La penumbra envolvía la habitación medieval, apenas disipada por la luz tenue de un candelabro de cuatro velas. Nora, sola en aquel espacio ajeno a su tiempo, dejó que sus ojos vagaran por la estancia hasta detenerse en el objeto que ocupaba sus pensamientos: un cofre de madera oscura ubicado en un rincón que se parecía demasiado al que la trajo al pasado. «Buscaré ese cofre del demonio, entraré en él y lo más probable es que pueda regresar a mi tiempo», pensó Nora, con su corazón acelerándose ante la posibilidad. La idea de volver a su época le provocaba una mezcla de alivio y ansiedad. Tragando saliva, se acercó al cofre, sintiendo como sus pasos eran amortiguados por la gruesa alfombra que cubría el suelo de piedra. Sus manos, ligeramente temblorosas, comenzaron a retirar los objetos