Capítulo 3

2848 Words
IRIS Mis ojos se fueron a la delgada y elegante tipografía blanca que resaltaba sobre el fondo gris oscuro de las tarjetas de visita. «BBA. Bufete Blake Abogados.» Llega a mis oídos la pequeña conversación que la señora está teniendo con su jefe mientras observo cada pequeño detalle del lugar. La elegancia está estrechamente unida a la modernidad, la sencillez acaricia lo exquisito y la profesionalidad impera. —Señorita... —Parks —respondo rápidamente, volviendo a centrar toda mi atención en ella. Asiente con una sonrisa. —Señorita Parks, como le adelanté antes, el Señor Blake no puede recibirla ahora mismo, pero tenemos excelentes abogados que podrían ayudarla en lo que necesite. Sé que hay gente muy buena ahí fuera pero, según el moreno de ojos verdes al que no puedo sacar de mi cabeza, su padre es de los mejores en su profesión. Niego. —¿Podría decirle que soy la novia de Hardy, por favor? Necesito hablar con él, es urgente. Sus ojos se abren sorprendidos, recorren mi cuerpo con incredulidad y vuelven a mi cara, esperando que me ría o algo similar. Intento mantener la cara de amabilidad y simpatía mientras mi interior se derrumba por momentos. Odio hacer esto, pero si es lo que tengo que hacer para mantener a mi hermana a mi lado, lo haré sin dudar, aunque mi corazón y cordura se pierdan por el camino. Sigo inmersa en mis pensamientos cuando el golpe del teléfono al colgar me trae de vuelta. —La recibirá enseguida. Siga todo recto y a la derecha encontrará el ascensor. —Asiento atenta a sus palabras—. Quinta planta, Kassie la recibirá. —Muchas gracias —digo antes comenzar a seguir sus instrucciones. Una vez en el ascensor, me tomo unos segundos para observar mi reflejo en el espejo. Los ojos hinchados, ligeras ojeras y heridas vendadas, no me dan el mejor aspecto. Sin embargo, mi pelo luce perfectamente arreglado y mi atuendo es el indicado para la ocasión, espero que los trucos de mamá sirvan para algo más que para engañarse a uno mismo. Las puertas se abren y una joven rubia, no mucho mayor que yo, viene a recibirme. —Señorita Parks, soy Kassie, secretaria de esta planta. El señor Blake la recibirá en unos minutos, está terminando una reunión. Asiento. —Tome asiento, por favor. ¿Le apetece algo? ¿Un café, tal vez? —Un vaso de agua está bien. —No tardo nada —dice con una sonrisa cegadora. Sus tacones resuenan en toda la estancia, las ondas desenfadadas de su cabello corto se mueven al son de sus pasos y el vestido que viste es tan elegante como toda ella. El azul oscuro complementa a la perfección el tono claro de su piel mientras la tela abraza sus curvas con delicadeza. La luz natural que entra por los grandes ventanales hace que el espacio luzca más grande de lo que ya es, el gusto exquisito con el que está decorada la entrada sigue estando presente y la amabilidad de las secretarias es todo un acierto. Kassie vuelve con un vaso de agua en la mano. —Aquí tiene, si necesita cualquier otra cosa, estaré justo ahí. —Señala el escritorio que tengo frente a mí. —Muchas gracias. Mis manos han comenzado a sudar tanto que temo tirar el vaso al suelo, por lo que lo dejo sobre la mesa. No debería haber dicho que soy su novia, no debería haber recurrido a eso. Por muy enfadada que esté, por mucho que el dolor y la decepción hayan conseguido someterme, sigo recurriendo a él. —Señorita Parks —llama mi atención. —Iris está bien. Sonríe amable. —Iris, el Señor Blake está listo para recibirla. Me pongo en pie y emprendo camino tras ella. Recorremos un largo pasillo con despachos y salas de reuniones. Algunas fotografías a las que no presto mucha atención cuelgan de la pared, pero cuando me quiero dar cuenta estoy parada frente a la imagen de un imponente hombre de cabello moreno y ojos verdes penetrantes. El traje n***o que viste es de lo más