Katherine
Desperté a en medio de la noche, oscuridad total. A tientas tomé mi celular y miré la hora. 3:33 am. Logré prender la lámpara y me senté sobre mi cama. Mi corazón latía rápidamente, sentía que iba a explotar. No podía describir esta sensación, era como estar feliz pero a la vez era triste, igual a cuando no logras alcanzar algo que anhelas terriblemente.
—Esto no posible — me repetía a mí misma. — Lucas no existe.
No me malentiendan, yo quería que fuese verdad, en serio, pero todos me dicen lo contrario. Yo sé que no estoy loca, pero quería que tal vez… y solo tal vez, la posibilidad de que sea real sea un poco mayor a cero.
No pude conciliar el sueño por más que lo intentara. Tal vez fuese el miedo, la ansiedad o simplemente nostalgia. Me mantuve despierta un buen rato hasta que por fin amaneció. Cuando sonó la alarma me levanté pesadamente y me dirigí al baño. Me zambullí en una ducha fría para despejar mi mente y salí con la energía renovada, dispuesta a pasar un buen y completamente normal día al lado de Dani.
Ella me esperaba en la puerta de su casa aun comiendo su tostada del desayuno.
—Hola — ella me levantó la mano haciendo señas como si no la hubiera visto.
—Hola, ¿nos vamos? — hicimos un saludo medio raro con las manos, algo que habíamos acordado el primer día en que nos conocimos.
—Sí, pero hay que esperar. Ellos nos llevarán hoy a la escuela.
—¿Esperar? ¿A quiénes?
—Cierto. Anoche no lo mencioné porque estabas muy alterada. Pero hace un tiempo me hice amiga de esos tres… ya sabes, Peter y sus primos.
—¿Te hiciste amiga de ellos? ¡Está claro que debiste decírmelo!
—¿Ves por qué no lo dije? ¡Siento que estás a punto de pegarme!
En ese momento un carro azul eléctrico estacionó frente a nosotras y Dani salió corriendo a esconderse dentro.
La verdad estaba muy nerviosa y a la vez preocupada. No era la primera vez que los veía a ellos así que no debería estar nerviosa… espera, en realidad sí lo era. La ventana polarizada del conductor bajó. Y ahí estaba. Un chico de 17 años, rubio y ojos azules. Sí, el mismísimo Jason Thunder, tal y como lo recordaba.
—Hola. — él me dijo sonriendo — Tú debes ser Katherine. Un gusto, soy Jason Thunder, amigo de Dani.
Una mano paso por delante de la cara de Jason y lo empujó a un lado para que aparezca otra cabeza. Un chico de ojos verdes y tez bronceada emergió a su lado.
—Sube. Todavía tenemos espacio. — era Peter Jensen en persona.
—Claro… — yo me sentía mareada por alguna razón.
Abrí la puerta de atrás y me senté al lado de Dani. Dentro descubrí que en realidad no estábamos solas ahí atrás. Niko Adazzio también estaba ahí, sin decir ni una palabra todavía.
Jason arrancó y Peter comenzó a tararear alguna canción que no pude descifrar y a juguetear con la guantera del auto como si fuese un tambor o algo por el estilo. Peter Jensen era la hiperactividad en persona.
—Jensen se parece tanto a su padre. — murmuré para que solo Dani escuchara.
—¿En serio? Yo siempre pensé que estaba mal de la cabeza. ¡Hey, Peter! ¿Tú crees que te pareces a tu padre? — en serio, ¿es que esta niña so sabía cerrar la boca?
—¿Mmm? Tal vez un poco, ¿por qué preguntas?
—Curiosidad, es todo. — dijo ella excusándose
Le golpeé con el codo para que aprendiese a callarse cuando debe.
—¿Crees que solo un poco? Yo diría que son dos gotas de agua. — Jason bromeó.
—Cerebros de pez. — murmuró Niko
—No creo que sea tan malo. — me aventuré a decir, soltando indirectas — Todos saben que los a los del mar les falta un tornillo o dos.
—Concuerdo. — dijeron Niko y Jason al mismo tiempo
Luego un silencio sepulcral recorrió el auto.
—Ja, ja… Mmm, Katherine, ¿por qué mencionaste el mar tan de repente? — preguntó Jason nerviosamente
O bien yo parecía muy rara en ese momento o tenía sentido lo que dije, pero como todavía no estaba segura si realmente eran aquellas personas de mis sueños me quedé callada e inventé otra excusa.
—Oh, es solo que a Peter parece gustarle mucho la playa. Míralo, está todo bronceado.
—Bueno, tienes toda la razón. — Peter rió — Me gusta la playa.
Pero a medida que el auto seguía su camino, la ansiedad me mataba. Yo necesitaba saber. Quería respuestas ahora. No podía seguir callada.
—Peter Jensen, 17 años, hijo del mar. — noté que capté su atención — ¿En realidad eres tú?
—¿Quién yo?
—El… hijo de Poseidón — recé en mi interior para no ser vista como un fenómeno hablando estupideces.
Pero para mi fortuna (o no), los tres primos se sobresaltaron y estuvimos a punto de estrellarnos contra un auto que venía en contra de nuestra dirección. Eso significaba que había tocado un tema que ellos no esperaban.
—¡¿Conoces a mi padre?! — Peter me miró curiosamente, como si estuviese discerniendo si era aliado o enemigo.
—Sí. Eso creo.
—¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? — dijo Peter, volviendo un interrogatorio contra mí.
—No lo sé, solo lo sé. A decir verdad es muy extraño. — dije titubeando.
—¡Caray, Jason! ¡Debe ser ella! — gritó Peter sacudiendo a Jason por los hombros
—Peter, cálmate, vas a hacer que choquemos. — Jason mandó a volar a Peter de un manotazo.
—Pero, hermano, ya la encontramos. — Peter se hacia el inocente.
—Solo cállate ¿quieres? — dijo Niko agarrándose la cabeza con ambas manos — Voy a matarte si no lo haces.
—Ya lo escuchaste — le dijo Jason — Hablaremos de eso cuando lleguemos.
Peter tragó saliva y se removió en su asiento inquieto.
Jason siguió su camino y llegamos pronto a la escuela.
Dani había permanecido callada todo el trayecto, tal vez procesando lo que estaba pasando. Se bajo rápidamente, y se fue a clases sin decir nada, dejándome atrás.
Yo la iba a seguir, pero Peter me tomó del brazo.
—¿Qué es lo que está pasando? — me preguntó como si yo tuviese las respuestas
—Es una larga historia.
—No hay clases hasta dentro de un par de horas, tenemos tiempo. — dijo Jason pasándole su mochila a Peter quien frunció el ceño.
—Vale, hablemos de eso. Dejo mis cosas en el casillero y los busco en los campos de soccer. Aquí hay mucha gente y van a pensar que estoy loca.
—Te esperamos ahí. — Peter soltó mi brazo y se fue a los campos.
—Quiero un helado. — dijo Niko de la nada, volviendo al auto nuevamente.
Fui a mi casillero y dejé todas mis cosas ahí. En realidad no necesitaba dejar nada ahí, solo estaba haciendo tiempo para ordenar mis ideas y ver qué era lo que convenía decir y qué no. Suspiré una docena de veces y estuve tentada a cerrar el casillero con mi cabeza aún dentro, pero al final no lo hice y me dirigí al lugar citado.