5. Adaptación.

1084 Words
-¿Estás bien? –La voz infantil me hizo prestarle atención. -… Te ves rara. –El pequeño que estaba a unos cuantos pasos de mí, me veía con extrañeza; sin embargo, se acercó para tomarme de la mano. -Sí, -tragué saliva, -sólo me mareé un poco… -Respondí fingiendo que todo estaba bien, incluso le sonreí; mientras continué estática en mi lugar, intentando recomponerme del desconcierto y también del malestar. Estaba demasiado sorprendida, porque mi hermano menor estaba frente a mí; pero cuando él tenía 7 años. Comencé mi andar con él a mi lado y de la mano, girando a todos lados para cerciorarme de la época en la que me encontraba. Fue cuando ratifiqué que era mi madre caminando delante de nosotros. La larga cabellera castaña recogida en una hermosa trenza invertida, su cuerpo vistiendo un vetido floreado y ligero, apropiado para usar en los calurosos días de verano. Mi corazón se aceleró, porque eso sólo podía significar una cosa. Dirigí mi vista a mi propio cuerpo a la brevedad; primero, a la mano, para pasar al resto de mi anatomía, confirmando que mi figuara era diferente; no sólo eso, también me sentía más ligera. ¡Necesitaba verme al espejo! -¡Fran, ten cuidado con ese carro! –Apenas si alcancé a mi hermano; que en medio de mis pensamientos, se había zafado de mi agarre. -¡Maldito estúpido! –Mamá, gritó malhumorada al auto que pasó a una velocidad considerable. - ¡Agarra a tu hermano de la mano! –Me gritó a mí, siendo mi turno de ser reprendida. -¡Y háblale a esos perros, qué también los van a atropellar! –Apuntó al par de canes. ¡¿Qué demonios estaba sucediéndome?! ¡No los había notado siquiera! -Mamá, -la llamé con preocupación, cuando vi a Choco, el hermoso cocker spaniel que hacía dos años papá nos había regalado, -hay que llevar al perro al veterinario, sino se va a morir por las garrapatas. –Le dije con tristeza, porque el recuerdo me llegó, en tan solo dos semanas más, él moriría por la Enfermedad de Lyme. -Está bien. –Me contestó mamá con una sonrisa decaída, para después dirigir su mirada esperanzadora a Fran, que hasta ese momento pude ver su expresión de angustia. -¡Pero démonos prisa, hay muchas cosas por hacer! –Y se adelantó de nuevo. -Vamos Elam. –Fran, tomó mi mano otra vez, -Ya escuchaste a mamá, no hay de qué preocuparse, Choco obtendrá atención. -Suspiré a profundidad, en lo que retomamos el tradicional camino hacia casa de mis abuelos. Las memorias fueron llegando. Papá acababa de fallecer si acaso un año atrás, por ese motivo vivíamos con los abuelos; porque para ganar dinero, mamá cocinaba y vendía comida a los empleados de la vieja fábrica. Para ayudarle, la acompañábamos llegando casi de madrugada, porque los trabajadores entraban a las 6 de la mañana. El antiguo vecindario me hizo sentir nostálgica, ¿cuántas veces no lo había recorrido? Tendría que acostumbrarme de nuevo a eso; así como a la casa de mis abuelos, que estaba llena de por menores, detalles que hasta ese momento pude apreciar. Entramos a la casa de fachada atávica, a la que sólo se le había construido un piso, pero que gozaba de un formidable terreno, en el que había una basta cantidad de árboles de mango y cereza plantados, porque esa era la fruta de temporada. Cuando el momento de la cosecha llegaba, la fruta era vendida por mi abuelo, y eso les daba para sobrevivir económicamente por un buen período de tiempo a ambos, hasta que fuera el turno de la cosecha de invierno. -¿Cómo les fue hoy hija? –La dulce voz de mi abuela nos dio la bienvenida. -Bien mamita, bien. –Mi madre le respondió sonriente, para terminar dándole un amoroso y cálido beso en la mejilla. -Rápido, desayunen y prepárense para la escuela, -nos dijo a nosotros, que también la besamos, -se les está haciendo tarde. –Nos apresuró; lo que me hizo inhalar aire profundamente, el día apenas estaba comenzando. -Qué no se te olvide lavar la ropa Elam, también recuerda que hoy tu hermano sale a la 1.30 de la escuela –Mi madre enlistó mis deberes del día. -Está bien, yo paso por él –Confirmé. –Iré primero a arreglarme antes de desayunar. –Avisé. Fran, se quedó en la cocina con el abuelo, comiendo; en lo que yo me dirigí a nuestra habitación, para drame un baño a prisa y de esa forma, usar el uniforme de la escuela. Ese período de mi vida, no había sido de los más fáciles. La trágica y súbita muerte de mi padre, nos hizo enfrentarnos a la vida de una forma diferente a la que estábamos acostumbrados. La responsabilidad de ayudar a mamá en muchos sentidos, me hizo madurar a una velocidad mucho más rápida que muchos otros adolescentes de mi edad. Inmersa en mis pensamientos, con plena consciencia de que debía actuar como se esperaría de mí, caminé con la canasta de la ropa sucia hacia el patio, donde se encontraba la lavadora. Y una vez más, una extraña sensación: la repentina angustia se apoderó con fuerza de mi pecho, el nudo en el estómago se acrecentó en cada respiración, el hormigueo de los brazos comenzó a producirme pánico y, el inesperado mareo me obligó a recargarme en la pared para sostenerme. La canaste de ropa cayó de mis manos, lo que aproveché para maseajear mis sienes con una sola de ellas. Cerré los ojos y las memorias no tardaron en aparecer en mi cerebro; como fotogramas de una película siendo reproducida en cámara lenta. Y lo que me mostró me hizo sonreír: la pelea con una compañera de la escuela. Logré recomponerme, para retomar lo que necesitaba hacer; con la diversión cínica aún mostrándose en mi rostro, porque debía admitir que mi rebeldía, ya se había manifestado desde la secundaria. Recogí la canasta de ropa, para caminar hacia la puerta que daba al patio, que ya sólo estaba a 4 metros de ella. A esa distancia pude vislumbrar una parte del patio, y a ellos con la basta arboleda de fondo. El asombro y la conmoción, me hicieron quedar aturdida por un breve instante; con la emoción y la alegría apoderándose de mí. Fue hasta que los vi, que advertí en el detalle, ese día los conocí: ¡los hombres del futuro!
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