-¡Elam! –Una voz que gritó mi nombre, me hizo detener mi andar. Con tantos pensamientos corriendo por mi cerebro, no me di cuenta de nada; y cuando lo hice, era demasiado tarde.
Un sonido aturdidor entró por mis oídos, era una mezcla entre un claxón y unas llantas patinando en el pavimento. Las luces que parpadeaban, suplicantes y desesperas, buscando que me moviera; que mi cuerpo se quitara de un camino que no estaba hecho para peatones.
Y cerré los ojos, ya que el impacto era inminente.
Sentí un golpe en mi costado derecho, que hizo estremecer a todo mi cuerpo; y que además, hizo que perdiera el control del mismo totalmente. A los pocos segundos, sentí un segundo golpe en mi espalda. No sabía si era bueno o malo, pero no perdí la consciencia. El dolor apareció de súbito y con una intensidad abrumadora, que me hizo ignorar lo que sucedía a mí alrededor.
Estaba hecho.
Sentí mis mejillas humedecerse y la opresión en mi pecho, por la mezcla de sentimientos que me invadió: culpa, miedo, desolación.
De repente, una mano cálida tomó la mía, provocando que me enfocara en la persona a quien pertenecía el calor reconfortante.
Mis ojos detallaron al rostro angustiado. -Perdóname. –La opresión en mi pecho se intensificó.
Una simple palabra, que provocó la catarsis que tanto había anhelado.
-Este idiota me dijo que no te dejáramos ir, pero no fue claro con sus explicaciones. –Le dedicó una mirada fugaz y acusatoria al ser imaginario, sin contener la furia en la frase.
-¿Yo soy el idiota? –Respondió al instante el aludido, lleno de indignación. -¡Fue una discusión absurda! –Reclamó con incredulidad.
-No es tu culpa. Esto tenía que pasar. –Hablé de forma conciliadora, tratando de contener mi dolor. -¿Qué haces aquí? ¿Creí que nos veríamos mañana? –Le cuestioné con interés.
-¡Ahora sé que debí hacerle caso en ese instante! ¡Pudimos haber evitado el accidente! –Había reproche en las frases.
Los sentimientos negativos aparecieron, haciéndome sentir una angustia y soledad enorme. -¿Por qué me siento tan sola? –La interrogante simplemente salió de mi boca, provocando que él tomara de inmediato ambas manos, con delicadeza y una fuerza que procuraba transmitirme fortaleza.
-Pero no estás sola, estoy aquí. –El ser fantasmal retomó la palabra, se agachó hasta quedar a escasos centímetros de mi rostro, con su semblante lleno de desasosiego. -Hubiera querido evitar todo esto y… haberlos protegido. –Sus palabras comenzaron a entrar como un bálsamo en la antigua herida. –¿Por qué pasó esto? Estoy tan preocupado por ti, siempre estoy preocupado por ti. –Su confesión, me hizo percatarme de lo injusta que había sido con él anteriormente.
Sonreí con melancolía.
Él, solía guardarse tantos pensamientos y sentimientos, que no sólo se me dificultaba saber su sentir, sino que tenía la tendencia de malinterpretar sus acciones y sus palabras.
El sonido de la sirena se escuchaba en la distancia. -Tienen que irse, la ambulancia está por llegar. –Por más que lo quisiera a mi lado, no podía permitir que fuera conmigo en la ambulancia, era demasiado riesgoso ; además, él tenía un viaje que hacer.
-¿Estás segura? ¿Estarás bien? –El hombre que tenía mis manos entrelazadas con las suyas, interrogó dudoso y con cautela.
-Sí. Ahora váyanse. –Reiteré mis palabras; y aún dubitativos, los vi alejarse hasta perderse en la multitud.
Con los paramédicos haciendo a las personas a un lado, sabiendo que sólo era cuestión de tiempo para estar fuera de peligro, perdí la consciencia.
……...
Como cuando te despiertas después de una noche de jerga: me dolía la cabeza, el cuerpo entero y con pesadez abrí mis ojos.
-¿Me escucha? –Oí en la lejanía, y poco a poco me sentí más en la realidad. Parpadeé en varias ocasiones, para terminar de acostumbrarme a la luz de la habitación. Finalmente, me di cuenta que ya estaba en el hospital. El médico, se acercó hasta mi rostro, y pasó su pequeña lámpara por mis ojos, revisando de esa forma mi reflejo ocular.
-Sí. –Respondí con dificultad.
-¿Sabe qué fue lo que le sucedió? –El especialista cuestionó de nuevo, mientras continuaba revisando mi cuerpo.
-Un coche me atropelló. –Un nudo en la garganta se formó de inmediato; y aunque sabía la respuesta, pregunté titubeante. -¿Y… el bebé? -
El médico se paralizó por unos segundos, los suficientes para que me percatará de su reacción vacilante. -Usted ya se encuentra fuera de peligro; pero… -Se volvió a detener a media oración, terminó de revisarme y se paró frente a mí. –Lo siento mucho, no pudimos salvar al bebé. –Dijo con pena. –Sus familiares han estado aquí desde su ingreso; por el momento sólo su esposo ingresará, para después pasarla a una habitación. –Caminó decidido hacia la puerta. -Lo siento. -Repitió antes de cerrarla detrás de él.
Mi vista estaba fija en un punto sin importancia del techo, sintiendo un vacío en mi mente, en mi corazón y en mi cuerpo. Después de todo, un pedazo de mí me había sido arrancado.
Owen, entró corriendo a la habitación sin aliento y una expresión de angustia, que sólo reflejaba lo que su corazón sentía. -¡No… No sé qué decir! –Dijo titubeante, acercándose con pasos dudosos. No sabía cuánto tiempo había transcurrido en realidad. Aquel día había asistido a la consulta de rutina sola, porque él tenía un entrenamiento especial y no podía acompañarme. Todo por cumplir en el trabajo. -No puedo… No puedo… ¡No sé qué decir! –Las lágrimas cayeron por su rostro. Sabía que el mismo dolor lo recorría; además de la indudable culpa, que seguramente había tenido y que cargaría por muchos años, al no haber estado conmigo. Al no haberme protegido.
Lo que me permitió salir de aquel declive destructor, fue cuando al poco tiempo él también desapareció.
Extendí mis brazos hacia Owen, que se apresuró para acostarse conmigo con cuidado, y abrazarme con intensidad. –Estaremos bien. –Susurró, y me dio un beso en la coronilla.