usual pero en él parece cosido por lo mismísimos ángeles. Hardy Blake. Su nombre resalta en la placa dorada del marco, una sonrisa se forma en mis labios y una punzada me atraviesa el corazón. —¿Va todo bien? —susurra preocupada. Asiento repetida veces. —Suele causar esa reacción en las mujeres —dice para quitarle hierro al asunto. Río sin ganas. —Puedo entender el por qué. —Y yo. —Me guiña el ojo. Le dedico una última mirada antes de seguir el sonido del taconeo. Limpio la lágrima que cae por mi mejilla. Estoy bien. Kassie se adentra en el despacho y tras asegurarse de que puedo pasar, me invita a adentrarme en la cueva del lobo. Puede que esta no sea una de las mejores ideas que he tenido, pero es lo que tengo que hacer. Mi hermana, mi responsabilidad. —Gracias —le susurro antes de irse. Su mirada es tan cálida y sonrisa tan reconfortante que me da fuerzas para entrar en el despacho y no romperme en pedazos. En cuanto pongo un pie dentro, siento que el aire abandona mis pulmones. No esperaba conocer a su padre en estas circunstancias. Es más, desde hace unas horas me deshice de la idea de conocerlo jamás, pero aquí está. Un hombre alto y robusto de pelo oscuro y ojos claros se acerca a mí con seguridad mientras sus ojos me analizan curiosos. Está claro que es su padre. —¿Señorita Parks? —Señor Blake, es un placer conocerle al fin —digo extendiendo la mano para saludarlo, pero sus brazos rodean mi cuerpo y me arropan en un extraño abrazo. —Pensaba que nunca lo superaría, hija. Gracias. ¿Qué? —Disculpe no... —Iris, si no recuerdo mal, ¿verdad? Asiento confusa. —Sé que Hardy no es una persona fácil, pero que te haya dejado entrar en su vida solo significa una cosa: está comenzando a sanar. —¿Le ha hablado de mí? Niega con una sonrisa triste. —Ágata lo hizo. Eso tiene más sentido, pero aún así hay muchas cosas que no entiendo. ¿Qué está comenzando a sanar? ¿Superarlo? ¿Qué le pasó? Mi silencio le invita a seguir. Se aparta de mí lentamente. —Lo siento. —Está bien —lo tranquilizo. —Toma asiento, por favor. Hago lo que me pide. —Bueno, ¿en qué puedo ayudarte? —Verá, Señor Blake... —Carlos, por favor, somos familia. —Sonríe. Escucho las grietas de mi corazón hacerse cada vez más grandes, mi sustento vital está comenzando a colapsar mientras las lágrimas amenazan con salir a la superficie, pero soy más fuerte que esto. Estoy bien —me recuerdo—. Estoy bien. Rebusco en mi bolso, saco la arrugada carta y se la tiendo sobre la mesa. Examina minuciosamente el escrito. —Necesito ayuda, estoy dispuesta a pagar lo que haga falta. Es de las pocas veces que me he atrevido a pronunciar esas dos palabras en alto. Necesitar ayuda significa depender de alguien y por experiencia sé lo mal que puede acabar eso. La fuerza y determinación que me transmite su mirada cuando se encuentra con la mía es lo que necesitaba. —Necesito toda la información que puedas darme, cualquier detalle será importante para preparar la defensa. —¿Eso significa que será mi abogado? —Por supuesto. —Sonríe amable—. Pero, ¿por qué has recurrido a mí? —No quiero involucrar a Hardy en esto. Parece captar la desesperación en mi tono de voz, por lo que decide dejar el tema y, tras concertar una cita para desvelarle las maravillas de la Familia Parks, salgo del despacho. Me prohíbo mirar la imagen del moreno colgada en el pasillo, me despido de Kassie y bajo hacia la salida. No es hasta que estoy fuera del edificio que me permito volver a respirar mientras las lágrimas caen sobre mi vestido verde con flores blancas. Limpio el rastro de sentimientos desbordantes con el dorso de la mano, furiosa conmigo misma por permitir que algo me haga tanto daño. No debí hacerme ilusiones, él mismo me lo advirtió. «No te lo digo porque no te quiero, ni te querré nunca. No quería que te hicieras ilusiones.» Nunca me