasando esto? ¿Ya lo sabía en su cumpleaños? ¿Por qué nunca comentó nada? No puedo sentirme peor. Soy un puto desgraciado que no ha hecho más que traer dolor y decepción a su vida, como si no hubiera pasado ya suficiente. Soy gilipollas y posiblemente no merezca que vuelva a mirarme a la cara, pero no voy a hacerme a un lado. Ya la he cagado demasiado. Entro en el despacho sin pensar. Mi padre me mira sorprendido y algo molesto por la falta de profesionalidad que mi entrada supone. —Quiero el caso y no voy a aceptar un no por repuesta. Busca la aceptación de Iris, sabe qué soy un buena activo para la defensa, pero soy más rápido. Me agacho frente a la silla donde está sentada. Sé que aprovechar este momento es rastrero y posiblemente no sea la mejor idea, pero es la única oportunidad que tengo. —Cielo...—Le coloco un mechón de pelo detrás de la oreja—. Lo siento, lo siento por todo. Soy un hijo de puta que no merece tu perdón, pero, por favor, déjame ayudar en esto. Lágrimas silenciosas comienzan a rodar. Mi mano sigue en su mejilla, quemando, ardiendo por el contacto de su piel. Todo mi cuerpo está temblando, ansioso por conocer su respuesta. Cierra los ojos, buscando algo de calma mientras mi corazón late descontrolado. Aprovecho para exigirle a mi padre que abandone la estancia y nos de la intimidad que necesitamos. —Por favor —susurro—. Por Penélope, por ti. Necesito hacer esto. Sabes que jamás dejaré que la separen de ti. En cuanto la puerta se cierra, el llanto de Iris se intensifica un poco más y es cuando mi mundo se desmorona. No puedo con esto, verla llorar es una puta tortura que acaba con mi salud mental. Abre los ojos y el dolor que veo en su mirada me golpea sin piedad. En estos momentos me odio más de lo que ella podrá llegar a hacer nunca. Espero paciente su marcha, creo que huir de mí sería lo más sensato, pero no lo hace. La distancia que nos separa disminuye con cada segundo que paso a su lado. Poso mi frente sobre la suya y disfruto de la corriente eléctrica que recorre mi cuerpo. Esto. Ella. Es lo que necesito para sentirme completo, en paz. —Por favor... —Por Penélope —responde en un susurro casi inaudible.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD