Durante todo ese momento, el corazón de Nora latía con fuerza, sintiendo nerviosismo y temor en partes iguales mientras sus ojos se posaban en la pequeña embarcación que se mecía suavemente frente a ella. Declan, tan amargado y distante como ya lo conocía, estaba ocupando su lugar en el bote, con su mirada fija en el horizonte como si quisiera ignorar deliberadamente la presencia de la joven. —Es momento de que se monte… —dijo el marinero que estaba ahí. —Eh, si… —fue lo único que respondió la muchacha. Con pasos vacilantes, Nora se acercó al borde. El viento marino, impregnado de sal y humedad azotaba su cabello y se colaba bajo la gabardina prestada, recordándole su vulnerabilidad en este mundo ajeno. Aquel marinero lobo, cuyo rostro parecía esculpido por años de batallas contra el ma