querría, nunca sentiría lo mismo que yo siento por él. Me siento estúpida por haber caído en sus redes cuando claramente me había advertido de lo que sucedería. «Dudar te matará. Sentir o no es lo que separa la vida de la muerte.» Las palabras de Cristian resuenan en mi mente. Defendía la idea de que sentir nos hacía vulnerables, ese era el fallo de la especie humana. Por supuesto, yo nunca creí en sus palabras, sabía que sentir es exactamente lo que nos mantiene en pie, pero ahora, en este preciso momento en el que siento que todo se tambalea, sus palabras comienzan a cobrar un sentido que no me gusta. Quizás esa sea la solución, quizás apagar el dolor sea tan simple como dejar de sentir. Aparco el coche frente a la fiesta de cumpleaños de la pequeña María, me aseguro de que las lágrimas ya han desaparecido y que la hinchazón de mis ojos ha bajado lo suficiente como para excusarme en la fiesta de anoche. Estoy con Penélope, y ya no me queda nadie más, así que llevar el móvil conmigo es innecesario. Dejo todo bajo el asiento del copiloto y salgo con el regalo de la pequeña en una bolsa de unicornios. Vanesa, madre de María y Jace, abre la puerta con un gorro de cumpleaños y un collar de flores. —Hola. —¡Iris, cariño! —Nos abrazamos y no puedo evitar reír al ver su atuendo. Esta mujer es todo un amor. Siempre ha sido muy simpática conmigo, era la única que no me miraba como un bicho raro cuando iba a buscar a Pe al colegio. Los comentarios sobre cómo había arruinado mi vida tan joven, los cuchicheos sobre lo importante de la educación s****l y lo irresponsable de mis supuestos actos son el día a día en la puerta de ese nido de víboras, pero Vanesa nunca cayó en los prejuicios sin sentido. —No te rías, también hay para ti. Vamos, te presentaré a alguien. Me adentro en su maravillosa casa que he visitado ya un par de veces cuando venía a tomar un café para que la peque pudiese pasar algo de tiempo con su amiga. —Estás preciosa, tienes que contarme tu secreto, aunque tener veinte años menos ayudará en algo. —No digas eso, estás preciosa, mamá. La profunda voz de Jace hizo que ambas volteáramos en su busca. Estaba apoyado en el marco de la puerta de la cocina con las manos en los bolsillos, un collar de flores amarillas y rosas y un gorro de cumpleaños. No podía tomármelo en serio así. —Da gusto tener hijos así. —Ríe sin pudor y él se une a ella, pero sus ojos no se apartan de los míos. —Iris. —Jace. —¿Ya se conocen? —Nos mira confundida, ambos asentimos—. Genial, las presentaciones no son lo mío. Jace, encárgate de prepararla para la fiesta, voy a ver cómo va todo. Asiente sonriente. —Borra esa sonrisa porque en diez segundos te verás igual de ridícula. Alzo una ceja. —No sería ridículo la palabra que usaría, pero me vale. Con cada segundo que pasa, disminuye la distancia que nos separa. —A mí también. Lo siguiente que sé es que un collar de flores verdes y rojas colgaba de mi cuello y un gorro azul complementaban mi atuendo. —Ahora sí, perfecta. Se sentía mal la tranquilidad que sentía a su alrededor. La familiaridad de la situación y la tensión del ambiente. En realidad, se sentía bien, jodidamente bien. —Vamos, ha estado preguntando por ti. Asiento perdida en sus ojos que me miran con una intensidad que solo he experimentado con Hardy. —Las damas primero. —Le invito a caminar delante. —Un poco anticuado eso, ¿por qué no al lado? Su respuesta logra sacarme una sonrisa más sincera de la que he estado mostrando estos últimos minutos. —Me parece justo. Un amplio jardín se presentó ante nosotros. Pequeñas mesas blancas se repartían por todo el perímetro, dejando espacio suficiente en el medio para el castillo hinchable y la pista de baile. Inconscientemente busqué a Penélope con la mirada, estaba bailando junto a María, siendo ambas el centro de la atención de la