8. Pensamientos.

1128 Words
Salí corriendo del lugar, agarrando mi mochila del pasto en el trayecto y colgándomela al hombro. -¡Elam! –Fue el grito de Diego llamándome, lo que me detuvo. -¿Estás bien? –Preguntó realmente preocupado, mientras eliminaba la distancia entre nosotros. -¡Sí! –Frunció el ceño ante mi respuesta. Yo comencé a caminar con lentitud y él me seguió el paso. -¿No te golpeó demasiado? –Cuestionó de nuevo, dudoso. Y lo entendí, yo estaba emocionada, pero el motivo era totalmente otro. –Un poco. –Acepté resignada, ya que Diana me había dejado adolorida. -Perdóname por no esperarte, es que los creídos de bachillerato nos corrieron a todos. –Su semblante afligido me hizo sonreír. Desde siempre se había mostrado como un buen amigo. -No te preocupes, lo entiendo. –Realmente lo hacía. -¿Vas a reportar a Diana? –Preguntó en medio de mi análisis. -¡Por supuesto que no, Diego! Además, yo también le pegué. –Eso me hacía merecedora de un castigo; sin contar, que me ganaría el repudio de toda la escuela por ser una chismosa. -Sí, supongo que tienes razón. –Concordó con mi argumento. -Me tengo que ir, te veo mañana. –Me despedí, porque ya iba tarde por mi hermano. -Hasta mañana. –Fue su turno de despedirse, y pronto retomé la carrera para llegar a tiempo. Un trayecto bastante largo me esperaba para poder recoger a Fran. En ese instante, me percaté que me hallaba en una encrucijada: ¿podría viajar con los hombres del futuro? Porque no sabía el modelo de la máquina en la que estaban viajando. Pero, ¿y mi cuerpo? ¡Demonios! El cuerpo que viajaría sería el adolescente; el cual, si desaparecía, crearía un completo caos. Lo acepto, el simple hecho de considerar el vivir mi vida por segunda vez, con él, era suficiente razón para quedarme. Tenía una década buscándolo sin éxito alguno, sin haber averiguado lo sucedido con él y con su máquina; que tenerlo de frente una vez más, repitiendo los momentos, me llenaban de añoranza. ¡Maldición! El sentido de responsabilidad también me pesaba. Tenía una misión inconclusa; y no sólo eso, se había complicado al extremo que rayaba en lo imposible. El desfile de modas, el hombre de hielo y su misión, aunado al motivo desconocido por el que me habían enviado a mí, me hizo replantearme una vez más todo el panorama. -¿Qué te pasó? –Fue el recibimiento que me dio Fran tan pronto me vio, lleno de sorpresa e inquietud. -No te preocupes, la otra quedo peor. –Bromeé, pero él ni siquiera se sonrió. -No podrás evitar que mamá se entere, se te notan los golpes. –Me dijo en absoluta seriedad. -Lo sé, recuerdo el sermón. –Mi pensamiento salió por mi boca, mientras mi vista se elevaba al cielo. -¿Cómo dices? No comprendo. –Fran me habló en total desconcierto. -¡Nada! –Me retracté con rapidez. -¡Vámonos! –Tomé de la mano a Fran, para terminar dirigiéndonos a casa de mis abuelos. ¿Qué debía anteponer: mis sentimientos o mis responsabilidades? ¿Era egoísta querer revivir lo nuestro? Ese era el día en el que mi historia de amor comenzaba y, conociendo los sucesos y el final, se fortalecía la razón para quedarme, para rememorar cada momento que fui feliz a su lado… Me sacudí ante los pensamientos. ¿Qué sucedía conmigo? ¿Por qué titubeaba ante los hechos? Sabía a la perfección lo que él me diría… Vi en la distancia el auto de mi abuelo, y a él echando las canastas llenas de fruta, listas para la vendimia. -¡Abuelito! –Fran se lanzó a sus brazos, mientras los ojos que cargaban no solo años, sino también experiencia, me escudriñaban. –Espero que la otra haya quedado peor –su broma me hizo sonreír. Teníamos el mismo sentido del humor. –Vayan a comer, su abuela los espera adentro. –Nos hizo saber, mientras yo sólo le di un cálido beso en la mejilla como despedida. –No vayas a dejar que te vea tu abuela. Con el sermón que te dará tu madre será suficiente. –Confirmó mis sospechas, haciéndome suspirar con pesadumbre. Entramos a la casa, al menos yo, con prisa -¡Rápido! ¡Come! –Le dije a Fran. -¡Mis niños hermosos! ¡Ya llegaron! –Dijo mi abuela con amor desde la cocina. Pero yo necesitaba evitar que me viera. –Sí, abuela. –Entré corriendo por el pasillo. –Me cambiaré ante de sentarme a comer –me excusé. -Me parece bien hija, yo me voy con tu abuelo al mercado. –Gritó, y ya no la escuché más. Supongo que se quedó despidiéndose de mi hermano menor, en lo que yo me cambiaba y me alistaba para salir. A toda prisa terminé de lavar la ropa, y alcancé a Fran aún en la cocina. -Ponte a hacer tu tarea, por favor –Le ordené autoritaria. -¿A dónde vas? –Preguntó, desconcertado y con desconfianza. -Saldré, no tarda en llegar mamá. Dile que fui a casa de Diego, necesito dos libros para dos tareas, regreso más tarde. –Hablé apresurada, mientras caminaba hacia la entrada de la casa. -No llegues muy tarde, ya sabes que mamá se molesta si tiene que ir a buscarte –me recordó con seriedad. A pesar de ser el menor, tenía esa tendecia de ser la “consciencia” de las personas. -¡Está bien! –Respondí de mala gana, y terminé por salir de casa. En ese día estaban sucediendo demasiadas cosas, y aún faltaban algunas cuántas por acontecer. Caminé por la calle de la vieja pradera. Una calle que por un lado tenía las hermosas fachadas de las casas de esa zona, y por el otro lado de la acera, estaba todo el pastizal, que pertenecía a un sujeto que no le pretaba mucha atención del todo, pero que la naturaleza había reclamado, otorgándole la belleza que sólo ella podía dar. Cargababa un recipiente metálico, dónde había recolectado de forma instintiva algunas piezas que seguramente necesitaría para arreglar el asiento de la máquina. Fue cuando el momento de reflexión llegó: ¿qué modelos de máquina tenían una silla que te explusaba de la nave? ¡Por Dios! Debían ser de las primeras generaciones. ¿Por qué las primeras misiones habían sido enviadas a esos años? Un ruido extraño me hizo girar mi rostro hacia una de las casas, donde estaba uno de los gemelos, el tranquilo, brincando el barandal de madera para salir. Sería él, a quién usaría para que me guiara hacia la nave.
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