fiesta. —¡Ve! —dicen al unísono. Miro a Jace que sonríe viendo cómo las dos pequeñas corren de la mano hacia nosotros, lo que me hace sonreír a mí también. Intento no buscarle demasiado significado a eso, me agacho a la altura de las peques y nos fundimos en un abrazo infinito de cariño que necesitaba más de lo que ninguna imagina. —Felicidades, preciosa. —¡Gracias! —grita emocionada. —¡Me vas a dejar sorda! —se queja mi hermana y no puedo evitar pensar en Jen. —Vale, he comenzado a ponerme celoso. ¿A mi nadie me quiere o qué? Ambas abren los brazos, invitándolo a unirse a nuestro abrazo. —No llores —dice la morena con coletas que tiene sus mismos ojos. Le saca la lengua. —Con que esas tenemos... Nos rodea con los brazos y alza en el aire. Las tres gritamos como niñas pequeñas, rogando que nos baje pero lo único que conseguimos es agrandar su sonrisa. —Ni se te ocurra —amenazo cuando estamos en el borde de la piscina. —¡Mamá, haz algo! —suplica, pero lo único que consigue de su madre es una mirada que le da a Jace su aprobación. —¡Ve! —gritan las dos. —Jace... El brillo de sus ojos me indica que está realmente dispuesto a hacerlo, mas mis advertencia logra disuadirlo. Nos deja en el suelo con cuidado. —La próxima no se libran. Miro a las dos pequeñas que siguen junto a mí y sonríen entendiendo la jugada. —Tú tampoco. ¡Ya! —Las tres lo empujamos hacia el agua y cae salpicándonos— ¡Esas son mis chicas! —¡Sí! ¡Lo hicimos! —gritan emocionadas chocando mi mano. Las dos se van corriendo a celebrarlo al castillo hinchable y me dejan sola con Jace que me mira con una sonrisa desde la piscina. —Touché. Río. Tiende su mano hacia mí, rogando algo de ayuda para salir, pero, amigo, estás jugando con fuego. No quieres quemarte. —Vamos, lo mínimo que puedes hacer es ayudarme. —Un poco anticuado eso, ¿no crees? Tienes la escalera a unos metros. Ríe. —Tu hermana tenía razón. Puede que quiera saber a qué se refiere con esa frase, pero confío lo suficiente en mi hermana como para saber que no es nada malo. Al menos, no demasiado. —Ella siempre tiene razón, hasta cuando no quiere tenerla. Digo alejándome dirección a la barra donde están sirviendo las bebidas. Vanesa me espera con una sonrisa y un zumo de naranja natural. —Es un buen chico —dice observándolo salir de la piscina empapado. El collar de flores está arruinado y el gorro de cumpleaños sigue flotando en el agua. Asiento con los ojos aún en él. Pasamos el resto de la tarde riendo y comiendo a partes iguales. La peque abrió los regalos y sopló las velas junto a mi hermana. Son como el agua y el aceite, pero se llevan tan bien y se divierten tanto juntas que es imposible separarlas, incluso van al baño juntas. Finalmente, todos cayeron rendidos en el sofá del salón viendo Frozen, fue el momento en que decidimos que era hora de acabar la fiesta. Esperé a que todos se fueran para ayudar a recoger, sé lo increíblemente pesado que puede ser limpiar tras una fiesta de cumpleaños de niños. —Iris, no es necesario —dice cogiendo mis manos. —Tranquila, quiero hacerlo. —Mamá, nosotros nos encargamos, ve a descansar. La sonrisa de la mujer se hizo más grande y el agradecimiento de su mirada fue todo lo que necesité para saber que estaba haciendo lo correcto. Recogimos el jardín, sacamos la basura, limpiamos la cocina y tras asegurarnos de que estaba todo reluciendo, me preparo para irme. —Deja que te ayude —dice cuando me ve agachándome para coger a Penélope, pero ya es demasiado tarde. Sonríe mientras me sigue hasta la puerta. —Me lo he pasado muy bien hoy —susurra. —Y yo —confieso de la misma forma a modo de despedida. Siento sus ojos sobre mí mientras me alejo con una sonrisa, pero la careta cae en cuanto pongo el coche en marcha y la fría realidad me congela. Estoy destrozada.
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